Los dos cuerpos del rey
«La Corona es una figura accidental en el devenir político tras la Guerra Civil, su legitimidad depende de la intachable actividad de quien la ostenta»
Ernst Kantorowicz nació en Poznan (hoy Polonia) a finales del siglo XIX. Hijo de un empresario de licores judío, fue voluntario a la I Guerra Mundial (Cruz de Hierro incluida) y a la vuelta de la contienda se unió a los Freikorps para combatir a los espartaquistas en Berlín y a los comunistas en Baviera.
Profesor de historia en Frankfurt, en 1933 es expulsado de la cátedra tras el persistente acoso de estudiantes nazis. En 1938 huye de Alemania con rumbo a Inglaterra y Estados Unidos tras la «noche de los cristales rotos». Berkeley será su primera parada en su experiencia americana.
En 1950 es despedido porque se niega a realizar el juramento anticomunista. Al contrario que Kelsen, preferirá perder el empleo y comenzar una nueva andadura en Princeton antes de hacer público su rechazo a una ideología que había combatido con las armas. Por cierto, ganó el pleito a la Universidad en un Tribunal Federal: el juramento era inconstitucional, ¡cómo no pudo verlo Kelsen!
Como sabrán, Kantorowicz publicó ya tardíamente (1957) una obra cumbre de la historia medieval: Los dos cuerpos del rey. El libro, con una aproximación simbólica y teológica, muestra cómo arraigan las instituciones de carácter público tomando como ejemplo la figura de los reyes desde la alta edad media a la modernidad. La perdurabilidad orgánica de la Corona radicaría en el hecho de que se desvincula de los aciertos y defectos de los reyes de carne y hueso. Kantorowicz destaca cómo el pensamiento político medieval encontró el momento institucional de la monarquía en la noción eclesiológica del cuerpo místico de cristo representado en su iglesia. La tesis del medievalista alemán sigue teniendo aplicación a la siempre barroca política española.
Por ejemplo, Carmen Calvo afirmó hace un par de años que había un Pedro Sánchez candidato a la Moncloa y un Pedro Sánchez presidente para justificar algunas declaraciones contradictorias sobre el delito de rebelión y el procés. Pablo Iglesias viajó recientemente a Bolivia como vicepresidente del Gobierno y firmó una declaración contra los golpes de Estado de la extrema derecha … ¡como líder de Unidas Podemos! La ministra de igualdad Irene Montero, apuntaba en un tuit estos días que las élites habían hecho una interpretación patriarcal de la Constitución de 1978: una ministra nunca es élite política, según parece. Estos desdoblamientos de la personalidad institucional pueden explicarse con el libro de Kantorowicz, algún tratado psicológico de Freud o la teología política de Schmitt, tan de moda últimamente.
Quien huye de las premisas teóricas del profesor alemán es el rey emérito Juan Carlos, empeñado en demostrar que la Corona no puede resistir a las corruptelas de un monarca cuyos buenos servicios parecen cada día más diluidos por los escándalos. La Corona no es una institución duradera por el solo hecho de estar enmarcada en el Título II de la Constitución.
En la era democrática la ejemplaridad es la clave de bóveda de una forma de gobierno donde el cargo no se somete a la elección democrática: Felipe VI ha heredado la jefatura del Estado y con ella el comportamiento personal de su padre (la herencia es una figura privatista donde se trasladan bienes y cargas). Porque la Corona es una figura accidental en el devenir político español tras la Guerra Civil, su legitimidad depende de la intachable actividad privada de quien la ostenta temporalmente. La investigación sobre pagos, cuentas y tarjetas se alargará, el descrédito aumentará y el debate sobre la república puede emerger porque la inviolabilidad es un cortafuegos débil frente a nuestros demonios históricos: el decisionismo y los vacíos de poder. En definitiva, Kantorowicz y sus teologías parecen hoy más aplicables al ámbito profano de la política partidista que al fulgor de viejas instituciones que decaen si no se justifican como mecanismos de integración, conservación y esclarecimiento democráticos.
Aprovecho, como siempre, para desearles unas felices fiestas y un próspero año nuevo.