La sociedad del espectáculo (ideológico)
«Celebren ustedes lo que les dé la gana y sean felices. Más alegría necesitamos. Pero recuerden que no hace falta embadurnar cada jirón de la vida de política, y que se puede ser espontáneo aunque sea cinco minutos al día»
El otro día fui a vacunarme al Zendal. Iba con cierta aprensión, porque había oído que aquello era poco menos que Tinduf, pero aparqué sin problemas -el hospital está en mitad de un PAU, feo y desolado y parecido como todos los PAUs- y en diez minutos habíamos resuelto el trámite. No me saqué foto porque tampoco sabía a quién pedírselo, ni quise demorar el paso. Tampoco me pareció que hubiera un sentido profundo en el pinchazo, a la espera de ser desvelado y consignado en un par de frases campanudas y unos cuantos emoticonos.
Esto igual es raro, porque ahora parece que todo tiene segundas lecturas. Se diría que ya nadie hace nada que no tenga un significado ulterior e ideológico. No hay hechos desnudos, todo es simbólico y todo demuestra una verdad superior -que, curiosamente, siempre coincide con lo que cada uno ya pensaba antes del hecho. Esto empezó hace unos años en las redes sociales. Operaban a tu padre de un cáncer, o ibas a quitarte una verruga, y de repente el anuncio no era una mera muestra de alivio, preocupación o gratitud, sino que venía con relatito adosado. La sanidad. La sanidad pública. Los profesionales. El estado de bienestar. Los impuestos. Se hacían extraordinarias declaraciones, pero al final uno se quedaba con el culo un poco atravesado. A la vigésima vez que topabas con el sermón te entraba la tentación de responder: «Oiga, que me alegro por ud., pero me da lo mismo. Como si sale ud. de la Betty Ford».
La pandemia ha exacerbado esta tendencia. Primero se exhibía no llevar mascarilla, luego llevarla. Al principio había que exhibir despreocupación -¡una gripe!-, luego se hacía profesión de fe del quedarse en casa, de lavarse las manos, de aplaudir a los sanitarios, de lo que tocase o lo que dijese la autoridad esa semana. Luego ha venido la vacunación. A mí me parece bien que la gente celebre la vacuna, eh. ¡Faltaría! La vacuna es la única cosa celebrable desde que empezó todo este follón. Todo el resto ha sido una colosal mierda, y solo la vacuna representa claridad y esperanza. Y si la exhibición anima a vacunarse a gente que no lo tenga claro, tanto mejor.
Además, la ceremonia misma del pinchazo parece, esta sí, cargada de simbolismo -como la ceremonia sórdida del yonqui, que a veces parece más importante que el pelotazo de la heroína. Uno se sube la manga para vacunarse, y luego lleva una tirita a modo de condecoración. En inglés se habla de «llevar el corazón en la manga» (wear your heart on your sleeve) para referirse a la exhibición de los sentimientos propios. Llevarlos a la vista, «para que los piquen los grajos», como dice Shakespeare. Los grajos son cualquiera que abra hoy Twitter. A principios de los ochenta, cuando Glenn Gould volvió a grabar las Variaciones Goldberg, que le habían dado dado fama veinticinco años antes, expresó su desprecio por la versión juvenil así: «It wears its heart on its sleeve. It seems to say, ‘Please take note. This is tragedy.’ It doesn’t have the dignity to bear its suffering with a hint of quiet resignation». Hoy pareciera que la falta de carácter no es suplicar atención a cada momento para las neuras de uno, sino esa callada resignación que anima a contemplar tanto los gozosos pinchazos como las desgracias cotidianas con despego.
Léon Bloy hablaba de esos tipos que corren a buscar el Código Penal si descubren que su madre está sufriendo una violación. Hoy tenemos a quien, para recordar a una madre muerta, tiene que añadir que era muy de izquierdas o feminista, o del Atleti. Son gente destartalada, desguazada por la ideología, incapaz de relacionarse con la realidad y con la verdad profunda de su corazón si no es a través del juego de espejos deformantes de la opinión común. A mí me parece bien que nos hagamos fotos cuando nos pinchen la vacuna. ¡Faltaría! Celebren ustedes lo que les dé la gana y sean felices. Más alegría necesitamos. Pero recuerden que no hace falta embadurnar cada jirón de la vida de política, y que se puede ser espontáneo aunque sea cinco minutos al día.