Izquierda vaticana
«En otra época, escuchar a Yolanda Díaz llamar ‘Santo Padre’ al Papa hubiera enorgullecido a católicos y enfurecido a comunistas, pero ha sido al revés»
Me estaba reponiendo del viaje de Yolanda Díaz al Vaticano cuando me entero de que UGT y CCOO apoyarán la manifestación que el nacionalismo ha convocado contra la presencia del español en las aulas catalanas. Mientras, el ministro Garzón, el de la sudadera de la RDA, invertía su presupuesto en una huelga de juguetes. Debemos esforzarnos por mantener a la izquierda lejos de la Iglesia de la Cienciología porque su deriva parece no tener fin.
Seguro que quienes hace un par de años celebraban que el PCE volviera al Consejo de Ministros por primera vez desde 1936 no se esperaban esto. O tal vez sí, porque no se puede decir que la degradación intelectual de la izquierda se haya producido de la noche a la mañana. En otra época, escuchar a Yolanda Díaz llamar «Santo Padre» al Papa hubiera enorgullecido a los católicos y enfurecido a los comunistas, pero ha sido al revés. Los católicos, que es cierto que nunca han sido muy de este Papa, están indignados, y a la izquierda del PSOE están alegres por el halo presidencialista que ha envuelto a Díaz, su principal activo.
Entiendo que la intención de Díaz era mostrar la verdadera amplitud del Frente Amplio que quiere encabezar (recuerden: «No quiero estar a la izquierda del PSOE, le regalo esa esquinita»). Los proyectos aglutinantes son siempre preferibles, pero no si obligan al contorsionismo ideológico. Hemos escuchado a Yolanda Díaz llamar «Santo Padre» al jefe de Estado de una teocracia, donde también es la máxima autoridad de una religión cuya doctrina está lejos, por decirlo suavemente, de la ideología de izquierda en justicia redistributiva, ciencia, feminismo o respeto a la comunidad LGTBI.
Soy partidario de un proyecto de izquierda que sea respetuoso con el catolicismo, pero quien se burla de la Navidad no puede celebrar el arrodillamiento ante el Papa. Empezamos por respetar a nuestros conciudadanos católicos y a respetar sus tradiciones. Esta paradoja encaja con el síndrome de la izquierda reaccionaria, cada vez más premoderna, cada vez más interesada en la identidad que en los derechos; más respetuosa con el dogma religioso que con el creyente individual. Y quizá así se explique que la fe en la inmersión y sus presuntos consensos se defienda por encima del derecho de sus hablantes. Tampoco la Iglesia tiene como prioridad los derechos de los niños. Y como nuestra izquierda, desprecian las decisiones de los tribunales civiles.