THE OBJECTIVE
Álvaro del Castaño

Memento mori

En la antigua Roma, el Senado tenía prohibido que los ejércitos victoriosos entraran en la capital

Opinión
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Memento mori

FOTO VIA TED

En la antigua Roma, el Senado tenía terminantemente prohibido que los ejércitos victoriosos romanos entraran en la capital. Cuando un general volvía tras una campaña de victorias militares, el protocolo solo le permitía que él, su guardia personal, y algunos músicos hicieran la entrada triunfal en la ciudad imperial. Durante el recorrido por las calles de Roma hacia el Senado, el líder victorioso recibía como único premio un solitario esclavo y una simple corona de laurel. El general, conduciendo su imponente cuádriga arrastrada por cuatro donceles en línea, recorría calles y plazas. El pueblo le vitoreaba y le lanzaba flores. Situado a un paso detrás del general, en un imposiblemente discreto segundo plano, el esclavo mantenía a pulso la corona de laurel sobre la cabeza del triunfador, sin tocarle. En plena euforia de sus conciudadanos, en el momento más álgido de los vítores de la plebe, la misión del siervo era la de acercarse al militar y susurrarle al oído «Respice post te! Hominem te esse memento!» («¡Mira tras de ti! Recuerda, que solo eres un hombre»).

La legendaria frase «recuerda que morirás», o «memento mori» en latín, nos recuerda que como seres vivos solamente tenemos dos certidumbres: nacemos y morimos.  La muerte es el ejemplo palmario y lapidariamente empírico de nuestra humanidad. Para los no cristianos, para aquellos que no creen en el mas allá, la parca es precisamente lo que les debería proporcionar valor a su vida. Para los cristianos es el glorioso tránsito al otro mundo. La vida es un camino hacia el deceso, y vamos muriendo minuto a minuto desde que nacemos. Ese recorrido consciente a través de la luz hacia el otro lado es lo que nos define como seres humanos, y nos distingue del resto de criaturas de la creación. Tenemos que aceptar lo inexorable de ese camino.

Volviendo al 2021, quiero aventurarme a afirmar que la maldita pandemia se ha convertido en nuestro particular «esclavo romano». Nos susurra en nuestra consciencia que tenemos fecha de caducidad incierta y variable, y que la muerte es parte de la vida diaria, componente intrínseco de nuestra humanidad. Hasta hace tan solo un año, el tema de la muerte era casi un tema tabú. Cuando acaecía, nuestro esfuerzo por desplazar su significado real lo convertía en un acto sociológico y costumbrista excesivamente formalizado, puro boato o rito de paso. Habíamos transformado el óbito en algo social con el fin de evitarlo: el pasamanos del tanatorio, el entierro multitudinario, el funeral ritual, las muestras de dolor. Además, como el endiosamiento del ser humano ha alcanzado las máximas cotas y nuestra vanidad esta absolutamente desbocada, la pandemia también nos ayuda a recordar nuestra propia fragilidad y vulnerabilidad. En plena era de la revolución tecnológica, esta desgraciada epidemia nos recuerda que la ciencia, la bendita ciencia, esa que habían convertido en una nueva religión, no nos hace inmunes al fracaso y a la muerte. Me atrevo a polemizar con el increíblemente exitoso y fatalista escritor Yuval Noah Harari (autor de Sapiens – y para mí uno de los textos más tristes de los últimos años), que afirma en su reciente artículo del Financial Times justo lo contrario: «…2020 ha demostrado que la humanidad ya no está indefensa. Las epidemias no son ya fuerzas incontrolables de la naturaleza. La ciencia las ha convertido en un reto gestionable». Discrepo con Harari porque pienso que esta pandemia ha puesto de manifiesto justo lo contrario, que pese a la ciencia, el progreso y la investigación estamos aun sometidos a la tiranía de la naturaleza. La ciencia no lo puede todo, y nos damos cuenta de que el hombre puede pasar rápidamente de ser un falso semi-dios rebosante de vanidad conduciendo su cuadriga victoriosa, a convertirse en un simple naufrago indefenso abatido por las olas furiosas del gigantesco océano enfurecido de la vida. La nave que ha rescatado al ser humano tras el naufragio ha sido el salvavidas de la ciencia, pero desgraciadamente esta embarcación no evitó la tragedia.

El doctor David Bentley Hart, filósofo y teólogo norteamericano, precisa que el término «memento mori» tiene una traducción literal ligeramente distinta a la previamente mencionada. Hart mantiene que la frase latina se traduce mejor como «recuerda morir». Interesante matiz, pues la crisis actual nos puede ayudar a aprender a morir, a recordar que la muerte no es una oscura y lejana desgracia que le ocurre a los demás. Fallecer no es el final, sino parte del ser humano y como tal hay que aceptarla para llegar a ella como hombres libres. Pérez Reverte lo explica claramente en una entrevista en ABC: «Nuestros bisabuelos o tatarabuelos, que estaban más acostumbrados a lo real, lo sabían perfectamente. Conocían la fragilidad de sus vidas y actuaban, o intentaban hacerlo, con arreglo a esa lucidez. Las lecciones que extraían de cada golpe, de cada burla malvada del cosmos o de los dioses, eran más firmes y duraderas. Vivían sabiendo que iban a morir y que ese camino tenía innumerables atajos. Hoy, sin embargo, hemos decidido vivir como si no fuéramos a morir nunca».

Por otro lado desde el punto de vista filosófico clásico, Platón y Sócrates explican claramente porqué no se debe tener miedo al óbito. En el diálogo del Fedón o de la Inmortalidad del alma, nos enseñan que hay que recibir a la guadaña con alegría porque no sólo existe una vida en el más allá, sino que hay una ley cósmica que premia o castiga las almas, según su comportamiento en este mundo. ¿Qué es la muerte, se pregunta?:

«Todavía puedo añadir nuevas razones para convenceros de que la muerte no es un desgracia, sino una ventura. Una de dos: o bien la muerte nos deja reducidos a la nada, sin posibilidad de ningún tipo de sensación, o bien, de acuerdo con lo que algunos dicen, simplemente se trata de un cambio o mudanza del alma de este lugar hacia otro».

Para concluir, tengo que mencionar lo útil que ha sido el famoso miedo a la muerte para los tiranos. Podríamos decir que la amenaza de muerte, el miedo escénico a la guadaña, ha sido tradicionalmente el principal arma del poder político para someter al pueblo. Nos han conducido a interiorizar en lo más profundo de nuestro ser que la parca es la espada de Damocles. Algo que nos tiene que tener atenazados, cuando en realidad – y esto no lo digo en sentido literal, sino con ánimo de provocar una reflexión – fallecer no es más que la gran liberación, es la desaparición de todo dolor y deseo, es el tránsito del alma.

Ahora relájate, vas a morir. Precisamente eso es lo que te hace humano.

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