MyTO

Un paraguas lila

«La esperanza no es repentina, como la magia. Es una tarea en la que participamos diariamente, de manera voluntaria»

Opinión

Al Yeacha Irfan | Unsplash

  • Jesús Montiel (Granada, 1984) es autor de cinco poemarios que le han valido distintos reconocimientos, entre los que destaca Memoria del pájaro, Premio Hiperión 2016. Ha traducido Resucitar y Prisionero en la cuna, de Christian Bobin, al que considera su maestro. Ha publicado también un libro de aforismos, Silencio casi (Trea, 2020) y siete de narrativa: Notas a pie de instante (Esdrújula, 2018), Sucederá la flor (Pre-Textos, 2018), El amén de los árboles (Esdrújula, 2019), Señor de las periferias (Pre-Textos, 2019), Casa de tinta (Hiperión, 2019), Lo que no se ve (Pre-Textos, 2020) y La última rosa (Pre-Textos, 2021).

Una niña camina al lado de su madre. Es una escena conmovedora: las dos figuras atravesando la cortina de lluvia mientras los árboles, a uno y otro lado del río, se estremecen igual que médiums en trance. El viento sacude también, intentando doblarlo, el paraguas lila que la niña sujeta con su manita derecha. Es conmovedora su fragilidad frente a la brutalidad del viento. Invisible, igual que la tristeza. Nadie excepto yo, oculto tras mi ventana, es testigo del combate. Un combate minúsculo, que se desarrolla secretamente, como todos los que deciden el destino de este mundo.

Esa niña y su paraguas lila están dentro de mí, suceden cada día en cada corazón. Tan pequeño como ella, yo lucho contra las últimas semanas de mi vida con la misma precariedad. Es mi esperanza, ese paraguas lila. Se dice que la esperanza requiere esfuerzo, que se construye con el paso del tiempo, poco a poco, igual que levanta un muro de ladrillo. La esperanza no es repentina, como la magia. Es una tarea en la que participamos diariamente, de manera voluntaria. La esperanza no es definitiva. Vive amenazada, en esta vida. Hay días en los que uno ve el paraguas a punto de partirse, casi rendido. En los que las fuerzas menguan y uno abre la mano a punto de pronunciar un se acabó, me rindo, no puedo más.

La niña se ha detenido, reanuda el paso, vuelve a detenerse y tira del paraguas hacia ella. La madre entonces se inclina para ayudarla y tras unos segundos consiguen enderezarlo. Luego continúan su camino esquivando los charcos del suelo y un gato aprovecha para cruzar el viejo puente de metal como una exhalación. Las dos figuras desaparecen. Nadie excepto yo, oculto tras mi ventana, ha sido testigo del combate. Un combate parecido a la esperanza. Secreto, como todos los que deciden el destino del mundo.