Les Berbereches
«El voto madrileño ha sido un buen sopapo de libertad a esos charlatanes y sus patrullas morales, siendo la derrota del populismo de los narcisos una gran noticia tanto para la convivencia como el idioma»
La izquierda narcisista sigue sin entender las razones de su derrota en Madrid. Solo Iñigo Errejón ha acertado al señalar que quizá no sea muy inteligente insultar al pueblo que quieres gobernar. Podemos y PSOE ofrecieron a los jóvenes un proyecto lleno de amargura y un lenguaje guerracivilista. Y estos, obviamente, se fueron en masa al Partido Popular. Pablo Iglesias siempre había sido aquello que Frédéric Bastiat definía como un «falso filántropo». Prometía tomar el cielo por asalto, pero su única aportación a nuestra política fue la naturalización de los insultos, las amenazas y el acoso. La nueva (vieja) izquierda, bunkerizada en sus chalés, definió Madrid como un infierno lleno de fascistas tabernarios. Era la prueba del definitivo alejamiento entre las élites progres y los trabajadores. Era un indigesto bolivarianismo caviar.
La campaña del exvicepresidente del Gobierno español fue la del yo-mi-me-conmigo. El menos ejemplar de los políticos quiso hacernos creer que él y su moño iban a cumplir, por una vez, su palabra. Pero ya no tenía ninguna credibilidad. Tampoco su compañera, Irene Montero. En campaña, ella gritaba un lenguaje triplicado: «¡Niños, niñas, niñes!». La inflación discursiva, como los golpes en el pecho, son postureo para aparentar una superioridad moral que ya pocos les otorgan. Virtue signaling, le llaman a esta fantochada. Por suerte, el voto madrileño ha sido un buen sopapo de libertad a esos charlatanes y sus patrullas morales, siendo la derrota del populismo de los narcisos una gran noticia tanto para la convivencia como el idioma. Espero que, desde la papelera de la Historia, no sigan con esa matraca insufrible.
Tampoco atina el PSOE con el diagnóstico. El sanchismo era un relato muy alejado de la experiencia vivida por los madrileños. Con sus jueguecitos rufianescos pretendían colarnos que el PP era el partido de los bares, y el suyo, el de los hospitales; cuando la realidad es que los populares defendían un equilibrio entre la economía y la salud, y ellos se oponían a todo lo que llevara la firma de Isabel Díaz Ayuso. Mientras Pedro Sánchez y sus ministros se zampaban jamones de bellota 5J a cuenta del erario, era la autonomía la que hacía frente al coronavirus y el desempleo. El entonces ministro de Sanidad Salvador Illa ni siquiera se dignó a acudir a la inauguración del hospital Isabel Zendal.
Hoy Madrid atrae empresas, inversiones y talento, porque la libertad no solo es buena, también funciona. Pero la 2 de Sánchez, Carmen Calvo, limita la autocrítica, por decir algo, al señalar que «para un socialista es difícil hablar de cañas, de ex y de berberechos». Claro, bonita, una socialista progresista tendría que hablar de berberechos, berberechas y berbereches. Si la guerra cultural de los maquiavelitos de Sánchez es sacar a Franco a pasear y presentar a los trabajadores como nazis vermuteros, el 4-M habrá sido el principio de su fin.