El Debate Final: Biden refuerza sus opciones ante Trump
«El duelo entre candidatos, tenso pero mucho más calmado que el primero, ofrece a un presidente fabulador pero menos virulento»
A Estados Unidos lo separaba anoche el color de una corbata: la roja republicana, la azul de brillo demócrata. Y una mascarilla negra de la que Biden se deshizo apenas antes de abrir la boca para argumentar y marcar distancias con su oponente. La presentadora, Kristen Welker, llevó el debate como una opositora a notaría. La televisión procura estos espejismos. Se empaqueta el producto de una nación hablándose a sí misma, el momento siempre es trascendental, pero lo que se ofrece es material inflamable, incluso, cuando, como anoche en Nashville, los estrategas del trumpismo aconsejaran al presidente que dejara hablar a su oponente. «Me sugieren que le deje hablar y lo voy a hacer, porque así vamos a saber quién es». «Joe», le decía para interrumpirle, «Joe», fingiendo familiaridad en una campaña en la que el republicano lo ha menospreciado («Biden for resident» no «For President») y ha soldado el mote “Adormilado” a su nombre de pila: “Sleepy Joe”.
El presidente hizo esfuerzos por interpretar «low-key» y concedió un inesperado terreno para el desarrollo argumental de Joe Biden. El candidato demócrata, cuya condición física no es óptima, ha encontrado en la pandemia la coartada de una campaña sosegada (en los últimos dos días no había programado ningún acto público). Así que, en el debate, pudo proyectar una imagen templada, salpicada con tics de ancianidad y algunos despistes y blancos en sus exposiciones.
La Casa Blanca ante la pandemia ocupó el primero de los seis segmentos de la noche. Trump utilizaba el tallaje expresivo de Trump, «El 99,9% de los jóvenes que contraen la enfermedad, se curan». Acto seguido, amplió el porcentaje a toda la población, como si él tuviera el poder de curar en un segundo: «El 99, 9 por ciento de las personas que contraen la enfermedad, se curan». Para justificar su caótica gestión, el candidato republicano se vanaglorió, «tenemos los mejores test del mundo, de lejos, por eso hay detectamos tantos infectados»; «la vacuna estará lista en unas semanas, los militares la distribuirán entre todos los que la necesiten»; «escucho a todos los científicos, incluido a Anthony Fauci»; «no voy a cerrar el país, como han hecho en los estados demócratas de Carolina del Norte o en California. La gente se deprime, se suicida, toma alcohol o drogas. No voy a arruinar el país».
¿Pero quién está ultimando la vacuna, señor Presidente?, preguntaba Welker. «Hay varios laboratorios que tienen investigaciones muy avanzadas, Johnson and Johnson lo está haciendo muy bien, Pfizer, …..». «Come on», contestaba Biden, «vamos a tener un invierno oscuro. Nadie que no haya establecido un plan para evitar la muerte de 220.000 norteamericanos puede seguir siendo presidente. ¡¡¡Millones de norteamericanos no están aprendiendo a vivir con la pandemia, están aprendiendo a morir!!!».
En este arranque en el que Biden aventajó a Trump con la esperanza de ordenar la gestión pública contra la pandemia, el demócrata intentó demostrar la culpabilidad de Trump en la falta de aprobación en el Congreso de ayudas millonarias a escuelas, trabajadores, familias, pequeños propietarios o servicios sanitarios. Por su parte, Trump culpó a Nancy Pelosi, la speaker de los demócratas, con la que hace un año -de calendario, no figurado- que no negocia directamente.
El debate entró luego en una balacera de acusaciones mutuas: corrupción, desvío de fondos, actividades ilegales, deshonestidades. El presidente Trump cargó contra las presuntas conexiones de la familia Biden en Rusia, que le habrían reportado, según un informe del Senado, 3,5 millones. El demócrata lo negaba y contraatacó señalando que mientras él había hecho públicas sus declaraciones de renta de los últimos 22 años, el republicano sigue sin publicarlas.
A lo largo de 90 minutos fueron desgranándose el resto de asuntos: las familias americanas, la inmigración (con las jaulas y la separación de padres e hijos inmigrantes), la economía o el cambio climático: «China es asquerosa, e India también yo no voy a cerrar empresas», decía Trump, mientras Biden abogaba por una transformación radical, que permita garantizar la vida tal y como la conocemos.
El debate tiene el añadido casi simultáneo de la evaluación de las afirmaciones de los candidatos, el «fact checking» de la prensa norteamericana (diversos medios fueron veloces y precisos analizando en línea a Biden y Trump, entre los más destacados, The New York Times y The Washington Post). Y una vez acabado el formato, se añade un enorme metraje de comentarios en las cadenas de cable norteamericano (FOX, CNN…) y en las redes sociales. Pero puede ser que un debate sea la impresión que se lleva el espectador a la hora de dormir.
Encapsular a la nación, a sus habitantes, a sus anhelos, a sus problemas, a sus aspiraciones y miedos en 90 minutos es como tratar de meter el Atlántico en un vaso.
Una encuesta express de la CNN le ha dado una ventaja holgada a Biden como ganador del debate (53%, 39%).
Lo relevante es que esta noche se han visto dos maneras de encarar el futuro, bajo el signo de la palabra: para los demócratas el voto es América o la familia Trump.Inc; para Donald J. Trump, Estados Unidos está en el camino ascendente.
Se acercan las elecciones presidenciales de un tiempo en el que se empieza a poner en duda la afirmación de Madeleine Albright: «Estados Unidos es la potencia indispensable».