Superhéroes cívicos
«En Cataluña, la verdad es molesta y la mentira tiene premio. En Cataluña, entre el ciudadano y la Generalitat no queda prácticamente sociedad civil que proteja la libertad»
La manifestación convocada por Sociedad Civil Catalana el 8 de octubre de 2017 supuso un duro golpe a la propaganda independentista[contexto id=»381726″]. En gran parte de la opinión pública extranjera habían calado dos mentiras, a saber, que Cataluña era una región sin autonomía, sometida a una España centralista, y que la sociedad catalana era homogéneamente nacionalista. No pocos periodistas extranjeros quisieron explicar una romántica liberación nacional, pero aquella demostración cívica en las calles de Barcelona les desmontó el relato facilón. Cataluña era plural y compleja. Franco llevaba más de 40 años muerto. Y el único peligro para la democracia era el golpe al Estado de derecho acometido en los plenos del Parlament de aquel mes de septiembre.
Aquella manifestación también fue una sorpresa para la propia elite independentista. Esta era consciente de que había catalanes que no estaban de acuerdo con la separación; sin embargo, no les creían capaces de movilizarse y defender sus derechos. Creían que el constitucionalismo, por temor o falta de compromiso, seguiría manteniéndose dócil y silente. Pero aquel día cientos de miles de catalanes salieron del armario político. Tras meses de angustia y humillación, decidieron lanzarse a la calle y levantar su voz. Por fin, aquel día dejamos de sentirnos solos. No había más remedio. Las otras opciones eran irse de Cataluña o callar para siempre.
Lamentablemente, la mayoría social pronto adoptó el olvido como mecanismo psicológico para poder vivir en una calma aparente. Es el mantra de Salvador Illa: «Pasar página». La mayoría silenciosa es ahora también una mayoría resignada. Ya no ve en el independentismo un peligro existencial, pero tampoco observa una alternativa real al nacionalismo y a la decadencia. Lógico. El Gobierno de Pedro Sánchez está más cerca de Waterloo que de la Constitución. Antes ampara a un prófugo que a un juez, generando unos incentivos perversos que España acabará pagando.
Así pues, el nacionalismo perdió la batalla del procés hace cuatro años, pero sigue con su guerra y no le está yendo nada mal. A pesar de aquella derrota, ha conseguido que el actual gobierno de España claudique y se arrodille en una mesa de negociación en la que solo el nacionalismo va a sacar tajada. ¿En qué están dispuestos a ceder los partidos independentistas? En nada. Van a conseguir más instrumentos y recursos de un Estado en retirada sin abandonar su hostilidad contra la Cataluña cívica y democrática.
Sin ir más lejos, la semana pasada los jóvenes de S’ha acabat volvieron a ser acosados por el independentismo en la Universidad Autónoma de Barcelona. Les destrozaron la carpa, les robaron el material, les lanzaron objetos. No hubo detenidos y el equipo de gobierno de la universidad eructó un comunicado que no podría producir más vergüenza a un espíritu libre. Era la plasmación sobre papel del sometimiento de las universidades catalanes al régimen. En Cataluña, la verdad es molesta y la mentira tiene premio. En Cataluña, entre el ciudadano y la Generalitat no queda prácticamente sociedad civil que proteja la libertad.
Pero no todo está perdido. Los chavales de S’ha acabat y asociaciones constitucionalistas, como Sociedad Civil Catalana, Convivencia Cívica Catalana o Universitaris per la Convivència, son una conciencia democrática imposible de apagar. Son los guardianes de la llama de la libertad. Son héroes cívicos, aunque no vistan capa, ni tengan grandes recursos. Simplemente cuentan con un único superpoder: el ejemplo. No se resignan a vivir en una mentira. Y nunca les podremos estar suficientemente agradecidos, porque ellos están defendiendo los derechos de todos, también los de aquellos que eligieron agachar la cabeza.