THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

El italiano de Pérez-Reverte

«’El italiano’ es una novela cercana a su espléndida trilogía de la retaguardia y contiene lo que sus lectores buscamos en Pérez-Reverte»

Opinión
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El italiano de Pérez-Reverte

Arturo Pérez-Reverte. | Jesús Hellín (EP)

Nunca he leído a Anne Rice, pero sé que ha muerto. Quiero decir que a la autora de Entrevista con el vampiro le han crecido necrológicas como sábanas: una página entera en Le Monde, por ejemplo, y media en Le Nouvel Observateur; y en otros sitios, más o menos. Ahí es nada para una autora de best-sellers que incluyen vampirismo, erotismo y religiosidad. Está claro que vivimos una época donde manda el número de ejemplares vendidos y no otra cosa, pero el transvase de lo que podemos llamar fama a lo que podemos llamar calidad (al menos en su reflejo) es otro rasgo de nuestro tiempo. ¿Es mejor o peor que aquella en la que solo se tenía en cuenta la buena crítica de un buen crítico? Según…

Recuerdo el caso del ruso naturalizado francés Andrei Makiné. Su novela El testamento francés –que aquí publicó Tusquets en la época de Beatriz de Moura– ganó en Goncourt y el Médicis. En fin, ni Nadal en tierra batida. Inmediatamente Makiné se convirtió en el novelista de moda, muy mimado en círculos germanopratenses. Era un triunfo de la literatura y la crítica serias frente a otras corrientes, más vulgarizadoras. Pero, ay, cuando de succès d’estime reconocido por el establishment parisino pasó a vender más de millón y medio entre Francia y traducciones, recuerdo que se le empezó a tratar de afortunado en la lotería —una manera de rebajar el éxito personal— e incluso se hizo referencia a su situación irregular como extranjero. ¿Pasaría lo mismo ahora? Probablemente, no.

Pero quedémonos en España. De Arturo Pérez-Reverte se han dicho muchas cosas –el reverso de su éxito– y su gran habilidad de estirpe dumasiana –la mezcla de cultura libresca, misterio y tramas trepidantes– lo ha convertido –junto con su manera de estar por todas partes y en buenas compañías, o su uso de herramientas contemporáneas para ejercer de crítico social– en imbatible y omnipresente. Pero he dicho mal al referirme a España. Sus libros, en otros países, causan el mismo efecto y lo último que sabemos de él, por ejemplo, es que la Armada francesa lo ha distinguido con el título de Oficial (cosa que tanta gracia le habría hecho a un novelista como Benet) y eso también forma parte de la inteligencia francesa respecto a la cultura, venga de donde venga (y mira que no ha matado franceses y hundido sus barcos en sus novelas). Sin embargo, en España, costó que sus dos primeras y buenas novelas –la conradiana El húsar y El maestro de esgrima– fueran aceptadas por la crítica (era un periodista que se adentraba en un medio que no era el suyo: esa fue la consideración que flotaba en el aire). Pero cuando la tercera, La tabla de Flandes, empezó a vender una y dos y tres ediciones –esto para empezar– y a oírse hablar de Borges y la novela llamada policíaca y otras cuestiones por el estilo, APR empezó a recibir todos los honores antes negados. Y hasta ahora, más imparable que ningún otro.

Sus libros son best-sellers: entretienen, divierten –el humor de APR siempre está ahí flotando, como sus ecos literarios–, apasionan y nunca se abandonan, sino que encierran distintos reclamos que incitan a volver a la lectura. Y son literatura y lo digo por aquellos que la niegan en los best-sellers (lo que decía que ocurrió con Makiné hace 30 años). Por mi parte, como en best-sellers soy de Le Carré, encuentro de lo más lógico que Pérez-Reverte sea también un escritor literario. Y cinematográfico, como vuelve a demostrar en El italiano, su última novela, que también sería una buena película.

Leí El italiano este verano en un ejemplar en pruebas y cuando me llegó su primera edición la coloqué en la estantería –un metro exacto– que ocupan los libros de APR. Tuve que ponerla en horizontal, como ya había puesto Sidi y Línea de fuego y su La Guerra Civil contada a los jóvenes, porque ya no me cabe ninguno más como Dios manda y hay ahí una vida. O dos: la del escritor y la del lector. El italiano es una novela cercana a su espléndida trilogía de la retaguardia –Falcó, Eva y Sabotaje– y contiene los elementos que sus lectores buscamos en Pérez-Reverte: una trama impecable, aventura, sentido de la dignidad, amor y libros, mujer superior a los hombres que la rodean, Historia, seres en la línea de sombra y personajes conformes con su destino, como conformes están en la literatura clásica, que aquí también juega un papel axial. Y Gibraltar siempre al fondo, como un Moby Dick de roca. Ahí sigue, pero, si no han leído El italiano, regálensela en Reyes, que no se arrepentirán.

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