Los réditos de la decadencia
«De la euforia procesista hemos pasado a una abulia rastrera sin más horizonte que las vanas ilusiones de una nueva revolución de las muecas»
Como el sibilino e inefable capitán Renault de Casablanca, algunos cronistas del régimen se alzan con porte ofendido y fingiendo indignación solemne exclaman el célebre «¡Qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!» mientras recogen, bajo mano, las negras ganancias de la ruleta caprichosa. Los bomberos pirómanos frenaron en seco, se envainaron el ardor guerrero y ahora se presentan como cabales moderados posibilistas. Certificado la defunción del procés, buscan nuevas modalidades para seguir con la matraca de un problema que existe en parte a causa de su irresponsabilidad chapucera. Su pan de cada día.
Cataluña, qué duda cabe, vive instalada en una laberíntica decadencia. En esta misma pantalla, José García Domínguez radiografía con lucidez distanciada un ensimismamiento intrincado que se regodea en la flagelación contumaz. Nunca, a lo largo de la historia, el victimismo ha traído nada de provecho a una nación que ha prosperado (y ha hecho progresar al conjunto de España) cuando se ha enjugado los mocos y las lágrimas derrotistas y mirando al frente ha pedaleado a piñón fijo: más pendiente de lo que se cuece en Europa que de lo que hace Madrit a sus espaldas.
Sólo rompiendo ejes nacionales y volviendo a situar las diferencias ideológicas en el terreno económico y social, podrá superarse la actual ciclotimia mareante. De la euforia procesista hemos pasado a una abulia rastrera sin más horizonte que las vanas ilusiones de una nueva revolución de las muecas.
Con las elecciones a la vuelta de la esquina ninguna de las principales formaciones políticas en liza ofrece precisamente perspectivas de un cambio atractivo y galvánico que logre revertir el actual estado catatónico. Sin embargo, está claro a cuáles de ellos les interesa alargar la agonía del lazismo irredento –programado en todas las franjas horarias de TV3– y también cuáles esgrimen las sagradas escrituras constitucionales como único remedio a cada una de las plagas divinas y a cualquier disputa humana. A ellos la decadencia no deja de producirles pingües réditos.