No lo toques más, que así es el Valle (de los Caídos)
«¿Por qué quitarles el gusto a los turistas del horror? ¿O acaso piensa alguien que el frío aire del Valle de los Caídos inocula en quien lo visita un virus fascista?»
Hace seis años el Ayuntamiento de Barcelona intentó armar un proceso contra los pilotos italianos que durante la Guerra Civil bombardearon la ciudad, y envió una requisitoria al Gobierno italiano. Según parece, no halló en Roma el eco ni la comprensión esperada. Y eso que aún quedaba vivo en un pueblito de la Toscana un piloto, que, en efecto, setenta años atrás, cumpliendo las órdenes de su comandante en el aeródromo de Mallorca, acaso participó en alguno de los mortíferos raids.
Estaba el viejete guardando cama, ya un tanto deteriorado a los 101 años, de manera que cuando su nieto le informó de que un abogado de Barcelona quería llamarlo a declarar por los hechos de 1937-1939, farfulló: «Digli a quello mascalzone di andare a farse fottere«. Pero, por un prurito de buena educación, lo que de verdad dijo (parafraseando, si no recuerdo mal, a Lino Ventura y Aldo Maccione en La aventura es la aventura) fue: «Non so niente. Io non c’ero. La macchina non é mia, la macchina é rubata«.
Bromas aparte, esta insistencia en corregir la historia y condenar con gran vehemencia el franquismo, y castigar los crímenes de sus peones medio siglo después de la implosión del régimen, con nuevas leyes y correcciones de leyes, tiene algo de esfuerzo inútil, teatral y melancólico, como la nueva ley «de memoria democrática» que postula el Gobierno y en la que unos quieren ver la posibilidad de sortear la ley de amnistía del año 1977 y otros ven sólo una bonita formalidad retórica: volutas barrocas, que es a lo que se dedica la política española, dada su dependencia del entorno y su escasa capacidad de maniobra para resolver los problemas auténticos de hoy, como la baja natalidad, el desempleo juvenil, los salarios de los trabajadores, que son grotescamente bajos comparados con los de otros países europeos, y no digamos ya la alarma ecológica de mañana, de la que solo parece preocuparse, y contra la que sólo toma medidas, precisamente, el Ayuntamiento de Barcelona. Los méritos de Ada Colau hay que dárselos a Ada Colau y en esto Barcelona es un ejemplo a seguir, por mal que le siente a los numerosos enemigos de la alcaldesa.
Pero dejémonos de digresiones y volvamos a la ley de memoria democrática. Un apartado de esta ley habla de devolver al Valle de los Caídos su nombre tradicional de Valle de Cuelgamuros, de convertir la basílica bajo la cruz colosal en un «lugar de memoria democrática», y de retirar los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera de su distinguida posición, cerca del altar, como ya se hizo, hace dos años, con los restos del dictador. Como dicen en catalán, «qui no té feina, el gat pentina«, quien no tiene trabajo peina al gato.
Casualmente estuve el pasado fin de semana visitando el Valle de los Caídos, por primera vez en mi vida. Solo pude aguantar dentro media hora y me sobraron minutos para comprenderlo todo. Ciertamente, en el exterior es un conjunto arquitectónico impresionante, con dimensiones medidas y hasta razonables en cuanto a sus grandes explanadas y a la austera monumentalidad de las arcadas, y en la dialéctica de la edificación humana con la naturaleza del magnífico valle, el mejor preservado de los alrededores de Madrid, con su extenso bosque de pinos. La cruz que corona la basílica es de dimensiones colosales, pero no desproporcionadas, dado el conjunto: está a escala. Hay en el conjunto de Diego Muguruza resonancias de la arquitectura fascista y de la pintura metafísica italiana, con una severidad muy española.
Otra cosa es el interior de la basílica misma, de una tenebrosidad angustiosa, repelente, aunque es seguro que habrá quien le guste. También hay a quien le gusta chupar candados. Hay quien prefiere el gotelé. Pero el caso es que ese espanto agobiante no hay quien lo arregle. Eso no se «democratiza» por más cartelas que quieras poner recordando que la obra se realizó con la mano de obra esclava de los prisioneros republicanos de la Guerra Civil. Ni retirando las menciones ofensivas a «los caídos por Dios y por España» se va a convertir esa catacumba tétrica en herramienta de reconciliación o de paz.
Si a mí me preguntasen, diría que con el Valle de los Caídos no hay que hacer nada. Que se deje como está. Tiene su utilidad, aunque no para mí
Mientras me adentraba entre los ángeles gigantescos por aquel ancho corredor excavado en la roca, sin ventanas, pavimentado de mármol negro, con sugerencias de caverna paleolítica y de una religiosidad bárbara basada en los sacrificios humanos, el canibalismo y las orgías sepulcrales, hacia el crucero de la basílica propiamente dicha, recordé el memorial que se alza en Lisboa, junto al Tajo, a los caídos en la guerra de Angola.
En el exterior del monumento fúnebre lisboeta, unas lápidas consignan los nombres y apellidos y fechas de nacimiento y muerte de todos y cada uno de los soldados portugueses que cayeron en aquella guerra colonial. Como en Cuelgamuros, se entra en un pasadizo subterráneo que lleva hasta una cámara donde arde la llama al soldado desconocido, mientras los altavoces van emitiendo la retahíla de los nombres de todos aquellos soldaditos. Las dimensiones son muchos más modestas, tienen algo pequeñoburgués. Pero el recitado de las listas de los nombres son un responso melancólico y morboso de una eficacia segura.
Si a mí me preguntasen, diría que con el Valle de los Caídos no hay que hacer nada. Que se deje como está. Tiene su utilidad, aunque no para mí. Ese día almorzamos en el monasterio: el comedor estaba lleno y me dijeron que abre todos los días, salvo el lunes. Señal de que hay mucha gente que siente curiosidad, devoción o una atracción de la clase que sea por ese conjunto monumental. ¿Por qué quitarles el gusto a los turistas del horror? ¿O acaso piensa alguien que el frío aire del Valle de los Caídos inocula en quien lo visita un virus fascista? Yo, en mí, no lo he notado. Sigo pensando que está bien que se retirase, hace dos años, la tumba del dictador, que allí no pintaba nada, entre otros motivos porque ni fue un «caído» ni era faraón. Si quieren retirar también el sepulcro de José Antonio, que el domingo estaba animado por unas flores, pues bueno, pues vale, que lo hagan, aunque él sí fue un “caído” y aunque en principio creo que no hay que manosear los huesos de los muertos si no es rigurosamente imprescindible.
Al irme en el coche observé que los pinos de alrededor están infestados con nidos de orugas que, si no se toman medidas, matarán los árboles. También vi a un anciano fraile caminando por la carretera. Iba envuelto en un grueso hábito negro e iba bien encapuchado, pero alcancé a verle el pálido rostro y pensé en los leprosos medievales, y me dio lástima, y no pienso volver.