Este sol de Machado
«Las anécdotas literarias pavonan el camino de los poetas, de los lectores. El mito, cultivarlo, es importante y placentero»
Hay frases que son disparos. Recuerdo el día, el lugar, el instante en el que nuestro profesor de literatura, hablando de Machado, nos habló de su muerte, de su exilio tan breve, de su gabán y del papelito encontrado en un bolsillo que decía: «Esos días azules y este sol de la infancia». Es imposible encontrar otro verso igual de mítico en la historia de la literatura. Es imposible no convertir en literatura la literatura de esta joya.
Las anécdotas literarias pavonan el camino de los poetas, de los lectores. El mito, cultivarlo, es importante y placentero. Cómo no hablar de Machado, o al menos, de ese trozo de papel cerca del aniversario de su muerte, con todo lo que esa muerte, además, representa. Vuelvo a mi mesa del instituto. Tenía unos hierros por debajo para dejar los libros. La mesa escrita, llena de dibujos. Yo siempre estaba dibujando en la mesa. No podía estarme quieta, mi mente siempre volando, el cuerpo siempre encerrado. El profesor nos habla, a él no lo recuerdo, y de pronto llega esta historia no especialmente bien contada: «Y ¿sabéis lo que encontraron en el bolsillo de su abrigo? Un papelito con un último verso».
Ah, soy toda suya. Ha despertado mis sentidos sacándome de la monotonía machadiana y me dispara sin yo saber que me hieren de literatura. Me disparan con esta frase, que me atraviesa, «estos días azules y este sol de la infancia» y yo solo puedo pensar durante días y meses y una vida en esta suerte de aforismo, verso, epitafio, mito, galleta de la suerte, últimas palabras, mensaje encriptado, color azul y sol e infancia.
Llego a casa ese día, con el papelito que halló en el gabán el hermano de Machado como resumen de su vida en mi metafórica mochila. ¿Dónde está ese papelito ahora? ¿Cómo sucedió exactamente este epitafio? ¿Dónde estaba el gabán? ¿De qué percha colgaba? No hay respuestas a lo que de verdad me importa. Al menos, no hay respuestas que envuelvan la anécdota de prosaica realidad, el antídoto del mito.
Si algo sé de mitos literarios, es que los mitos nunca suceden como se cuentan. Nunca ocurren sin poesía, añadidos, embellecimientos, y la poesía, por encima de todo, no es realidad como lo entendería un científico pero sí es la fotografía de una emoción. Es metáfora certera de una realidad invisible. Un papel hallado en un bolsillo te da un mundo y sin querer, el oyente de la historia le añade los suyos propios. Mi papel es diminuto y se puede enrollar y lanzar en una botella. Mi papel es tan pequeño que se pierde en el mar azul, bajo el sol azul de mi infancia leyendo Robinson Crusoe.
La intención con la que se guardó el papel, la posible naturaleza prosaica del papel. Más mundos. En el bolsillo de un poeta, una palabra es poesía. En el bolsillo de una madre, una palabra es quizá un trozo de la lista de la compra, aunque la madre sea poeta. En el bolsillo de una poeta suicida, imaginen lo que sería: la nota de despedida más evocadora. Así es un verso. Así es la poesía.
Cada bolsillo, cada gabán es un mundo, es la piel del gran poeta exiliado que está a punto de morir, quiero tocar ese abrigo que guarda bajo la solapa este sol de la infancia como un grito de melancolía. En el bolsillo de un lector es una frase de un libro que hemos decidido anotar. Una frase sin más y es otros miles de mundos dependiendo del contexto. Una frase sola, magnificada por la desolación que la rodea, que emerge de las ruinas de la realidad como una tumba de mármol barrida por las dunas del desierto.
Al llegar a casa le pregunté a mi padre, que era el mayor experto en Machado de mi vida. ¿Dónde está el papelito? ¿Está en un museo? ¿Quién lo custodia? ¿Son «estos días azules» o «esos días azules»? Los días azules, preciosa metáfora de la infancia. Azul es mar, azul es jugar en la calle porque sin azul no hay calle, sino monotonía de la lluvia tras los cristales. Azul es el color del mundo y del cielo. Los niños no salen a jugar en los días grises y tristes, estos son días de personas mayores, de gente que trabaja y no tiene más remedio que atravesar la niebla. Los días azules de la infancia se dan por hecho y parecen eternos, pero no lo son. No son eternos y por esto vuelven a golpearnos en la oscuridad emocional de nuestra vida adulta.
Yo quería saber quién tenía el papel y qué decía el papel. ¿Lo guardaron? ¿Está enmarcado en alguna parte? No he conseguido averiguarlo. El último verso de Machado, de su mano, ¿y perdido para siempre? Mi padre me explicó que la importancia del verso ha venido después, en el boca a boca de la anécdota, en el mito del poeta. La frase se apuntó, sin importancia, en un papel sin importancia y la importancia está en todas nuestras mentes. La frase es inmortal porque la sostenemos entre todos con nuestras versiones emocionales de un verso gracias, seguramente, a que no hemos visto nunca el papel.
Imaginen. Todo esto, ríos, mares de tinta, sobre una idea. Ocho palabras. El poema de poemas. El resumen del mundo. Toda el alma del mundo en un susurro de aire. Hay gente que nace inmortal.