Ser optimista es de negacionistas
«La mascarilla al aire libre es una medida anticientífica que busca responder a una realidad irracional»
El decreto que obliga a llevar mascarilla en exteriores no está dirigido a quienes no la llevan, para convencerles, sino a quienes sí, que son millones: es una confirmación oficial e institucional de su miedo, que muchos justifican como cautela. Es una medida anticientífica que busca responder a una realidad irracional. Está dedicada a los millones de personas que consumen constantemente la pornografía mediática del covid. Valga un ejemplo reciente. El título del programa La Sexta Clave de La Sexta del otro día: «Cena intergeneracional, peligro mortal». Este titular como de canción de Pony Bravo quiere solo decir una cosa: si cenas con tus abuelos en Nochebuena, los matarás. ¿Qué otra interpretación puede caber? El consumo de este contenido satisface el deseo de morbidez más primario del espectador: es mi abuela poniendo en la tele una corrida de toros para apartar la mirada cuando había una cogida.
El covid me recuerda un poco a Trump. Los medios estadounidenses, y en general la población biempensante del país, se volvió histérica tras su victoria en 2016. Había motivos de sobra para desear echarlo de la Casa Blanca. Pero se produjo una psicosis colectiva que iba más allá del rechazo a Trump. Los progresistas se engancharon a su placer culpable favorito: observar en directo cómo el presidente se cargaba todo lo que amaban. Era una especie de reality real. No podían dejar de mirar. Los medios, por su parte, no podían dejar de ofrecerles esa droga.
En su libro Hate Inc., el periodista Matt Taibbi dice que Trump «era el producto mediático perfecto». «En la era de la posobjetividad, las empresas de medios aprendieron que existe una manera consistente y fiable de ganar dinero. Primero, identifica una audiencia. Luego, aliméntala incansablemente con chorros de historias que validan su sistema de creencias.» Por eso Trump era omnipresente. Y los ingresos de los medios no dejaron de subir: el New York Times batió récords de suscriptores, los ingresos de las televisiones subieron un 38% desde que Trump anunció su campaña en 2015.
El antitrumpismo se convirtió en una especie de narcisismo colectivo lleno de gestos vacíos, terapias grupales, hipérboles e histeria. El covid ha sido mucho más dramático y ha causado millones de muertes en el mundo. Y el contenido mediático sobre la pandemia es terrorífico de verdad: el espectador que ve el titular «peligro mortal» quizá recuerde lo que sufrió al perder un ser querido. Y no quiere por nada del mundo que vuelva a pasar. Pero la pandemia también ha creado un nuevo tipo de histérico que compite con los demás por mostrar mayor preocupación. Es la preocupación como exhibicionismo moral. En un artículo reciente en su blog de Substack, Freddie DeBoer critica la histeria infundada con el covid en determinados segmentos de las élites estadounidenses: es una especie de martirio colectivo y una competición.
Quien no piensa que estamos a las puertas del fin del mundo es un irresponsable. Según DeBoer, «para algunas personas, estar más histéricos con la covid es como una pegatina de He Votado o un cartel de BlackLivesMatter en su ventana. Es otra forma de hacer saber a todo el mundo que tienen la mayor riqueza de todas, la riqueza de un carácter superior, de una posición moral más elevada.» Es una hipótesis aplicable a España. Quien piensa que nos vamos a la mierda y vamos a morir todos está demostrando un mayor compromiso en la lucha contra la pandemia. En cambio quien sugiere que quizá estamos exagerando es acusado incluso de negacionista.
La combinación de competición virtuosa en las élites y medios de comunicación agoreros tiene un efecto enorme en la política. El gobierno español y las Comunidades Autónomas no están tomando decisiones racionales, están tomando las decisiones que les garantiza no tener que asumir responsabilidades reales, con costes electorales reales. Porque a día de hoy, ser alarmista con el covid es ser conservador. Estar histérico es lo políticamente responsable. Si eres un político y no quieres que te echen, no se te ocurra dar esperanzas a la gente.