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Ricardo Dudda

Ongi etorri y humillación

«Lo primero que sufrieron las víctimas de ETA fue un crimen. Pero luego sufrieron una humillación. Y esta humillación no fue solo a ellos. Es una humillación a toda la sociedad y a la democracia»

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Ongi etorri y humillación

Eduardo Sanz | Europa Press

En un reciente ensayo publicado en Letras Libres, la escritora Vivian Gornick escribe sobre la humillación. Hay dos fragmentos que no han desaparecido de mi mente. «Antón Chéjov señaló que lo peor que la vida puede hacer a un ser humano es infligir humillación. Nada, nada, nada en el mundo puede destruir el alma tanto como una humillación directa. Cualquier otra herida puede ser soportada o superada, pero no la humillación. La humillación permanece en la mente, el corazón, las venas y las arterias para siempre. Permite que la gente reflexione sobre ella décadas y a menudo deforma su vida interior.»

«Creo que la respuesta exagerada a la humillación es única en nuestra especie. Al sentir que te faltan al respeto, [uno siente] que su derecho a existir no solo se ve desafiado sino casi aniquilado. Su inclinación entonces es salir de debajo de la piedra que mantenía en su sitio su prodigiosa capacidad para la vergüenza, y levantarse pegando tiros».

Lo extraño de un ensayo tan brillante y exhaustivo es que no aparezca en él Judith Shklar, que ha escrito mucho sobre la humillación política y sobre la dignidad. «El fundamento más profundo del liberalismo está en su sitio desde el principio en la convicción de los primeros defensores de la tolerancia, nacida del espanto, de que la crueldad es un mal absoluto, una ofensa contra Dios o contra la humanidad.», escribe en El liberalismo del miedo. El liberalismo surgió del miedo, como una respuesta al despotismo. La crueldad es una de las características del déspota. Shklar define la crueldad como la «deliberada imposición de daños físicos -y en consecuencia emocionales- sobre una persona o grupo más débil por parte de otros más fuertes».

Pero la crueldad no tiene por qué ser exclusivamente física. Tiene también que ver con la humillación, la falta de voz, la deshumanización y pérdida de dignidad del individuo. Para Shklar, el liberalismo aspira a que «toda persona pueda tomar sin miedo ni favor todas las decisiones efectivas posibles en todos los aspectos posibles de su vida», y su marca distintiva «solía ser el cosmopolitismo y la defensa de que un insulto a la vida y a la libertad de un miembro de cualquier raza o grupo en cualquier parte del mundo era motivo de genuina preocupación».

Pienso esto en esta época de memoria histórica selectiva, en la que la dignidad de unas víctimas importa más que otras, en que lo que para unos son humillaciones para otros son homenajes. Los ongi etorri y homenajes a etarras desaparecerán. Pero se han producido durante años.

Lo primero que sufrieron las víctimas de ETA fue un crimen. Y los que sobrevivieron, y los familiares, no lo olvidarán nunca. Pero luego sufrieron una humillación, que es también corrosiva, por parte de los verdugos. Y esta humillación no fue solo a ellos. Es una humillación a toda la sociedad y a la democracia. Es lo opuesto al liberalismo que defiende Shklar: un sistema que considera que un insulto a la vida será siempre inaceptable.

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