THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Quintana Paz

Pero ¿quién vota aún al PSOE?

«Votar PSOE sería la vía, pues, para autoconvencerte de que aún puedes hacer cuanto hacías con aquella edad: correr, atildarte, copular»

Opinión
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Pero ¿quién vota aún al PSOE?

SUSANA VERA | Reuters

Seré sincero: no me gusta el PSOE. Sí me gusta, en cambio, Max Weber. Este sociólogo alemán inventó hace un siglo algo que usaremos aquí: sus famosos «tipos ideales».

¿Qué es un «tipo ideal»? No se trata, anticipemos, de un señor que sea muy amable, muy correcto, muy ideal. Weber buscaba más bien una herramienta con la que entender mejor lo social. Le vino entonces a las mientes hacer algo semejante a lo habitual en ciencias naturales.

Todos sabemos, por ejemplo, que cuando uno habla de un punto en el espacio, eso es una mera figura ideal, conceptual. (Es imposible dibujar un punto real que sea igual a los puntos ideales de la geometría, pues el punto dibujado siempre tendrá alguna dimensión, medirá unas pocas micras de ancho y largo, mientras que los puntos geométricos, por definición, no miden nada). También es imposible trazar una recta que sea completamente recta o construir una esfera perfecta. Pero eso no quita para que la física trabaje con esos conceptos ideales al explicar el mundo real. Ni para que le resulten muy fecundos.

Pues bien, los tipos ideales de Weber son similares a esos conceptos ideales de las ciencias naturales, solo que en las sociales. Weber estudió, por ejemplo, el tipo ideal del protestante del siglo XVI, aunque su descripción no se correspondiera con ningún creyente protestante concreto ni de esa ni de ninguna época. Lo mismo ocurre con el tipo ideal del feudalismo (aunque ningún país lo realizara sin sus propias particularidades) o con el del capitalista (ninguno de nosotros, ni siquiera Juan Ramón Rallo, es el capitalista ideal). Esos tipos ideales de lo que es un protestante, un sistema feudal o un capitalista, aunque sean solo eso, idealizaciones, nos ayudarán, pensaba Weber, a entender la sociedad. Y así fue. 

¿Por qué explicamos todo esto? Porque aquí también nos disponemos a recurrir a unos cuantos tipos ideales para responder a la misteriosa pregunta que intitula nuestro texto: ¿quién sigue votando al PSOE?

Esto supone un enigma porque basta mirar al pasado de tal formación para comprobar que, a diferencia de los tipos weberianos, este no resulta nada ideal. Violencia, amenazas de golpes de Estado, golpes de Estado, colaboración con dictaduras, terrorismo de Estado, corrupción brillan en la historia del socialismo español para quien desee conocerla (esto es, quien desee ir más allá de lo que el profesor medio de Historia te va a enseñar). Tampoco el currículo gobernante del PSOE resulta especialmente admirable: tanto Zapatero como Sánchez han vuelto el país más crispado, más desempleado y menos unido que como se lo encontraron.

Con todo, lo cierto es que el PSOE sobrevive siempre como alternativa de gobierno; en un artículo anterior ya explicamos que eso seguramente se deba a lo que llamamos PSOE state of mind. También aquí en The Objective nos ha detallado Pablo de Lora los ingredientes que contienen los actuales «potitos de izquierdas». Vamos a intentar aportar aquí, a tales estudios iniciales de psoelogía, un tercero: el de los tipos ideales sociológicos que votan al PSOE. Tal vez ninguno de los cinco tipos que describiremos se corresponda con ninguna persona real; tal vez, por el contrario, sí le resulte a usted alguno clavado a su vecina la funcionaria o a su tío el del pueblo. Pero ya hemos explicado que eso, a la postre, no es weberianamente lo esencial.

¿Quién vota, pues, aún al PSOE? El primer grupo que sobresale es, sin duda:

1. Las Charos

Florece cierta controversia entre los expertos sobre quién puede considerarse, de veras, una Charo. Algunos autores, sobre todo de las escuelas de Forocoches o Burbuja.info, manejan una definición muy restrictiva. De acuerdo con ella, solo serían auténticas Charos quienes reunieran todas y cada una de estas características:

«Una charo es una mujer soltera/divorciada, de más de 30 o 35 años, generalmente sin hijos, se caracteriza por estar siempre amargada, vivir sola, bueno, con sus gatos, ha tenido, tiene y tendrá problemas de depresión, el Prozac es un clásico en su vida y su vida sexual se limita a un consolador de su color favorito. Es la mujer liberada que no necesita un hombre en su vida y ese rollo funcionó hasta que se le pasaron los 30 o los 35 años, ahora está quemada de la vida y es, en el mejor de los casos, un juguete roto».

Existen también definiciones menos estrictas. Así, Ana Iris Simón en 2019 resumía las características de la Charo como «una mujer de mediana edad, normalmente divorciada, que cree que tener un satisfyer es una personalidad y que el PSOE es de izquierdas». Beatriz Miranda añadía meses después otras notas, como los prototipos (o prototipas) en que se mira la Charo,

«una tipa ajada de izquierda. Ojo que no tiene que ser vieja: puedes ser ‘charo’ con 29. La condición es estar maltratada por la vida y refugiarte en un izquierdismo lobotomizante. Suele ser funcionaria, pero no siempre. Divorciada las más de las veces. Fumadora de Marlboro light, da la turra con el 8-M como si ella fuera la única que entiende el feminismo y es ideológicamente cerrada, aunque vaya de lo contrario. Lideresas de las ‘charos’: Almudena Grandes, Adriana Lastra, Maruja Torres, Elvira Lindo, Julia Otero…»

Hace una década, con todo, se esbozó ya en Burbuja.info una definición de Charo que ha devenido canónica, pero es demasiado extensa para traerla aquí. Bástenos espigar de ella rasgos como que la Charo prolifera sobre todo en España (lo que ayudaría a explicar nuestro PSOE state of mind): seríamos «el Estado Charo por antonomasia: La Charocracia». «Ellas saben, ellas conocen, ellas son titanas de la ética y la moral. Ellas sí. Tú no». «Y punnnnnnnto» (al parecer, la sociolingüística charo revelaría que esta expresión abunda entre ellas cuando desean zanjar discusiones contigo).

En suma, pese a la pluralidad de interpretaciones, toda la bibliografía citada corroboraría nuestra hipótesis inicial de que el PSOE se nutre proficuo de las Charos y las Charos son votantes asiduas del PSOE; con lo que podemos ya pasar al segundo grupo ideal de sus votantes.

2. Los gayers

Este colectivo, aunque antaño numeroso, es cada día más reducido, lo que está desembocando en su radicalización. ¿Estamos diciendo que cada vez hay menos gais? No, estamos diciendo que cada vez hay menos gayers, concepto muy diferente al del mero gay.

En efecto, para ser gay basta con ser varón y sentirte atraído sobre todo por otros varones. Pero el gayer va más allá. El gayer hace de su preferencia sexual una preferencia política. (A eso ayuda, sin duda, que la izquierda predique que «todo es político»). Y esa preferencia política no va, como era frecuente en las SA, hacia la ultraderecha; tampoco, como en común en Nuevas Generaciones, hacia el centroderecha. El gayer dictamina que si eres gay tienes, por fuerza, que votar a la izquierda, preferentemente al PSOE.

Para justificar tal exigencia, el gayer suele apoyarse en la historia (la famosa aprobación por Zapatero del matrimonio igualitario allá por 2005, con el rechazo del PP). También halla respaldo en las numerosas asociaciones gayers que el PSOE riega de subvenciones (y que el PP, temeroso de que se recuerden sus hechos del 2005, nunca deja de subvencionar).

Con todo, pese a la potencia de estas dos buenas razones, cada vez cuela menos esto de que quién te guste en la cama decida por ti quién deberá gustarte en la urna. Las jóvenes hornadas de gais tienen un problema para el PSOE: se han creído que, de veras, son libres, no solo en su sexualidad, sino también en política. Y, por tanto, cada vez se tragan menos eso de tener que votar socialismo porque sí. Lo cual, lógicamente, cada vez enfurece más a los gayers y demás socialistas. No sería extraño que pronto asistiéramos a una nueva homofobia made in PSOE: la que reprocha a todo gay que no les vote ingratitud, deslealtad al grupo y probablemente otros actos nefandos, incluso sodomíticos. No se dejarán arrebatar el voto gayer así como así.

3. Gente que cree vivir aún en 1936

Si el grupo 2, el de los gayers, se va reduciendo por el curioso empeño de los gais en votar lo que les dé la gana, este grupo 3 decrece asimismo, pero por meras razones biológicas. Sigue teniendo su peso, empero, aún en algunos pueblos, donde la ideología se hereda igual que las tierras del abuelo o la casona familiar.

Las rencillas con otros paisanos, probables votantes de otros partidos, acaban de decantar este voto. Y a veces algo más que el voto: recordemos que la matanza de Puerto Hurraco, que acabó con un 5% de su población (9 vecinos de 200), la efectuaron un par de hermanos afiliados a la PSOE, los Izquierdo; mientras sus dos hermanas, las Izquierdo, viajaban a Madrid a «convencer» a Felipe González de lo justa y socialista que era su causa. Toda una historia rocambolesca que Juan Madrid llevaría a su libro Malos tiempos, no apto para Charos, pero muy ilustrativo de que la España más negra no es ni mucho menos derechosa.

4. Gente que cree vivir aún en 1982

Este grupo lo forman personas que piensan que «ser socialdemócrata» es aún sinónimo de «ser moderna», como si aún vistiésemos todos pana mientras acudimos al cine para la última de Fernando Colomo. Cierto es que basta mirar alrededor para notar que ni predomina la pana ya, ni se acude apenas al cine, y pocos saben quién es Colomo. Pero es tan bonito sentirse moderna que este tipo de español sigue creyendo todo eso y, luego, vota PSOE.

Entendámoslo. ¡Es tan bello fingir que ignoras a dónde abocaron aquellas mayorías absolutas! Cuadra con fingir que ignoras ya pasada la juventud que te adornaba entonces. Votar PSOE sería la vía, pues, para autoconvencerte de que aún puedes hacer cuanto hacías con aquella edad: correr, atildarte, copular. Los conquistadores españoles erraron al buscar la fuente de la eterna juventud por Florida: estaba, mucho más cerca, en Ferraz.

5. Gente que odia al PSOE pero «uy, cómo voy a votar a la derecha»

Este colectivo se halla a menudo relacionado con el anterior; concretamente, con aquellos que se van apercibiendo, con dolor, de que ya no estamos en 1982. Ahora bien, el esfuerzo que les supone notar la verdadera esencia del PSOE suele dejarles exhaustos. Por ello, consideran grosero que esperemos de ellos cualquier pasito ulterior hacia su derecha. Prefieren, por lo general, nutrir las filas del Centro Centrado o de los moderaditos. Al fin y al cabo, ellas les permiten seguir creyendo en la misma superioridad moral (paradójica) que sentían por votar al partido de Puerto Hurraco (curiosamente).

Hay que señalar que este grupo se encuentra sobrerrepresentado entre los periodistas, columnistas y escritores que difunden sus ideas por España. Reconozcámoslo: cierto aire desencantado ante las derechas e izquierdas otorga aún lustre en sociedad. Sobre todo si luego acabas votando a la izquierda.

Mas, ay, de todo se cansa uno: y al final son pocos los que retuitean o comparten los artículos (siempre el mismo, en realidad) que escriben tales escépticos. Con lo cual, si usted, estimado lector, desea darles un pequeño pellizquito, le animo a que comparta en cambio por redes sociales este otro que acaba de leer. Eso sí, cuídese mucho de que no sea una Charo el destino de los whatsapps que envíe. Semejante error podría poner punnnnnnnto final a su relación.

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