Escupir para arriba
«Hay que desconfiar de la gente que tiene un dios al que se le puede ofender: o adoras a un ser omnipotente y eterno o a uno que se enfurruña cuando le mientan a la madre»
Un buen español blasfema un par de veces al día. Que si copón esto, que si cangoendiós lo otro. Esta ancestral costumbre de la tierra de María Santísima irrita, en ocasiones, a algunos guardianes de la fe que creen que el honor de Dios Altísimo puede defenderse en los tribunales. Qué cosa.
Hay que desconfiar de la gente que tiene un dios al que se le puede ofender: o adoras a un ser omnipotente y eterno o a uno que se enfurruña cuando le mientan a la madre. Hay que elegir. Lo mismo pasa con los santos o con la Virgen. Si yo estuviese en la presencia gozosísima de la divinidad, pasando la eternidad hasta las trancas de lo bueno, lo bello y lo verdadero, anda que me iba a importar lo que dijese Willy Toledo. De otro modo: menuda birria el Paraíso si te afectan los carteles de la feria de Murcia.
A Dios no se le puede ofender y esto es algo que los católicos saben. Dios es preexistente y perfecto, no necesita nada de nosotros y nada de lo que nos ocurre le puede afectar. Diré más: los verdaderos blasfemos son aquellos que piensan que un chascarrillo de mal gusto puede turbarle. Cuando un mequetrefe dice que si Cristo tal, la réplica del verdadero hombre religioso es la simple compasión. «Pobre necio» y a otra cosa.
Sin embargo, sospecho que los Abogados Cristianos (marca registrada), los nacionalcatólicos de mangas verdes y demás comparsas no defienden la reputación de la bienaventurada madre de Dios por celo apostólico, sino porque ese disfraz de cruzados favorece sus pedestres intereses políticos. No sé cómo pueden dormir. Si su dios se molesta con un pequeño exabrupto, cuánta cólera le provocará sentirse instrumentalizado.