THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Don Juan Carlos y las vísceras republicanas

«La Casa Real debe tomar una decisión con el antiguo Rey que no dañe la monarquía ni la convivencia, ni que dé alas al republicanismo revolucionario»

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Don Juan Carlos y las vísceras republicanas

El rey emérito Juan Carlos I. | EP

En nuestro país el republicanismo nunca ha sido solo la apuesta por una forma de Estado. Siempre se ha tomado como una religión secular y un medio revolucionario. En la República se depositaba la fe para la solución de todos los problemas, ya fueran seculares o circunstanciales, económicos o educativos. Desde el inicio tuvo sus símbolos, mártires, culto y cánticos, una fe completa que necesitaba el sacrificio individual y colectivo que llevaría al país al paraíso.

El mitificado Manuel Azaña consideraba el republicanismo como una doctrina para forjar un país nuevo más allá de la democracia, los derechos individuales, o de la elección periódica del jefe del Estado. Su republicanismo llevaba aparejada una interpretación muy crítica de la historia de España, como la sucesión de fracasos achacables a la monarquía, los reyes, la Iglesia y los militares, la centralización y el alejamiento de Europa.

Ese republicanismo era la fórmula para dar la vuelta a España como un calcetín, incluido el apartamiento de los «obstáculos tradicionales» para ese acto revolucionario. Por eso, el nacionalismo catalán vio en el republicanismo una forma de alcanzar su deseo de un Estado propio. A río revuelto, ganancia de oportunistas.

Tras la dictadura de Franco y la Transición, el ideal republicano quedó únicamente como la revancha de la izquierda al margen del sistema. Ni el PCE ni el PSOE llegaron a la década de 1980 defendiendo la República. Solo les quedó crear la mitología del régimen de 1931 sobre la España que pudo ser.

Hoy es el refugio de los antisistema. Su bandera es visible en las concentraciones de comunistas y podemitas, de aquellos que reniegan de la democracia liberal proporcionada por la Constitución de 1978, y esperan la República para hacer una revolución. El propósito no es una forma de Estado en la que el jefe del Estado sea elegido, sino crear un régimen de izquierdas, exclusivo, que haga un ajuste de cuentas, igual que el republicanismo que llevó a 1931.

La persecución a Don Juan Carlos es su manera de hacer República. En general han politizado la vida privada e impuesto una dictadura moral, y es preciso reconocer que el antiguo Rey lo ha puesto muy fácil. Si ha sido intachable en su conducta pública y constitucional, no se puede decir lo mismo de sus costumbres privadas. El juicio moral ha caído sobre él como una losa. Su campechanía, antes un factor a favor, ahora se ha convertido en una demostración de sus pecados. Una prueba es que la gente se rompe las manos a aplaudir allí por donde pasa Doña Sofía.

Pedro Sánchez tiene aquí un papel complicado. La justicia suiza ha dicho que no hay nada con Don Juan Carlos, pero ha ordenado a la Fiscalía que prolongue seis meses la investigación. No hay cargos ni denuncias, pero a Sánchez le conviene. El objetivo es no indisponerse con sus socios antes de tiempo, como los podemitas y los nacionalistas que han pedido muchas veces una comisión de investigación. En un semestre puede pasar de todo, y ganar tiempo en política es casi siempre vencer.

Además, Sánchez no quiere un enfrentamiento directo con el Rey, asunto que le perjudica de cara a la opinión pública. Es imposible que el presidente del Gobierno mejore su imagen, que se popularice, si el electorado piensa que está enemistado con Felipe VI. Ese choque alimentaría la creencia de que está en manos de los que quieren romper el orden constitucional, y eso le resta votos entre los socialistas de toda la vida.

Esto es lo que ha llevado a Sánchez a congelar la Ley de la Corona, cuya pretensión era desligar lo público de lo privado, y quitar la inviolabilidad del Rey en lo último. Un proyecto de este tipo no se puede lanzar mientras la polémica con Don Juan Carlos esté tan caliente, si es que se quiere preservar la paz política con la Casa Real, claro. Los dirigentes podemitas no van a soltar el hueso monárquico mientras sirva para esconder su nadería e incompetencia; menos Yolanda Díaz, que juega en otra liga.

La Casa Real debe tomar una decisión con el antiguo Rey que no dañe la monarquía ni la convivencia constitucional, ni que dé alas a este republicanismo revolucionario. Al tiempo, la sociedad española tiene que pensar históricamente, no con las vísceras, y apostar por la justicia y la sensatez. Solo así Don Juan Carlos dejará de ser el juego favorito de los republicanos, y él podrá volver a la España democrática que ayudó a fundar. 

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