¿Hablamos del presupuesto?
«Debo también, en esas ocasiones en las que accedo y acepto la invitación, recodar lo que es de uno. Para decir como Machado, “a mi trabajo acudo, con mi dinero pago”. Lo siento si alguien piensa que es mala educación, pero ¿hablamos del presupuesto?»
Cada vez recibo más invitaciones. Charlas, talleres, encuentros varios. Pero en la mitad de estas invitaciones no se menciona el asunto económico. Es algo a lo que uno se malacostumbra. Como si un oficinista, luego de permanecer frente a su ordenador, y cumplidos los objetivos marcados por la empresa que contrató sus servicios, tuviera que recordar que ha de cobrar lo trabajado. Es también culpa de los mismos escritores: su ego, cuando comienzan, les impide reclamar lo que es suyo y por tal de estar bajo los focos acceden a lo que sea. Sobre todo los poetas, dada su marginalidad.
La escritura es una actividad considerada del ocio. De las no esenciales, como ha quedado claro tras la pandemia. En las que uno se ocupa cuando ha terminado lo demás, eso que está en la agenda subrayado con bolígrafo rojo. Hablo de España. En este país, mucha gente desconoce que un libro puede ser la caja fuerte donde cabe todo lo mejor del ser humano: hubo gente que sobrevivió en un gulag traficando poemas. Porque aparte de la necesaria comida hay también un menú del espíritu. Dentro de uno hay crecimiento y destrucción, sombra y claridades. Y la escritura puede ser educadora, tamiz donde refulge la eternidad, mezclada con lo de abajo. Quiero decir que es también un trabajo y uno de los importantes, aunque no se comprenda.
El que escribe estas líneas no es un escritor mediático, Dios lo libre. Apenas participa en nada, pero hay veces que sí porque le apetece o porque sus cuentas flaquean como las piernas de un niño acobardado. El que escribe estas líneas es, además, un escritor del espíritu, que escribe sobre el amor, y que intenta vivir no solo como escribe, sino también de lo que escribe. Y es que el hecho de que escriba sobre las cosas del espíritu confunde a los que me invitan porque piensan que uno debe responder sí al no estar supeditado a la lógica materialista de nuestro siglo. En esta vida todo anda entremezclado, sin embargo. Y, si bien es cierto que salgo enriquecido de cada encuentro y que doy las gracias de corazón, debo también, en esas ocasiones en las que accedo y acepto la invitación, recodar lo que es de uno. Para decir como Machado, «a mi trabajo acudo, con mi dinero pago». Lo siento si alguien piensa que es mala educación, pero ¿hablamos del presupuesto?