La huelga, el amor y los afectos
«Con las huelgas pasa como con el humor: tiene que haber límites para que los cómicos puedan traspasarlos»
Los disturbios sucedidos durante las jornadas de huelga en Cádiz son una mala noticia para el Gobierno. No por los destrozos, sino porque las llamas retienen el foco mediático en la provincia. Para una ministra de Trabajo del Partido Comunista no debe ser cómodo contemplar cómo una tanqueta militar circula por las calles de Río San Pedro, ni cómo la Policía emplea gases y proyectiles de goma para disolver a unos manifestantes que reclaman la mejora de sus condiciones laborales. Y menos cuando la contrarreforma laboral persiste como la promesa dorada de la legislatura.
Van nueve días de huelga, nueve días sin cobrar, y los trabajadores del Metal comienzan a ser un problema para la imagen del que dice ser el Gobierno más progresista de la historia. La principal industria gaditana está indefinidamente paralizada; con el convenio expirado desde hace casi un año, los trabajadores reivindican una subida de sueldo relativa al IPC, dado el repunte de la inflación y la consecuente pérdida de poder adquisitivo. Pero el acuerdo con la Federación de Empresarios del Metal de Cádiz no está cerca.
Desde Podemos y su ecosistema mediático se lanzan consignas que desvinculan al Gobierno de la actuación de la policía. «Cuando la ultraderecha se moviliza no vemos tanquetas», ha dicho Pablo Iglesias, infiriendo que los trabajadores del metal eran votantes de izquierda. Evidentemente, no hay modo de saberlo, pero sí sabemos que en las últimas elecciones generales Vox superó a Unidas Podemos por casi 40.000 votos en la provincia de Cádiz. Sobre la ideología de la Policía también ha especulado, afirmando que las UIP actúan con sesgo ideológico, y que era notable cómo «muchos mandos pertenecen a Jusapol, un sindicato de extrema derecha mayoritario en la Policía».
El papel de Iglesias es fácil porque no está en el Gobierno. Pero los trabajadores merecen que tratemos el tema con algo más de rigor. Las reclamaciones de los trabajadores son justas, y la historia indica que sus formas son las únicas. Con las huelgas pasa como con el humor: tiene que haber límites para que los cómicos puedan traspasarlos. Sin transgresión no es posible ensanchar el campo. Tome nota quien la semana pasada reclamaba «amor, afectos y esperanza» frente al ruido.