Aquel día Miriam sabía pegar
«Esta violencia no parte de la superioridad física de los hombres ni de sus circunstancias personales o de causas propias de cada caso. Lejos de ello, nace del poder que otorga el machismo a los hombres sobre las mujeres»
Miriam, ¿tú ya sabías pegar aquel día? Sí, sí. Yo ya sabía pegar, pero cuando estás ahí no eres nadie… No te defiendes. Así comienza la entrevista que Pedro Simón le hacía en 2017 a Miriam Gutiérrez, en la cima del boxeo mundial y noticia recientemente por haber optado al título unificado de peso ligero. Se trata de una afirmación demoledora. Basta con ver una foto de la vallecana para darse cuenta de su corpulencia y fuerza, se trata de una mujer de presencia imponente con unos brazos robustos que hacen impensable la idea de vencerla para casi cualquiera en una afrenta física.
Sin embargo, su historia no encaja con su aspecto. Miriam fue víctima de violencia machista. Precisamente las declaraciones que encabezan este artículo narran un episodio brutal de una agresión que supera todos los límites de la crueldad: la boxeadora estaba embarazada cuando recibió una paliza de su ex pareja. De hecho, en esa entrevista ella misma cuenta que lo primero que hizo tras recibir los golpes fue mirar hacia su vientre y plantearse si eso era lo que quería en su vida.
Aún hoy se mantiene la impresión de que la violencia machista[contexto id=»381727″] es circunstancial, lo cual no es cierto y además supone una forma de negación indirecta de esta forma de violencia porque desplaza el contexto hacia condicionantes como la superioridad física del agresor. Es decir, nos aleja del engranaje ideológico que supone realmente el machismo: Miriam aceptó la violencia por aprendizaje, su agresor la ejerció por poder.
La violencia contra las mujeres es estructural. Se trata de un tipo de violencia que nace de la forma en que hemos aprendido a socializar como hombres y mujeres, es el mandato del machismo el que lo ordena todo como una lluvia fina que no moja pero cala. Este es el marco de normalidad que nos lleva a encontrar pretextos para casi cualquier manifestación de violencia machista, desde un zarandeo hasta la prostitución.
Todavía se mantiene la percepción de que la base de las agresiones machistas son de carácter individual e incluso privado. Existe la creencia de que el agresor se comporta así por condicionantes que le son propios como por ejemplo no poder controlar su ira o el consumo de drogas, todo ello coronado por la superioridad física de los hombres frente a las mujeres. Es sorprendente que una boxeadora sea víctima de violencia machista porque siguen sin entenderse las dinámicas de dominación sobre las mujeres que esconde el patriarcado. Las estrategias son muy variadas, normalmente son progresivas y están vinculadas al control de la víctima: la manipulación emocional, la violencia psicológica o el sometimiento económico son algunos ejemplos. Evidentemente, esto requiere de un sustrato ideológico que lo justifique; el machismo necesita herramientas que lo hagan funcionar y la más potente es sin duda su aceptación como forma transversal de relacionarnos, por eso es estructural.
En relación con esto, también pudimos ver reacciones de sorpresa y estupefacción cuando, hace unos meses, circuló en las redes sociales el vídeo de una horrible agresión machista en Eibar. La brutalidad y el componente de humillación que entrañaban aquellas imágenes dejaron boquiabiertos a muchos usuarios en internet y esto es así porque, como ilustra este caso, no comprendemos realmente la violencia machista. Seguimos sin creerla, sin asumir lo que es realmente: ni más ni menos que la máxima expresión de la desigualdad de las mujeres como normalidad social, económica y cultural.
En definitiva, esta violencia no parte de la superioridad física de los hombres ni de sus circunstancias personales o de causas propias de cada caso. Lejos de ello, nace del poder que otorga el machismo a los hombres sobre las mujeres. Como sociedad esto es asumido porque somos parte de un esquema social que se fundamenta en la división sexual del trabajo y del poder, en la dependencia familiar, en los cuidados feminizados y en un largo etcétera que hace que las mujeres sean las firmantes de un contrato social cargado de cláusulas abusivas que aprendemos a asumir como consustancial a nuestra misma existencia.
Por todo esto, aquel día Miriam sabía pegar pero no encontró motivos para defenderse.