Respuesta a Ricardo Dudda
«No tolero verme manipulado por un colega que me atribuye posiciones que nunca he defendido y se apoya en su manipulación para caricaturizarme»
No estoy acostumbrado a responder a artículos que me aluden, pero no podía dejar pasar la ocasión que Ricardo Dudda me ofrece al dedicarme su columna «Humor amarillo, o la interpretación de lo pop». Voy a intentar una pirueta mortal en el arte del polemismo: para defenderme, tengo que dar la razón a mi atacante. Estoy de acuerdo con él, comparto la tesis que expone sobre la cultura pop. Nunca imaginé que tendría que discutir con alguien que concuerda conmigo.
En su columna, Ricardo Dudda critica un artículo mío publicado en El País el 28 de noviembre, «Qué manía con hacer lecturas intelectuales de ‘Peppa Pig’ y otros fenómenos de la cultura pop», donde cualquier lector puede comprobar que tengo una postura bastante parecida a la de Dudda. Sin embargo, él no se ha dado cuenta y me sitúa en el bando patético de «quienes piensan que la cultura hoy está en decadencia y anticipan la caída de Roma por culpa de Instagram y las películas de superhéroes».
Basándose exclusivamente en dos citas del segundo párrafo de un artículo de 1.100 palabras, Dudda me acusa de confundir forma y contenido, dice que mi reflexión (de la que, debo insistir, no cuenta nada más que esas tres líneas expurgadas del segundo párrafo) es «absurda, imparodiable [sic] y un cliché» y no se corta en ahondar en la ridiculización, hasta retratarme como a un imbécil: «Es decir, un cómic no puede ser tratado con el mismo respeto que una novela. ¡Tiene dibujos!». Termina acusándome de «cerrazón y cabezonería» y llamándome boomer (es decir, carca, atontado, que no sabe por dónde le viene el aire), aunque por edad no me corresponda, pero sí por idiotez.
Estoy acostumbrado a que me insulten. No es que me guste ni me dé igual, pero he aprendido a vivir con ello, sobre todo cuando los insultos vienen de trincheras políticas. Sin embargo, no tolero verme manipulado por un colega que me atribuye posiciones que nunca he defendido y se apoya en su manipulación para caricaturizarme. Juzguen si este párrafo final, omitido por Dudda, es el propio de un esnob ignorante y vacuo que no entiende ni aprecia la cultura pop:
«Conviene no olvidar que el romancero, las leyendas medievales e incluso las tragedias de Shakespeare fueron la cultura popular de su tiempo. Se concibieron para el disfrute irreflexivo y espontáneo de todo tipo de públicos. En muchos casos, han pasado al canon de la ceja alta por el mero transcurrir de los siglos, así como los edificios feos y anodinos se hacen admirables y dignos de estudio cuando devienen ruinas. Si los poetas gallitos y señoritingos de hace 100 años no hubieran abordado el cante jondo con la misma admiración con que escuchaban a Mozart, hoy el flamenco no sería el arte indiscutible que es y sus estrellas no saldrían en las páginas de cultura de este periódico. La misma suerte habría corrido el jazz sin los intelectuales que lo sublimaron en París en los años cincuenta, y tal vez el cine no sería arte (ni siquiera el séptimo) sin el entusiasmo plasta de la redacción de Cahiers du Cinéma. Hay que intelectualizar, porque las chorradas de hoy son los monumentos culturales de mañana».
No hay ambigüedad aquí, no caben dobles lecturas ni matices. Solo mediante la descontextualización más grosera y manipuladora puede deducirse que me sitúo en el bando de los eruditos a la violeta.
Hay dos posibles explicaciones para este desatino y las dos desacreditan a Dudda. O bien ha manipulado deliberadamente mi texto, expurgando unas citas interesadas con el objetivo de hacerme pasar por idiota, o bien no leyó el texto completo. Todos los indicios dicen que no pasó del segundo párrafo, pues no hay ninguna alusión al resto del artículo, que es bastante largo. Las dos hipótesis son terribles, pero la segunda es peor, pues conduce a la paradoja de que, en el empeño por calificarme como alguien tan ridículo que resulta «imparodiable», incurre en un bochorno inenarrable.
No tengo discrepancias con Dudda, estoy con él incluso en su opinión sobre Los Simpson, serie que me sé de memoria. Cualquiera que me siga un poco en mis libros, en mis columnas y en mis intervenciones de radio sabe que dedico muchísima atención a la tele y a muchas expresiones de cultura pop. Llevo años ocupándome de ella. De nuevo, no hace falta ser lector mío (claramente, Dudda no lo es) para darse cuenta: bastaba con leer el artículo que se criticaba antes de criticarlo. Mi defensa son mis textos, cientos y cientos de páginas a disposición de cualquiera.
Escribo esto, ejerciendo el derecho de réplica que me asiste, porque me parece muy injusto que los lectores de THE OBJECTIVE que no acudan a la fuente original se queden con una imagen tan errónea de mí por un caso de incompetencia lectora (o maldad) tan atroz e insólito.