Señor Sánchez, Franco está muerto
«Le gustará saber, Excelentísimo Señor Presidente, que ese Franco que usted pugna por resucitar cada día se hizo con el poder con 46 años, la misma edad que tenía Su Persona cuando holló como Presidente la escalinata del Palacio de la Moncloa»
Excelentísimo Señor Presidente (con copia al no menos ilustre Señor Vicepresidente):
Sirva la presente para garantizarle que hemos confirmado, sin ningún género de dudas, que Franco lleva muerto 45 años. Falleció en 1975, en su cama, tras una prolongada -y publicitada- agonía, y lo hizo como un anciano de 83 años que arrastraba varios periodos de conocida convalecencia por diversas enfermedades propias de una quejumbrosa vejez. Parece que nadie le tosió durante los 36 años en los que lo mandó todo -de 1939 a 1975-, pero ya lleva más años muerto de los transcurridos en ese triste periodo que sus publicistas llamaron «40 años de paz», cuando fueron solo 36, primero de dictadura, de posguerra y hambre, y luego de dictablanda, de creciente clase media y familias numerosas con afán de alcanzar la prosperidad y la democracia que habitaban más allá de los Pirineos.
De todo eso hace más de 45 años, casi medio siglo, muy poco menos de los años que tiene Su Persona. Le gustará saber, Excelentísimo Señor Presidente, que ese Franco que usted pugna por resucitar cada día se hizo con el poder con 46 años, la misma edad que tenía Su Persona cuando holló como Presidente la escalinata del Palacio de la Moncloa aquel inolvidable 2 de junio de 2018. La misma edad, pero, sin duda, mucha menos empatía. Y la misma edad, asimismo, que tenía el Rey Don Felipe cuando fue proclamado en 2014 tras la abdicación de su padre. Una edad propicia, a lo que parece.
También hemos podido confirmar, sin ningún género de dudas, que el anciano dictador nunca temió ser expulsado del poder por ningún movimiento revolucionario; tampoco en sus más vetustos y enfermizos años. Es verdad que la célebre banda terrorista ETA, que con tanta intimidad frecuentan sus nuevos socios de Bildu, asesinó a unas 40 personas durante el franquismo, como también lo es que liquidó sin contemplaciones a otras 800 ya en democracia y con el dictador muerto y enterrado. Es asimismo cierto que, con Franco ya agonizante, nuestro vecino del sur retó su autoridad con la organización de una Marcha Verde que se saldó con la pérdida del Sáhara Occidental para España. Pero pierda cuidado, Señor Presidente: usted no es ningún anciano y su envidiable salud pronostica una larga y fructífera vida, por lo que no debe temer ninguna marcha verde impulsada desde el sur, ni ninguna otra artimaña que -utilizando alguna insospechada intromisión en territorio español de hombres jóvenes de origen marroquí- menoscabe la felicidad de su Gobierno.
Aunque a Su Persona le parezca sorprendente, tampoco se recuerdan ni serios ni prolongados duelos tras el fallecimiento del dictador, más allá de la astracanada de la primera hora en la Plaza de Oriente. Andando el tiempo, y hasta que el Gobierno que tiene usted el honor de presidir puso en marcha la cinematográfica operación para desenterrar al difunto del Valle de los Caídos, aquella tumba no lograba siquiera concitar un reseñable interés turístico. Usted, Excelentísimo Señor Presidente, logró que en los meses previos a su operación de tumbas abiertas prendiera una tenue llama escatológica de memoria inventada; una operación que -lamentablemente- no terminó de insuflar al finado toda la vida que Su Persona desearía regalarle.
Hemos investigado los motivos que dificultan el renacer de Franco que Su Presidencia ansía y, a modo de hipótesis, querríamos trasladarle los siguientes:
Aquella muerte fue anunciada, entre lágrimas, por el hombre que entonces era presidente del Gobierno. El decadente dramatismo que imprimió a la frase «Españoles, Franco ha muerto», en su alocución televisada, fue más motivo de chanza que de duelo en la intimidad de los hogares españoles, con lo que aquel sumiso vicario del franquismo solo logró mantenerse en la presidencia del Gobierno unos pocos meses.
Le destituyó quien entonces podía hacerlo, el Rey Juan Carlos, para acelerar la puesta en marcha de una operación de haraquiri voluntario del régimen y de transformación pacífica en una democracia europea. Olvidado Carlos Arias, empezó el tiempo de Adolfo Suárez, un político audaz de solo 44 años, la edad que Su Persona tenía en 2016, en aquella fecha en la que pudo haber forjado su primer Gobierno Frankenstein si no se hubieran opuesto con tanta fiereza los inmovilistas del bunker de su partido en el dramático Comité Federal del 1 de octubre de infausto recuerdo.
El haraquiri voluntario de las Cortes franquistas tuvo éxito y se logró en un tiempo récord. A mediados de noviembre de 1976, solo un año después de la muerte (confirmada) de Franco, los procuradores de aquellas Cortes debatieron y votaron su propia defunción política como primer paso para abrir la puerta a un sistema democrático europeo con forma de monarquía parlamentaria. Y lo hicieron pese a que solo unos días antes se había convocado (por aquello de animar) una huelga general que tuvo escaso éxito. El haraquiri se consumó con un resultado apabullante: 425 procuradores votaron sí; 59, no, y 13 se abstuvieron.
Para terminar de enterrar aquel régimen, los españoles fueron convocados a un referéndum que les solicitaba su conformidad con el proceso de Reforma Política que promovía Don Juan Carlos para renunciar a todo poder, y quedar como mero Rey de esta nueva monarquía parlamentaria europea con una sola atribución clave: la de ser garante simbólico de la unidad de España.
El referéndum se convocó el 15 de diciembre (precisamente mañana hará 44 años), y tan solo cuatro días antes (también por aquello de animar) el grupo terrorista GRAPO -que se autocalificaba como brazo armado del Partido Comunista reconstituido (PCEr) y tenía como objetivo la constitución de una «república popular y federativa» en España- secuestró al presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo, con la amenaza de asesinarle.
Como verá, Excelentísimo Señor Presidente, no es usted el único que ansiaba el deseo de mantener con vida el espíritu de Franco y el franquismo. Pero no fue posible. La creciente clase media española, más aspiracional que garantizada, quería coger el tren de esa prosperidad que se veía en el cine y arrumbar cuanto antes la mendaz épica cainita que tanto sufrimiento había causado a la generación de sus padres.
Y así fue. Los defensores de la ruptura pidieron la abstención en aquel referéndum del 15 de diciembre; los auténticos franquistas, el voto negativo… Ambos en vano porque ganó la reforma. Y no por poco. La participación en aquel referéndum superó el 77%; es decir, solo se abstuvo (como pedían los rupturistas) el 22,6%. Y optó por el sí un nada simbólico 94,2% de los votantes. Ni los rupturistas ni los nostálgicos del régimen lograron el respaldo de los españoles… ¡qué le vamos a hacer!
La historia posterior es bien conocida y Su Persona cumplió sus primeros cinco años de vida al inicio de 1977. Dada su natural inteligencia política, recordará todo aquello como si hubiera sido el primer protagonista: legalización de partidos (incluido el Partido Comunista de Carrillo), primeras elecciones en junio, periodo constituyente, Constitución de 1978, elecciones de 1979, fallida moción de censura de 1980, intento -también fallido- de golpe de Estado en 1981, primera victoria socialista de 1982…
En aquellos tiempos, todo el mundo sabía que Franco había muerto y estaba bien enterrado, y bien olvidado a propósito porque a nadie le importaba lo más mínimo. Esa frágil memoria es lo que quieren utilizar hoy los nuevos yonkies del franquismo para intentar resucitar su momia. No es tan sencillo. El riesgo, para quienes buscan revivirlo para -¡esta vez sí!- ser ellos quienes obtengan su derrota, es que les tomen por «lunáticos». ¡Y no quiera nadie que Su Persona sea recordada como la de un presidente lunático!
Atentamente,
El (ignoto) Comité de Expertos