Sánchez, nuestro anti-líder pandémico
«Un líder no se aprovecha de un drama en su propio beneficio, sino que se ocupa de rodearse de un equipo eficaz para anticipar las crisis»
Después de insultar a la inteligencia de los vivos, tocaba humillar con el máximo desprecio la memoria de los fallecidos. Es para grabarlo en mármol: «La pandemia no ha sido un freno sino un acelerador de un gran proceso de modernización que está viviendo España» (Pedro Sánchez, Palacio de la Moncloa, 29 de diciembre de 2021).
¡Qué más pueden pedir los fallecidos en estos dos años de covid, los que arrastran secuelas incurables por la enfermedad, los que estuvieron semanas o meses luchando contra la muerte en las UCIs, los que perdieron su trabajo o tuvieron que cerrar la empresa a la que habían dedicado toda su vida! Nuestro anti-líder les comunicó, en su balance de fin de año, que su sacrificio no ha sido en vano: no fueron un freno sino un acelerador de no se sabe qué ignoto proceso de modernización sólo visible a los ojos más creyentes de un tuerto sanchismo.
Esa proclamación deja en nada todo lo demás. ¿Cómo vas a reprocharle, por ejemplo, el evidente insulto a la inteligencia de los vivos que supone imponer mascarillas por la calle, en ausencia de aglomeraciones? Logran lo que pretenden: empatizar con el miedo de los más temerosos, según sus encuestas. Pues ya está.
O cómo vas a criticarle -también, por ejemplo- que se llame modernización a la peor recesión que ha padecido España desde la Guerra Civil. Peor que la de ningún otro país de nuestro entorno. O cómo podrás osar en censurarle -una vez más, por ejemplo- que la posterior recuperación sea mucho más débil (y terroríficamente más inflacionista y endeudada) que la de todos aquellos con quienes querríamos comparamos.
O quién se atreverá a reprobarle -y éste es el último ejemplo- que con su «gran proceso de modernización» los etarras estén siendo homenajeados impunemente pese al aparente compromiso de sus compas (léase Bildu) para hacerlo discretamente a partir de ahora, o que estén siendo denunciados los profesores que se atreven a dar sus clases en castellano con el mismo despotismo con el que se impide a los niños tener siquiera un 25% de las clases en la lengua común de todos los españoles.
Como la lista de todo lo que no se puede criticar es tediosamente larga, mejor lo dejamos. Porque, como dice Sánchez, «la pandemia no ha sido un freno sino un acelerador de un gran proceso»… Pero no de modernización, sino de depauperización personal, social, económica, política e institucional para la mayoría de los españoles -y para España como nación- a cambio de la supervivencia del gran anti-líder pandémico.
Un líder no se aprovecha de un drama en su propio beneficio, sino que se ocupa de rodearse de un equipo eficaz para anticipar las crisis; de alertar a la población de los riesgos cuando aún son embrionarios; de tomar medidas eficaces -si las conoce- para paliar su impacto; de reconocer lo que sabe y lo que ignora, y de transmitir tranquilidad cuando el miedo se apodera de todos. Por eso Churchill fue el mejor líder en tiempos de crisis. Y por eso, también, Sánchez es nuestro anti-líder pandémico.
Lo sabíamos desde el principio. Mañana, 4 de enero, se cumplirán dos años del inicio de la sesión de investidura que nuestro anti-líder se organizó como emparedado a la fiesta de Reyes. El presidente con menos afición por acudir al Parlamento a dar explicaciones forzó su sesión de investidura para los días 4, 5 y 7 de enero, que cayeron en sábado, domingo y martes. ¿A quién le importa que el 5 (domingo) fuera un día tradicionalmente reservado para la Corona por la celebración de la Pascua Militar? Al mismo que nada le importó que el 6, junto a la noche anterior, sea un día reservado para las familias con niños que esperan la llegada de los Reyes Magos. El abuso no fue ninguna sorpresa: Sánchez ya llevaba año y medio en el Gobierno, moción de censura y elecciones fallidas mediante. Y le quedan otros dos años, salvo que él mismo decida acortar la legislatura, lo que en este momento parece improbable.
Todos los que queremos frenar «el gran proceso» de depauperización de Sánchez tenemos dos años para entender hasta qué punto su debilidad es su fortaleza. Es un campeón mundial del apalancamiento político: consiguió ser presidente con 82 escaños propios en 2018 y logró su investidura el 7 de enero de 2020 con una mayoría ajustadísima: solo 167 votos a favor frente a 165 en contra. Y, de los 167, únicamente 120 del PSOE. Muy lejos de la mayoría absoluta de 176 escaños. ¿Un Gobierno débil? ¡Ja! Lo habría sido si hubiera tenido al frente a alguien incapaz de apalancar las decisivas abstenciones de ERC (13 diputados) y Bildu (5). El Gobierno que nos trajeron los Reyes Magos hace dos años contaba, y cuenta, con una mayoría apalancada de 185 escaños a partir de los 120 de estricta obediencia sanchista.
Esto es lo primero que tendríamos que aprender los que deseamos poner fin cuanto antes al «gran proceso» de Sánchez. Pudo con 82 frente a 137; gobierna con la prepotencia desabrochada de una insuperable mayoría absoluta… de 120 diputados; sabe apalancar apoyos contradictorios y es un genio en demonizar coaliciones contrarias. Y es un astuto proveedor de mentiras al por mayor, como bien apuntaba aquí mismo ayer Antonio Caño.
Pero Sánchez no es un líder. Y en tiempos de crisis, y esta pandemia lo es en grado mayúsculo, las sociedades demandan líderes. Buscan líderes porque los necesitan para salir del marasmo. Otra cosa es que los encuentren. O que estén disponibles para el voto. O que esos posibles líderes sean luego los gobernantes que hubiera requerido el país. Lo relevante es que la demanda está ahí, y los que (en nuestra juventud) fuimos un poco keynesianos damos a la demanda un papel mucho más preponderante que a la oferta. El 4 de mayo, en Madrid, es un primer buen ejemplo… de oferta y de demanda. Este año 2022 nos va a permitir seguir atentamente la evolución de ambas.