La omertà popular
«Me cuesta comprender que los miembros de un partido ya condenado por corrupción antepusieran esa necesidad de apoyo hacia López del Hierro sobre la propia dignidad de la organización»
Quizás ustedes no lo sepan, pero tengo entre mis tareas parlamentarias trabajar en la Comisión de Investigación sobre la trama de corrupción Kitchen. Este espacio en el Congreso está dedicado a interrogar a miembros relacionados con este caso para extraer conclusiones que ayuden a esclarecer la realidad de lo sucedido, dentro de las facultades investigadoras que tiene el Parlamento por mandato constitucional.
Pues bien, para mí está siendo toda una experiencia política pero también vital. Es impresionante asistir a ciertas reacciones, relatos e incluso silencios que dibujan un pasado en el que es difícil creer que los pilares básicos del Estado de Derecho pudieran mantenerse en pie. Evidentemente, se trata de una trama concreta que no representa a todos los políticos – ni siquiera del Partido Popular- y que no me hace dudar del impecable funcionamiento que en general presentan cuerpos como el de la policía nacional, aunque sí me permite pensar que existen personas dispuestas a cualquier cosa y que, cuando tienen poder, lo usan para lograr eso que sea.
El pasado jueves, recibimos entre los interrogados a López del Hierro, un hombre mayor que descubrió su propia incorporación a la causa como investigado mientras se encontraba frente a los portavoces de la Kitchen, donde decidió guardar un casi secular silencio. Este hombre, para quien no lo sepa, es el marido de Dolores de Cospedal y parece ser que tuvo un papel clave en los movimientos para acabar con el poder de Luis Bárcenas. Por lo visto, el juez ahora le atribuye posibles delitos de cohecho, malversación y tráfico de influencias. Explico todo esto porque durante su comparecencia ocurrió algo que me hizo entender la importancia de su papel en el Partido Popular: la escena. Normalmente, -y más aún cuando los interrogados no son muy mediáticos- acudimos a la comisión los miembros de la mesa y los portavoces, sin embargo, ese día se acercó un buen número de diputados del Partido Popular, nerviosos, dispuestos a defender no se sabe muy bien qué. Como digo, la imagen de correligionarios en disposición de acompañar y a arropar a su compañero llamaba la atención.
Personalmente, entiendo los afectos, el respeto y el cariño en política. Además, creo que se puede confiar en la inocencia de cualquier persona hasta que se demuestre lo contrario. Dicho esto, me cuesta comprender que los miembros de un partido ya condenado por corrupción antepusieran esa necesidad de apoyo hacia López del Hierro sobre la propia dignidad de la organización en nombre de la que representan a un buen número de españoles y españolas. Quizás pueden ustedes pensar que exagero. Podría ser así si no fuera porque más tarde tampoco fueron pocos los diputados y cargos del Partido Popular que se sumaron al lamentable espectáculo de Dolores de Cospedal, que se atrincheró en el Congreso como forma de protesta porque la Comisión decidió posponer su comparecencia siguiendo estrictamente el procedimiento que indicaban los servicios jurídicos de la Cámara: ninguno de ellos fue capaz de aceptar y entender que la Comisión se había manifestado democráticamente y conforme al reglamento decidiendo que la comparecencia de la ex secretaria general de los populares no debía celebrarse.
En fin, es difícil romper con el pasado cuando el cainísmo y el corporativismo están por encima de la decencia y el respeto a las instituciones. No podemos olvidar que el pasado es importante en tanto en cuanto es parte del presente, por eso, Pablo Casado no puede buscar una salida en negarse a hablar de la corrupción de los que, por cierto, le auparon a la presidencia del partido mientras la omertá popular se hace evidente sin ningún tipo de pudor o disimulo. Quizás la defensa de la democracia por parte del partido popular deba empezar por aceptar el pasado, cuidar con decoro el presente y afrontar el futuro desde lógicas menos sectarias.