THE OBJECTIVE
Jordi Bernal

Chirbes: un escritor en los márgenes

«El lector de ‘Diario’ asiste tanto a la forja de un escritor como a una vida que, de algún modo, también tuvo la férrea voluntad de mantenerse en los márgenes»

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Chirbes: un escritor en los márgenes

Rafael Chirbes.

Como todos los finales de año, llegan las listas con los mejores libros de los suplementos literarios. Incluso tenemos la ansiada lista de las lecturas anuales del compañero de páginas José Antonio Montano. Si tuviera que quedarme con una de las lecturas de este año infausto -dejando a un lado los amigos- sin lugar a dudas, escogería los Diarios, de Rafael Chirbes (Anagrama). No sé qué tal se han posicionado en las listas de los suplementos literarios, ya que desconfío del valor literario de unas valoraciones que demasiadas veces tienen un ojo puesto en intereses editoriales, pero, en todo caso, se trata de una obra de calidad extraordinaria. Se deben, para empezar, a un escritor que vivió en los márgenes. Una rara especie en nuestro país.

Antes de convertirse en un autor reconocido gracias a Crematorio y En la orilla, Chirbes escribió, a lo largo de 20 años, una especie de anotaciones diarísticas en unos cuadernos que dejan constancia de una biografía marcada por una vocación insatisfecha, por lecturas que arrancan con los clásicos grecolatinos y alcanzan la literatura del siglo XX, sobre todo Proust y los expresionistas alemanes, pero antes también, los grandes realistas del XIX, especialmente Balzac y Galdós; por una sexualidad perentoria y abrasiva, tan terrenal que, en algún momento de aprieto, recuerda una versión hard de Pandémica y Celeste, de Gil de Biedma. El propio Chirbes ironiza sobre esta atracción por chapotear en el lodo: «Puta atracción por lo prohibido, por lo que te degrada. Agua sucia que busca el sumidero. Esos santos cristianos que les besaban los llagados pies a los leprosos, que cambiaban sus ropas por las de los mendigos. De esa tradición procedo».

El lector de Diarios asiste tanto a la forja de un escritor como a una vida que, de algún modo, también tuvo la férrea voluntad de mantenerse en los márgenes. Escribe a propósito del suicidio del escritor Franz Innerhofer: «Moverse en los márgenes exige una fortaleza de la que no es fácil dotarse». Cuando publica su primera novela detalla con escrúpulo y orgullo outsider: «Tras largos tiras y aflojas telefónicos, en los que, desde la editorial Anagrama, se me decía alternativamente que iba a ganar el Premio Herralde, en el último momento Vicente Molina Foix negoció, intrigó, y se lo acabó llevando. Mimoun quedó finalista, y yo contento, porque no sé qué hubiera hecho como ganador. Mejor así; queda un toque de irredentismo, de estimulante resentimiento».

Incluso en sus escasas incursiones en la vida literaria a través de unas conferencias por ciudades alemanas se impone el absurdo humor de las situaciones: «Presenta el libro Tilman Spengler. La sala está llena. Hablo sobre la entrega de los medios públicos de comunicación a un grupo privado. Como siempre, algunos españoles que asisten al acto se rebotan: los socialdemócratas con su afán de censura (si hablas mal de mí, hablas mal de España)». No es de extrañar que decidiera retirarse al campo valenciano, a una autoimpuesta privación estoica que redundara en la marginación. Sigue escribiendo artículos, libros y novelas. Sigue viajando. 

Y en ese caos diario sobrevuela la duda de si ha valido la pena apostarlo todo por la literatura, de si en los márgenes estaba escrito el destino del novelista. Su última anotación de 2005: «Me digo que no puedo entretenerme más, aplazar de nuevo la novela, cubrir el hueco con otro libro a la espera de que llegue la madurez, es una historia que ya me conozco. (…) La idea de una futurible escritura me parece cada día más una excusa para fingir que todo este desorden en que se ha convertido mi vida tiene un sentido, una brújula que lo guía y le da sentido, y que me empeño en algo que lleva a algún sitio. La literatura, como criada que te ordena la casa». El empeño, aunque sea a ojos del lector, sin lugar a dudas valió la pena.

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