Guía para políticos: si quieres hacerte con el BOE, empieza por el 'share'
¿Qué motivos mueven al elector a votar tal o cual partido? Para el seguidor tradicional del PP o el PSOE opera el síndrome futbolero. Tienen carné del Real Pepé o del PSOE C.F. desde pequeños, que la afición se hereda de familia. Sufren con él los altibajos y reveses de la Liga política y celebran como si no hubiera un mañana las Copas ganadas. No siempre están de acuerdo con sus bandazos, pero «Viva el Betis manque pierda». Algo similar sucede con los bisagras nacionalistas PNV y CiU -en este último caso antes de la fragmentación de las formaciones ‘indepes’-. Eso explica la escasa movilidad del bipartidismo, y la ausencia de transversalidad durante años.
No faltan otros motivos: el castigo -en parte eso explica la aparición de Vox-; el romanticismo adolescente -los jóvenes que votaban a HB creyéndose la Resistencia contra los nazis-; la ingenuidad de seguir creyendo que es posible encontrar la playa bajo los adoquines -Podemos-; o sencillamente, la paga -los votantes extremeños y andaluces del PER socialista-.
Y desde que el sistema se convirtió en una teledemocracia -con el debate Nixon-Kennedy-, la telegenia del político es para el votante un factor de peso, tan subjetivo como respetable. Factor que se ha visto multiplicado en el último decenio por otro tipo de telegenia, la de las redes sociales, con sus mensajes de carácter instantáneo y descontextualizados. Un estudio reciente sobre el politaintment (política como entretenimiento) resulta ilustrativo sobre el maridaje televisión-redes y sobre qué es lo que atrae a quienes siguen en redes a candidatos políticos en programas como El Hormiguero. El análisis de los tuits demuestra la presencia notable de contenidos que no favorecen el conocimiento constructivo de los candidatos; que en esos contenidos destacan los mensajes con un enfoque mayoritariamente superficial, en lugar de establecer conexiones con otras noticias o temas de calado; y que lo que más puntúa en engagement (o compromiso) son los recursos emocionales para generar mayor adhesión en la audiencia.
Es decir, programa, propuestas, contenidos interesan poco o quedan en segundo plano frente a la apariencia física, la labia, o la capacidad de organizar un espectáculo próximo a la salsa rosa. ¿Qué prima en la tele y en las redes? ¿la palabra o el más difícil todavía? Las nuevas quintas que en las próximas elecciones engrosarán las filas de votantes no han visto La Clave, de Balbín, precisamente. Toda la información que habrán consumido serán pildoritas en las redes en una forma de conocimiento fragmentado y con criterios poco racionales. Hace siglos que al kiosko le salen telarañas y el público, sobre todo el más joven, se nutre de smartphones y vídeos, cuanto más breves mejor.
Es verdad que los hemiciclos tienen forma de teatro y que los representantes del pueblo hacen una representación -desde el Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? de Cicerón hasta el «váyase señor González», deAznar, pasando por las soflamas de Castelar-, poniendo en juego sus dotes para la persuasión, la oratoria y la prosodia. Pero comparemos la sobreactuación de los políticos actuales, convertidos en divos del plató, sin otro norte que la audiencia, con el tono más bien discreto -por no decir aburrido- de los ministros y diputados de los primeros años de la Transición, excepción hecha de Alfonso Guerra, que no en vano tenía veleidades teatrales.
Los políticos actuales saben que si quieren llegar al poder no tienen otra que acumular likes en redes; y audiencia en telediarios y debates. Nunca tendrán acceso al BOE, si antes no se han hecho con el share. Habría que preguntarse ¿a costa de qué?
Con las redes sociales y la televisión, la política ha devenido espectáculo apelando más a emociones que a razones. Pero lo que el pueblo necesita para poder tomar decisiones es estar bien informado, no simplemente entretenido.