Pablo e Isabel
«Me imagino el plató de la Tuerka con los focos recién apagados y sus contertulios estirándose en las sillas. Monedero arranca la scooter, Espinar pide un taxi, y Pablo e Isabel hacen lo más noble que se puede hacer después de trabajar: buscar un bar abierto»
Algunos madrileños sabrán que Pablo Iglesias e Isabel Díaz Ayuso comparten año, mes y día de nacimiento: 17 de octubre de 1978. Esta divertida coincidencia seguro que fue tema de risas y coqueteo entre ellos, entonces dos jóvenes de treinta y pocos, cuando compartían mesa de análisis en la Tuerka.
Quiero creer que tras aquellas tertulias de garaje Pablo e Isabel compartieron alguna cerveza en un bar de Vallecas, y quizá alguna confidencia respecto a sus proyectos e intenciones. En 2012 la política comenzaba a infiltrarse en todos los rincones de nuestra intimidad, como aquella extraña presencia en la Casa tomada de Cortazar, pero siempre quedaba algún cuarto en el que encerrarse momentáneamente a disfrutar de una charla más personal que política.
Me imagino el plató de la Tuerka con los focos recién apagados y sus contertulios estirándose en las sillas. Monedero arranca la scooter, Espinar pide un taxi, y Pablo e Isabel hacen lo más noble que se puede hacer después de trabajar: buscar un bar abierto. Los veo. A ella no le interesa Toni Negri y a él no le conmueve Enjoy the Silence, pero ambos sienten la dulce tensión que descarga el antagonismo político. Pablo e Isabel han sido adolescentes en el Madrid de los noventa, con sus pijos, grunges y bacalas, donde los chupitos eran a veinte duros y la política no rompía amistades ni corazones.
Todo esto son fantasías de un columnista, claro. Pero al leer un simpático intercambio que mantuvieron en Twitter en aquellos días, me pregunto qué se ha quebrado para que Pablo clame con tanta rabia por la encarcelación de Isabel. Pablo, ya lo sabemos, representa el espectáculo de la política y la política del espectáculo. Es la carpeta forrada con la foto del Che, el disco de Ska-P, las fiestas del PC y el Vicepresidente del Gobierno. Isabel, como Cifuentes, es un ejemplar de esa derecha chulapa, poco pija y poco acomplejada: toros, madridismo, Malasaña y Presidenta de la Comunidad de Madrid. Él conoce bien su catecismo, ella ha sido la salvadora imprevista de un imperio en decadencia. Ambos son chicos de la variopinta clase media madrileña.
Pero les une algo más: Pablo e Isabel disfrutan demasiado del odio que provocan en sus adversarios. Y eso me preocupa. Se celebra que Ayuso no se acompleje ante las bravuconadas de Iglesias, como se celebraba que Iglesias no se achicase ante la presión de la casta. Pero nadie debe regodearse en ser el espantajo de la mitad de sus electores.
Entiendo que el antagonismo les siga atrayendo. Pero deben percatarse de que también enciende a los madrileños. Y mientras que ellos podrán volver a cervecear donde toque, entre nosotros están abriendo una fractura cada vez más insalvable.