Un pequeño gesto navideño
«Por favor, no hagan caso de aquellos que nos quieren robar el espíritu navideño»
Han comenzado a llegar las vacunas a los distintos países de la Unión Europea y, ahora sí, entrevemos un futuro esperanzador para poder doblegar, por fin, al virus. Aún no hay que lanzar las campanas al vuelo porque queda un largo camino por recorrer. Pero se trata del soñado punto de partida hacia el fin definitivo de la amenaza. En este universo hipermediático en el que nos movemos, no es extraño que hayamos podido asistir en directo a la primera inyección en España. Tras haberse santiguado unos segundos antes, Araceli recibía la vacuna en Guadalajara con un «gracias a Dios». Sin pretenderlo, esta nonagenaria transformaba este hecho histórico en un nuevo acontecimiento navideño. Permítanme que lo entienda así. La realidad política cansa tanto que habrá que leer la realidad desde otro ángulo. Más si además desmonta la habitual parafernalia gubernamental, tan histriónica como indolente para los no convencidos por los fuegos de artificio.
La Navidad es el tiempo de la gratuidad, del agradecimiento y de la sorpresa. La Navidad apunta hacia lo esencial frente al cotidiano festival de lo superfluo y lo superficial. De hecho, el sentido de este tiempo se ha salvaguardado en la sencillez de los belenes, en la sabiduría popular de los villancicos o en la magia que se atesora en los pasos de los Reyes de Oriente en su largo vagar por el mundo. Araceli nos lo recordaba con dos gestos sencillos de la fe humilde y cotidiana de nuestros mayores. Más allá de las recurrentes fórmulas vacías de estos días, de las luces intermitentes que oscurecen o de las compras desenfrenadas, el tiempo navideño nos recuerda que estamos llamados a ser en plenitud y a ofrecernos a los demás.
Lo he recordado gracias a Araceli. Por favor, no hagan caso de aquellos que nos quieren robar el espíritu navideño. Fijando la mirada en lo invisible y dejando hablar en el silencio a lo que calla, como se nos invita a hacer cada Navidad, podremos abrigar la esperanza de regalar un corazón entrañable a los que amamos. Y falta que nos hace después de estos meses porque, como nos recordó el filósofo Vladimir Jankélévitch, todo se reduce al Amor (en mayúscula y sin plural).