La verdad sobre el sistema de pensiones
«Reformar el sistema de pensiones consiste en adaptar lo que paga a lo que puede pagar. Y cada vez es menos»
El Estado de bienestar es una gran promesa. Una promesa política, lo que lo convierte en una gran ficción. Lo decía Bastiat: el Estado es esa gran ficción a través de la cual todo el mundo trata de vivir a costa del resto. Funciona porque tendemos a creer que nunca seremos del «resto»; es lo que los hacendistas llaman «ilusión fiscal». O, parafraseando el chiste, es como el socialdemócrata que confiaba en el Estado de bienestar porque le brillan los ojos pensando en lo que tiene más lo que le va a tocar en el reparto.
De todas las promesas del Estado de bienestar, la mayor es la de las pensiones. La estructura del sistema de pensiones es la de los esquemas ponzi: los pagos actuales se hacen en función de quienes entran en el sistema. El sistema ha funcionado por dos motivos. Uno: cuando se instauró en Alemania, la edad de jubilación coincidía con la esperanza de vida, de modo que había fondos más que suficientes para los que rebasaban esa barrera. Y dos: la participación es obligatoria.
Pero cada vez vivimos más, crece con el tiempo la población que detrae recursos del sistema y la que hace aportaciones se hace más exigua a medida que vivimos más años y que la pirámide de población se hace casi cilíndrica por el descenso de la natalidad. El sistema no da más de sí. No se puede hacer más caro (la Seguridad Social detrae casi un tercio de nuestros sueldos) y solo puede sobrevivir haciendo que las pensiones sean menores. Reformar el sistema consiste en adaptar lo que paga a lo que puede pagar. Y cada vez es menos.
Como la de las pensiones es una promesa realizada por todos los políticos, son muchos los que aún confían en ella. Va a haber muchos españoles que van a llegar a la edad de jubilación sin más que una pequeña ayuda del Estado, a la que seguiremos llamando pensión. Incluso en una sociedad rica, como es la española, se extenderá la mancha de la pobreza entre la población de mayor edad.
Siempre he querido que nuestro país opte por una alternativa como la que hay en Chile. Allí tienen un sistema de capitalización, con un principio completamente diferente: Cada trabajador hace aportaciones a un fondo, que se invierte en activos reales, como participaciones en empresas. Ese ahorro no solo se acumula, sino que va generando intereses, por lo que a largo plazo se alcanza un capital suficiente como para sostener al pensionado durante los últimos años de su vida. En el sistema público de reparto, quien muere antes de la jubilación lo pierde todo. En el de capitalización, quien muere le lega su capital a sus herederos. El ahorro no solo permite un progreso personal, sino que contribuye a la mejora de la economía nacional. Y el resultado no depende de la promesa de un político. Ese sistema ha hecho de Chile la única economía desarrollada al sur de Río Grande.
Hace tiempo que me he dado cuenta de que ese cambio no se va a producir. España no va a cambiar su sistema de pensiones por otro privado. Agonizará, con reformas como las que va a proponer el ministro Escrivá: ampliar el período de cálculo de la pensión de 25 a 32 años rebajará la pensión media un 5,5%. Otro ministro lo extenderá a toda la vida laboral. Y otro subirá la edad de jubilación hasta los 70, 73, 75 años… Es lo mismo. Y sálvese quien pueda.