Rufianes de la violencia
«En el subgénero de rufianadas de jugueteo con la violencia contra el adversario político, el diputado Rufián es solo un aprendiz en comparación con cómo se las gasta el derrotado líder de ese submundo: el exvicepresidente Pablo Iglesias Turrión»
El diputado Rufián sabe cómo moderar su irrefrenable afición a enredarse en su apellido. Se había moderado tanto, en su excelso papel de báculo del sanchismo, que habíamos olvidado aquella vocación tan suya de regalarnos performances parlamentarias quinquis, con fotocopiadoras, esposas y otros gadgets como aderezos de exhibición vergonzosa. Quizá el diputado Rufián echaba tanto de menos al rufián que le hizo célebre que decidió mostrárnoslo en el espejo de una colega suya, una tipa que se hace llamar ‘soy una pringada’ y que, efectivamente, lo deja todo pringado.
Su Señoría es muy consciente de que no debe banalizar la violencia, y menos aún participar en gracietas, difundidas por internet, que incluyan la sugerencia de matar a sus adversarios políticos. Porque si algo define el delito de odio son actuaciones como las de su vídeo-show. También sabe que, hasta hace no tanto, lo de matar a los adversarios que tanto disgustan a su invitada-espejo, y a él mismo, no era ninguna broma. Aunque entonces no hubiera Vox, de localizar y ejecutar objetivos se ocupaban los compas de Otegi, ese hombre tan admirado por su entrevistada.
No ignora el diputado Rufián que banalizar la violencia es una vía extraordinariamente eficaz para ponerla en marcha. Ni desconoce que la banalización de la violencia es el germen de toda esa furia pandillera, de maras y otros indeseables, que está infectando, como un virus letal, la vida social y el ocio de tantos jóvenes.
El diputado Rufián está obligado a saber que esa violencia banal en la que se regodea su invitada-espejo ha causado varias muertes y mucho dolor este verano. Debe conocer, por ejemplo, que Alex, el muchacho pateado en Amorebieta, no saldrá del coma. No puede ignorar que los matones que destrozaron a ese pobre chico banalizan tanto la violencia que ven muy divertido grabar su agresión y difundirla en sus redes sociales. Grabar y difundir la violencia, unos. A conveniente distancia, grabar y difundir la verbalización del deseo de violencia, los otros.
Hay que entender que el diputado Rufián quiere ser famoso. Es un anhelo que comparte con eso que invitó a su canal. Y es un empeño que anima también a las bestias que patean, roban, violan, torturan y graban a sus víctimas en manada para difundirlo en vídeo como exhibición de fuerza. Quizá no ha caído en la cuenta de con quiénes comparte aficiones: de con que deshechos inhumanos coincide en afán de notoriedad y banalización del crimen.
En realidad, el diputado Rufián ya es famoso. Pero parece que no le basta con la fama aneja a su cargo de portavoz de ERC en el Congreso. Es el portavoz parlamentario del partido más importante para la estabilidad del Gobierno de Pedro Sánchez. Conviene no olvidar, por ejemplo, que el no de ERC a los Presupuestos de 2019 puso fin al primer Gobierno sanchista, el de la moción de censura de mayo de 2018, y provocó las elecciones de abril de ese año. Pero ser portavoz de ERC en el Congreso debe de parecerle muy poco.
Lo dejó escrito Kafka mucho antes de que naciera el diputado Rufián: “«Les dieron a elegir si querían ser reyes o mensajeros de reyes. Eran niños: eligieron como niños. Todos quisieron ser mensajeros. Y, desde entonces, corren por el mundo, a los gritos, lanzándose unos a otros mensajes insensatos, porque no hay reyes».
El diputado Rufián también quiere ser mensajero. Por eso se montó un canal para hacer entrevistas. Y cuando su invitada reclama el asesinato político, el protagonista no mueve un músculo. ¿Habría mantenido tan impertérrito gesto si ese deseo mortal se hubiera dirigido, digamos, hacia cualquier partido político de izquierdas o nacionalista? No, ¿verdad?
Poco después de hacerse viral la gracieta de Rufián, quizá por casualidad, otros humoristas de similar tendencia pintaron una horca en la puerta de la casa de un diputado catalán de Vox, es decir, de uno de esos a los que la entrevistada del portavoz de ERC deseaba matar. La correlación no demuestra causalidad, pero en la larga trayectoria de terrorismo político en España la diana precede al disparo mortal.
Claro que en el subgénero de rufianadas de jugueteo con la violencia contra el adversario político, el diputado Rufián es solo un aprendiz en comparación con cómo se las gasta el derrotado líder de ese submundo: el exvicepresidente Pablo Iglesias Turrión.
Este fin de semana, Iglesias se ha estrenado en su recobrada faceta de articulista con un texto de justificación de todos los acuerdos con el PSOE: pasados, presentes y futuros. Todos para escapar de su propio fracaso político: el que obtuvo en Madrid en las elecciones del 4 de mayo. Y es que Madrid y el PP de Isabel Díaz Ayuso son la pesadilla de toda esa panda. «¿Y si gobernaran PP y Vox?», se pregunta espantado el exdiputado y exvicepresidente del Gobierno de Pedro Sánchez.
Como un artículo con el que poner cataplasmas a su derrota madrileña, y flores a todas las coaliciones que permitan gobernar al PSOE, tiene muy poco sex appeal, el exvicepresidente Iglesias lo encabeza con una creación artística: una pistola Parabellum (o Luger, es decir, nazi) con las siglas del PP y de Vox, y el mensaje encriptado «PP EN S.A. 78» como adornos. La amenaza de la violencia unida a la ignominia de acusar a quien se está amenazando con ser el auténtico violento… del que, lógicamente, hay que defenderse con justa violencia. Todo muy previsible.
Lo que no es previsible es que ni el diputado Rufián ni el exvicepresidente Iglesias -ambos muy prudentes- utilicen las entrevistas en su canal o los creativos encabezamientos de sus artículos para criticar -por ejemplo- la decisión de la comisión fallera Duque de Gaeta-Pobla de Farnals de cancelar parte de la quema de su falla para que no llegue a arder la representación de una mezquita y una media luna.
Sin duda, ambos compartirán el comunicado de indulto de esa parte del ninot: «Queremos comunicar, desde nuestro respeto y cariño a todas las culturas, la decisión de NO quemar la mezquita y luna que componen la obra por ser conocedores del significado que esto podría tener».
El exvicepresidente Iglesias podría recomendar al diputado Rufián que reutilice la última parte de ese comunicado fallero para pedir disculpas por no haber reaccionado ante el sorprendente deseo de su entrevistada de matar al adversario político. Dice así: «Nuestra intención nunca ha sido la ofensa sino todo lo contrario: la celebración de una fiesta donde todas y todos podemos y debemos darnos la mano». Casi seguro que ambos están en ello. Casi… casi.