¿Quién dijo fascismo?
«No es extraño que la derecha siga gobernando en Madrid. Pocas cosas deben de ser tan estimulantes como sentir el miedo de la izquierda exquisita a la llegada de los bárbaros»
Hay que ser muy presuntuoso para seguir pensando a estas alturas que firmar un manifiesto puede tener algún tipo de influencia en la vida pública. Quizá sea por un punto de ingenuidad, que por publicar una tribuna semanal en el periódico que unos pocos leen y otros menos aplauden uno crea que tiene capacidad de influir. No, ya no estamos en los años ochenta ni en los noventa. En esta década de crisis sucesivas y agitación política no solo se ha derrumbado el crédito de los partidos, sino que los popes de siempre, los opinadores que siguen escribiendo en prensa como si siguieran imprimiéndose cientos de ejemplares al día y los quioscos no hubieran desaparecido de las calles españolas, se han convertido en animales mitológicos.
Y ahora que ha pasado la campaña electoral madrileña, ahora que esa altísima polarización política entre supuestos fascistas y comunistas se ha convertido en un mal recuerdo, parece aún más extemporáneo ese manifiesto que lanzó un grupo de intelectuales exquisitos reclamando el voto a la izquierda progresista y así conseguir que la derecha y la ultraderecha «después de 26 infernales años de atentados contra los derechos y la dignidad de la mayoría ciudadana». Según los firmantes, solo la izquierda progresista podría «cortar en seco el avance del fascismo en nuestro país y poder trabajar por un Madrid sin exclusión social, sin machismo ni xenofobia». El «retroceso histórico» podía convertirse «en una pesadilla en toda regla».
Entre los primeros firmantes de una lista en la que figuraban ex de Podemos como Monedero o Bustinduy, estaba Antonio Muñoz Molina. Y eso que poco antes, en una columna, había escrito que si había algo urgente que pudiera hacer quienes influyen en la vida pública era no hacer ni decir nada que contribuyera al envenenamiento del debate: «Es difícil saber qué puede cada uno hacer, así que al menos está bien empezar por lo que puede no hacer, a la manera budista o hipocrática, con el propósito en apariencia limitado, pero en el fondo radical, de «no hacer daño»: no añadir un exabrupto, una mentira, una tergiversación más».
No es extraño que la derecha siga gobernando en Madrid. Pocas cosas deben de ser tan estimulantes como sentir el miedo de la izquierda exquisita a la llegada de los bárbaros. Siguen sin entender que las mayorías absolutas de Esperanza Aguirre no se debían solo a que los madrileños fiaran su voto a quien les ofrecía vivir en una urbanización con garaje y piscina, sino que, cuando la insultaban y la despreciaban, insultaban y desprecian un modo de vida comodón, sí, conservador, y por eso mismo atractivo. Nada resulta más fácil que ahorrarse preocupaciones y poder sentarse en una terraza el fin de semana.
Así vive el español medio, el que prefiere las croquetas al caviar, y eso lo ha sabido entender Ayuso mejor que nadie después de un año en el que las noticias sobre contagios, muertes y restricciones se han vuelto insoportables. Ha pasado la campaña y Muñoz Molina se sorprende en una nueva tribuna de los insultos que ha recibido por unirse al manifiesto: «Señoritos pijos todos nosotros, paniaguados, tontos útiles, más o menos débiles mentales, hipócritas o biempensantes que por ganarnos dignamente la vida por nuestro trabajo no tenemos derecho a reclamar la justicia social ni la igualdad entre las personas. […] Es muy fácil reírse de las tonterías y las ridiculeces de la izquierda». ¿Fascismo, pesadilla? ¿Quién dijo eso?