Atrapado por su pasado
«La resignificación de nombres y sucesos es una constante de la historia y sería absurdo rasgarse las vestiduras por ello»
En un discurso reciente sobre el Descubrimiento de América, el presidente Joe Biden ensalzó el legado italiano en Estados Unidos, pero omitió cualquier referencia a lo que España hubiera podido aportar a su país. Es un olvido injusto que, con motivo del 12 de Octubre, ha vuelto a incendiar las redes en España y que se suma a otras polémicas recientes, como la petición de perdón por la conquista que hiciera el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, al rey Felipe VI. Una polémica que no solo traspasó fronteras nacionales –con Aznar preguntando retóricamente cómo se llamaba el presidente mexicano–, sino también autonómicas y religiosas –ahí estaba Ayuso afeando al papa Francisco su contrición eclesiástica–. Mientras tanto, una inmensa mayoría no sabe muy bien qué pensar, mucho menos qué decir, sobre una querella en la que lo de menos parece ser el resarcimiento de víctimas presentes –como sí parece el caso canadiense, por ejemplo–.
La resignificación de nombres y sucesos es una constante de la historia y sería absurdo rasgarse las vestiduras por ello. El progreso moral no es sinónimo de ventajismo o presentismo al analizar los hechos del pasado, pero no hay nada extraño en que, con el tiempo, cambien los ídolos. Ahí está Macron en Francia, dando pasos razonables para reconciliar una historia de la que se sienten orgullosos –a veces demasiado– con el reconocimiento de sus pasajes más atroces. También resarciendo y compensando a víctimas de un colonialismo mucho más reciente que el español, ya sea con países del Sahel o con Argelia. Y sin saber muy bien qué hacer con el recuerdo de Napoleón en el 200 aniversario de su muerte, recordado el pasado mayo.
Obrador, desde México, no está actuando así y se pueden intuir las razones. El presidente mexicano está volcado en la agenda interior y su interés por las relaciones internacionales es explícitamente escaso. Embarcado en la conocida como Cuarta Transformación –la primera fue la Independencia, la segunda la Reforma y la tercera, la Revolución–, desde el principio adoptó una posición fuerte contra la oposición, a la que acusa en bloque de corrupta y culpable de haber provocado el declive y la dependencia. Aupado en su proyecto nacional, su querella contra España responde más a una estrategia polarizadora de política interior, pues es conocido que el pasado español y su interpretación es una de las líneas divisorias entre conservadores y liberales en México: generalizando mucho, las dos fuentes de las que nacen los proyectos políticos que hoy se enfrentan. Si para los primeros el pasado español es una infancia a reivindicar, para los segundos es un legado ominoso que superar, cuyos efectos se padecen todavía hoy.
Denunciando las acciones de España en el siglo XVI, a quien señala Obrador no es a Cortés ni hoy a Felipe VI, sino a la oposición mexicana. Una estrategia que, vista su popularidad pese a sus magros resultados reales, le rinde frutos políticos. Pero, siendo así, y aunque algunas sobreactuaciones y discursos resulten ofensivos e incluso puedan crear un clima poco propicio para inversores españoles en determinados sectores, el principal problema con la digestión del pasado no lo tiene México con España, sino consigo mismo. Pensémoslo antes de indignarnos con cada comentario del presidente.