El imperio de los mediocres
«España S.A. no es más que una gran empresa (o sociedad cooperativa), de la que todos los españoles somos accionistas»
Hoy, querido lector, me siento como si fuera a «ordeñar una cabra macho» (del latín mulgere ircum), es decir voy a intentar lo imposible. En este artículo mi asidero es el buen juicio y el menos común de los sentidos. Lee este texto con la mente abierta. No me juzgues a mí, sino a mi propuesta. Abstráete de tu ideología. Si lo que te propongo tiene sentido, únete.
Empecemos. Cuando uno tiene un problema de corazón acude al mejor cirujano cardiovascular posible. Al enfrentarnos a una demanda legal, contratamos al mejor abogado a nuestro alcance. En caso de querer reparar el coche, acudimos a un mecánico de confianza. Si queremos reparar la caldera llamamos al técnico que sabemos va a hacer un buen trabajo. Al buscar reforzar nuestro equipo de fútbol, exigimos que se contrate al mejor futbolista. Cuando el Estado necesita asistencia jurídica acude al cuerpo de abogados del Estado.
Obvio, ¿no? Lo único que buscamos es contratar talento con la experiencia precisa para sacarnos de un aprieto.¿Acaso se nos ocurre contratar a la persona más mediocre, y sin cualificaciones especificas simplemente porque es locuaz, tiene buena presencia, o pertenece a un colectivo ideológico con el que tenemos afinidad? ¿No exigimos acreditaciones específicas para la labor en cuestión y exigimos que no haya intrusismo en las profesiones?
Hasta aquí todos de acuerdo. Nadie en su sano juicio puede oponerse a este razonamiento.
Entonces, ¿por qué votamos ahora a políticos mediocres, a aparatchiks sin preparación, sin capacidades profesionales específicas, sin cualificaciones sobresalientes? ¿Por qué no exigimos excelencia en la política?
Tenemos la suerte de contar con un admirable cuerpo de tecnócratas y profesionales en la administración del Estado, gente increíblemente preparada y que conoce las entrañas de España en profundidad. Pero para liderarles, últimamente optamos por la más absoluta mediocridad. Con líderes mediocres, resultados penosos, esa es la ecuación. Por ello, es absolutamente intolerable, que en el momento actual de extrema urgencia, donde España se asoma al abismo, la sociedad permita que los fondos europeos (nuestra salvación) sean administrados por un grupo de líderes insignificantes profesionalmente (con honrosas excepciones), y que la ansiada recuperación económica sea gestionada por gente que ha fracasado estrepitosamente.
Estamos de acuerdo en que la democracia es el menos malo de todos los sistemas de gobierno, quizá el único válido. Si queremos que la democracia sobreviva a los populismos y a la mediocridad, tenemos que intervenir. Como afirma Tony Barber en el FT, “las amenazas a la democracia no vienen solo de regímenes autoritarios en el extranjero, sino de líderes libremente elegidos en nuestros propios países, los cuales corroen las normas de convivencia atrayendo una base popular enfurecida, y denigrando las instituciones”. ¿Resulta familiar?
¿Y qué solución práctica hay? Muy sencillo, debemos recurrir de manera extraordinaria a las élites, a los especialistas, a los técnicos, a los que saben resolver, independientemente de su ideología. Hay que encargar a los más capacitados para que diseñen la salida de la crisis, gestionen los fondos europeos, y realicen una asignación eficiente de los recursos. Necesitamos invertir cada euro en aquel sector que tenga un mayor efecto multiplicador, en aquellas áreas que erradiquen más rápido la precariedad y la pobreza, y redistribuyan la riqueza de manera productiva. Hay que evitar que se repartan los fondos en función de intereses electorales.
Pero, ¿por qué los más capacitados no están en política? La clave radica en las barreras de entrada inspiradas e impuestas por los más mediocres y populistas de la clase política, con el objetivo encubierto de excluir a las élites. ¿Y cómo se ha cometido este asalto al poder de los mediocres? Sencillamente porque se ha reglamentado que si algún profesional sobresaliente decide dedicarse por unos años a devolver a la sociedad lo que ha recibido de ella, al acabar su mandato no pueda volver a su trabajo durante dos años. También porque saben que su vida privada se hallará expuesta a toda clase improperios por los medios de comunicación, y porque estos cargos estarán muy mal retribuidos para los mejores (aunque sí sean excesivamente jugosos para los mediocres). Solo brillantes tecnócratas de la administración del Estado, notables profesionales al final de su carrera o personas con una enorme vocación de servicio (los cuales son muchísimos, gracias a Dios) pueden realizar tal sacrificio. Por lo tanto en política, salvo en las citadas excepciones, hay una tendencia a la selección negativa, es decir, acuden a ella aquellos que no tienen mejores opciones en la vida real.
España es un extraordinario país afortunadísimo en cuanto a recursos de todo tipo, ya lo he explicado en otros artículos. No tenemos más que gestionar y sacar partido a lo bueno que atesoramos en beneficio de todos. ¿El país está al borde de la ruina y nuestra única esperanza la vamos a poner en manos de algunos de los pirómanos que ayudaron a propagar el incendio con su ineptitud?
Por eso hoy hago un humilde llamamiento cívico apolítico, independiente de los partidos, para promover un movimiento que impulse la creación de un gobierno de salvación nacional. Este nuevo gobierno amparado por la Constitución estaría conformado por los mejores gestores independientes, y cuyo nombramiento sería consensuado por los partidos con mayoría parlamentaria. Es la sociedad civil, junto a experimentados tecnócratas de la Administración, los que pueden asumir el desgaste político que suponen las grandes reformas e inversiones que el país necesita. Los políticos de carrera rara vez quieren asumir políticas audaces y reformistas por el desgaste que eso puede suponer en la urnas. Además, con el desgraciado debilitamiento del bipartidismo, los grandes partidos gobiernan a corto plazo, a golpe de encuesta, y mirando de reojo a sus competidores políticos en los extremos, ahuecándoles los espacios, pero sin buscar su desaparición (puesto que son útiles para conformar mayorías).
Esto no es algo ingenuo o idealista, ya se ha hecho en Italia con Mario Draghi. Solo necesitamos generosidad por parte de la oposición, liderazgo por parte de los gobernantes y muchísima presión social.
No es tan difícil. España S.A. no es más que una gran empresa (o sociedad cooperativa), de la que todos los españoles somos accionistas. Nuestros clientes somos nosotros mismos, juntos con todos los visitantes a nuestro país, y todos los compradores de nuestros productos y servicios en todo el mundo. Tenemos ya un gran presidente del consejo de administración de dimensión internacional, como es el Rey. Por lo tanto solo necesitamos nombrar al consejero delegado y a sus directores generales. El resto existe ya en los fantásticos cuerpos de administración del Estado. Hay que gestionar España S.A. en beneficio de todos: accionistas, trabajadores y clientes. Como cualquier empresa. Si abandonamos los criterios políticos e ideológicos para salir del agujero, el efecto será monumental y cambiaremos el futuro de España inmediatamente. Permutemos la desunión, el odio, el egoísmo político, la algarada y el terrorismo callejero, la división, los nacionalismos que nos enfrentan, por la unión, la cooperación, el trabajo en equipo, la alegría y el compañerismo, la tolerancia, y todo con claros objetivos: mejorar la calidad de vida, conseguir la igualdad de oportunidades, aumentar nuestro nivel educativo, invertir en nuestro futuro vía innovación.
¿Hay alguien en su sano juicio que no quiera lograr estos objetivos, independientemente de sus pensamientos políticos?
Decía Oscar Wilde que «cada acierto nos trae un enemigo» y que «para ser popular hay que ser mediocre». Huyamos del imperio de los mediocres y avancemos hacia esta Nueva Transición. ¡Únete y viraliza la revolución!
#gobiernodesalvacionnacionalya
#revolucionviral
Nota: ¡Uff! Me he quedado a gusto. Ingenuo de mí, al menos lo he intentado. En el futuro, podré decirle a mis nietos que hice lo que humildemente estuvo en mi mano. ¿Y tú?