Tiempo de mimosas
«Siempre que veo mimosas tengo el impulso de comprar un paquete. Me gusta el olor, me gusta el color»
Pensaba que compraba flores por influencia de Le bonheur, de Agnès Varda. Pensaba que compraba flores por una cuestión aspiracional, porque quedan bien, dan alegría, son bonitas. Me he dado cuenta de que las compro porque en un momento empecé a comprarlas y sin que me diera cuenta nació una costumbre, y ahora ya está instalada en mí como el hábito de comprobar si llevo las llaves de casa antes de cerrar la puerta o como el de coger la mascarilla.
Siempre que veo mimosas tengo el impulso de comprar un paquete. Me gusta el olor, me gusta el color, pero la razón de que quiera llevarme un paquete conmigo cada vez que veo en una floristería es que me recuerdan a un amigo de cuya muerte está a punto de cumplirse un año. Me recuerdan a él porque la última vez que nos vimos había un ramo de mimosas. Era una especie de fiesta en mi casa, una presentación en sociedad de mi segundo hijo. La casa estaba llena de gente: otros padres, amigos sin hijos, compañeros de trabajo. Había niños gritando y jugando en una habitación y mi bebé iba de brazo en brazo, le daba de mamar un rato, lo dejaba en la cuna. Había unas mimosas encima del baúl, nada más entrar. Recuerdo perfectamente cómo las acarició y luego se llevó los dedos a la nariz, y dijo para nadie en concreto y para todos, un poco sorprendido, que qué pronto habían salido las mimosas ese año. Desde entonces, siempre tengo la sensación de que las mimosas se adelantan un poco. Mi madre plantó un árbol en su jardín para que pudiéramos autoabastecernos de mimosas, pero se heló con el paso de Filomena.
Leo que es una especie invasora, como la melancolía que me invade cuando las veo, cuando las huelo. La mimosa proviene de Australia, mi melancolía la produzco yo. O se hace sola sin que pueda pararla la mayoría de las veces. La exigencia de la vida cotidiana me salva de mi misma: un hijo al que recoger, una lavadora que poner, una cena que hacer, un mail que enviar. Pero hay unos segundos en que me dejo llevar y me acuerdo de mi amigo y sé que estamos en el tiempo de las mimosas, la promesa de algo mejor.