El 18 de octubre de Arnaldo Otegi
«Ya se puede recrear tranquilamente 1936 y olvidarse de lo sucedido hace 15, 20, 30 años»
Hay poca novedad en el anuncio que hizo ayer Otegi, tan planificado y tan oportunamente replicado a los pocos minutos por los portavoces de la izquierda varia española y del PSOE, en una coreografía que ya no sorprende a nadie.
Hay poca novedad porque las palabras, a pesar del abrumador spin oficialista, no son exactamente nuevas. Se han pronunciado en otras ocasiones -por ejemplo, en el comunicado de ETA de abril de 2018-, suenan igual de gastadas y tienen la misma verosimilitud. Pertenecen a esa verdadera lengua vasca diferencial, la del «tiempo nuevo», a medio camino entre la langue de bois para tontos de la comunicación política actual y la lingua tertii imperii de Klemperer. Lo resumía esta mañana Daniel Innerarity en un tuit, expresivo también del distinto ánimo con que se recoge la «declaración del 18 de octubre» en la izquierda nacional y en el PNV y satélites: ‘No me quedó claro si lo que «no debía haberse producido» era el «dolor causado» (eufemismo para la violencia) o las circunstancias que justificaban la violencia hasta ahora para ellos.’ A nosotros tampoco, Daniel.
Con todo, verdad, mentira, o una tercera categoría de ficción donde buscar correlato con lo existente no procede, la supuesta petición de perdón de Otegi desnuda la levedad de una cierta actitud «constitucionalista»: asumido el perdón, no queda sino hacerles (más) hueco en la política como un partido cualquiera, tal como se ha apresurado a señalar el PSOE. Por la delicadeza de no admitir jerarquías en las ideas perderá la vida este régimen constitucional. Porque los efectos irreversibles de la estrategia que Otegi ahora afecta deplorar se quedan, claro. El «tiempo nuevo» es un tiempo definido por ellos, y preñado de futuro.
Lo que nos lleva al segundo motivo por el que no hay novedad que valga: lo de ayer no es sino otro paso en un proceso que se puso en marcha hace tiempo; antes de que Bildu permitiese la investidura o los presupuestos de Sánchez; antes incluso de que ETA, tal como dijo ayer –bois, tertii imperii– Belarra, pusiera «fin a su actividad”». Un terrorismo izquierdista era una anomalía molesta en la cosmovisión y el discurso de las izquierdas nacionales, que ni siquiera las habituales falacias del «auténtico izquierdista» conseguían ocultar. Ahora ya puede desplegarse sin tiranteces ese estado memoralista o parque temático del que habla Josu de Miguel. Ya se puede recrear tranquilamente 1936 y olvidarse de lo sucedido hace 15, 20, 30 años. Por supuesto, la nueva entente de las izquierdas tiene tanto que ver con la ideologías y las mitologías como con las cosas de comer, como Sánchez y el caído Redondo vieron antes, y como es previsible que el PNV constate más temprano que tarde.