La realidad virtual
«Los que trabajamos en comunicación sabemos que la anécdota siempre vale más que la generalidad, y que un caso contado con detalles y nombres tiene más valor que cien o mil sin rostro»
Baudrillard dijo famosamente que la Guerra del Golfo no había tenido lugar (n’a pas eu lieu). Se refería a la creación espectacular de la realidad a través de los medios de comunicación. Pero tan importante o más es lo que sucede y no se cuenta, o a qué altura de la página o del scroll se cuenta.
Por ejemplo, hace dos semanas tuvo lugar (a eu lieu) en suelo español, en Torre Pacheco, lo que la policía investiga como un atentado yihadista. Murió un hombre atropellado y murió el conductor suicida. En 2016-2017 hubo una oleada de atentados yihadistas en Europa, en la estela del Bataclan, que culminó para los españoles con el atropello de Las Ramblas, preludio de tantas otras cosas. Se hablaba mucho entonces de terrorismo, eran los días de gloria del Daesh, y recuerdo acaloradas discusiones en chats y foros.
Hace una semana, el INE recortó a la baja las previsiones de crecimiento de la economía española: del 2,8% al 1,1% de un trimestre a otro; y del 19,8% al 17,5% en el interanual. Es decir, que la recuperación que nos venían cacareando se hará esperar, como la primavera de Battiato.
Y qué les voy a contar del precio de la electricidad. O de que en Baleares haya un caso abierto de prostitución y desaparición de menores tuteladas y el gobierno autonómico no haya dicho ni mu.
Todas estas cosas parecen no tener que ver, pero algo tienen. Si el lector entiende por dónde voy, entenderá también cómo es posible que la polémica del momento sea la imposiblidad de abortar en España, cuando la proporción de nacimientos a abortos es de 3 a 1. O que vayamos a investigar antes si Franco mató a niños con polio en los 50 que la gestión de la crisis sanitaria que se ha llevado por delante a 100.000 españoles desde hace año y medio.
Los que trabajamos en comunicación sabemos que la anécdota siempre vale más que la generalidad, y que un caso contado con detalles y nombres tiene más valor que cien o mil sin rostro -esto, por lo demás, ya lo sabía Stalin. Con esta sencilla premisa se han construido en España en estos diez años largos partidos y televisiones, que es decir lo mismo. Antes se hacía con portadas de periódico, pero para saber que El País le dedica 169 portadas a Camps tienes que leer El País, o por lo menos hojearlo. Con la tele no hace falta: entra sola, y si no ya te la cuenta alguien al día siguiente en la máquina de café o en las cañas. Eso sí, hace falta buena factura técnica y la dosis bastante de jeta.
La maquinaria no lo puede todo, obvio es. En algún punto se choca con la realidad. En 2010 fueron funcionarios y pensiones, las dos realidades más reales de esta España fantasmagórica. Esta vez puede ser el precio de la energía, o la inflación que está induciendo, o la quiebra económica que nos han estado escamoteando, o todo junto. Sé que no será Cataluña, ni Bildu, ni nada de eso, que ya no le importa a nadie salvo a los que le importan esas cosas.
No obstante, y como parece que el panorama audiovisual se está agitando por la derecha, me permito recordar que es más fácil ganar cuando no juegas permanentemente en campo ajeno; que la propaganda más exitosa en España en estos diez años agotadores no ha sido la más exagerada -que ha tenido su lugar-, sino la que se abría a mayorías y presentaba sujetos aspiracionales para las clases medias educadas; que el cojonismo y los parches están bien si eso es lo que te pide el cuerpo, pero que la gente quiere que al menos el espectáculo esté bien hecho. Y que si está bien hecho y presenta a tipos de éxito, la peña es capaz de pagar 100 o 200 euros al mes para que le escupan en la cara.