THE OBJECTIVE
Diego S. Garrocho

Madina y Sémper: dos hombres buenos

«En ‘Todos los futuros perdidos’ se transcriben tres días de conversación entre dos amigos que siendo demasiado jóvenes tuvieron que asumir un heroísmo impropio»

Opinión
Comentarios
Madina y Sémper: dos hombres buenos

Borja Sémper. | Marta Fernández (EP)

Hay cosas que te recuerdan lo que ya sabías, pero que estabas a punto de olvidar. Todos los futuros perdidos, el libro de Eduardo Madina y Borja Sémper, es una de ellas. No importa cómo de grande sea el trauma, el sufrimiento o la injusticia. El tiempo pasa y casi por supervivencia, o por el afán de los nuevos dolores que llegan, todos corríamos el riesgo de olvidar que no hace tanto, en España, había quien era capaz de asesinar por unas ideas. Este libro enmienda en algo ese riesgo y, sobre todo, presenta la expresión directa de quienes vivieron en carne propia el precio por elegir el bando correcto. También abre, en su condición de epílogo, una nueva forma de mirar hacia delante.

En Todos los futuros perdidos se transcriben tres días de conversación entre dos amigos, dos políticos de signo contrario y vidas paralelas que siendo demasiado jóvenes tuvieron que asumir un heroísmo impropio. Jugarte la vida por hacer lo que debes es lo característico de los contextos de injusticia. Esta historia habla de una forma del terror, pero puede interpretarse, y acaso así deba recordarse, como el ejemplo de quienes sabían que el verdadero mal no consiste en padecer la injusticia, sino en cometerla. Hay algo admirablemente socrático en todo esto.

El libro tiene también cierto eco generacional, pues narra la vivencia de quienes sufrieron la violencia pero tuvieron la fortuna de ser, al mismo tiempo, testigos de su final. El miedo y la esperanza, diríamos con Spinoza. Otro sesgo generacional debería proponerse para sus lectores, pues son los más jóvenes quienes deberían asomarse, de forma casi imperativa, a la conversación de Madina y Sémper. Si tuviera un hijo adolescente se lo pondría en la mesilla de noche. Los chicos tienen que saber qué fue aquello y, ojalá, aprendan a reaccionar frente a quienes todavía amagan con revestir la infamia de algún tinte épico o legítimo. Todo lo que hoy sigue aproximándose al universo estético de una herriko es despreciable. Nunca hubo nada noble en aquella causa. Recordemos que ETA recrudeció su violencia, precisamente, al inaugurarse una democracia que el nacionalismo excluyente insistió en retrasar para Euskadi. Estas páginas ayudan, también, a no olvidarlo.

Ya casi no nos acordábamos y por ello necesitábamos volver a leerlo. Sólo la ligera agilidad de una conversación entre amigos hace soportable la hondura de lo que fue un injusto drama perfectamente evitable. Para algunos aquella Euskadi —y aquella España— era un objeto de noticia o, como se recuerda en la conversación, una realidad hoy retenida para siempre en las películas de Calparsoro o en las novelas de Heras-Gröh. Para Madina y Sémper se trataba de sus vidas, unas vidas expuestas y heridas por un nacionalismo que tan vilmente decidió socializar la violencia. Su verdadera valentía no fue tanto exponerse al daño como saber resolver, incluso, el daño irreparable.

Cuesta aceptar que una mala borrachera ideológica pudiera generar tanto daño. Y cuesta tener que asumir que las motivaciones posibles que hicieron posible aquel horror sigan teniendo algún prestigio

Tal vez sea esa credencial biográfica, íntima y perfectamente concreta, la que nos ayuda a recrear la vivencia que describen. El relato se asienta en la carne, precisamente, a través de la sucesión de anécdotas, a veces generosas y casi siempre terribles. El miedo por el que una compañera de clase decide dejar de acompañar a Borja a la universidad en coche; el primer funeral en el que, siendo todavía un niño, Eduardo contempla a los adultos llorar. Para ambos, y para tantos, el temor realista a que algo se mueva como no debe al otro lado de la ventana. Cuesta aceptar que una mala borrachera ideológica pudiera generar tanto daño. Y cuesta tener que asumir que las motivaciones que hicieron posible aquel horror sigan teniendo algún prestigio.

Pero el libro de Sémper y Madina, de Edu y de Borja, es algo más que todo eso. Por momentos es una muestra ejemplar de cómo dos interlocutores razonables, cultos y cabales, pueden disentir sobre cuestiones políticas recordándonos que los hombres buenos siempre se parecen. Sean del signo político que sean. El texto tiene un valor testimonial pero contiene, también, ideas de futuro en clave moral y en clave política. Hay, además, un ejemplo vital que trasciende lo traumático de aquel presente y que, afortunadamente, es hoy ya pasado. La conversación es una muestra de serenidad emocional y de madurez moral. No hay rencor, no hay odio, no se intuye revancha en quienes legítimamente podrían reivindicarla. Y hay, sobre todo, una magnánima generosidad dirigida al futuro. Singularmente bellas son las páginas referidas a los hijos. Siempre los hijos. No estoy de acuerdo con el título puesto que, es obvio, no todos los futuros se han perdido. Gracias, sobre todo, a las personas que opusieron la cordura, la virtud y la ley frente ciego al fanatismo hay un porvenir posible.

Este es un libro que me atrevería a decir paradójicamente feliz salvo en una cosa: que estos dos tipos no estén hoy en política es una mala noticia para todos. Hay algo de la mejor España que se parece mucho a ellos. Todos hemos sentido admiración por quienes fueron Madina y Sémper, pero este libro demostrará que el verdadero reconocimiento lo merecen no tanto por lo que fueron sino por aquello en lo que hoy se han convertido.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D