THE OBJECTIVE
Antonio Caño

Mentirosos

«Sin credibilidad de quienes nos gobiernan no puede existir una democracia creíble, y sin una democracia creíble cualquier demagogo puede abrirse paso»

Opinión
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Mentirosos

Fotograma de 'No mires arriba'. | Netflix

La película No mires arriba, al margen de su discutible calidad cinematográfica, ha dado pie a un debate valioso sobre los problemas de la sociedad contemporánea. Personalmente, me parece un retrato acertado de algunos de nuestros defectos: la banalidad, el sentimentalismo, el dominio de la cultura del espectáculo y el descrédito de los medios de comunicación. Pero el principal mensaje que deja es el de la devaluación de la verdad y el uso político de la mentira. Muchos de los comentarios que he leído y escuchado, sobre todo en la izquierda, encuentran consuelo en el hecho de que entienden que la película es una parodia de Donald Trump. Y lo es, parcialmente. Pero eso no sirve para ocultar hasta qué punto los problemas descritos por este último producto de Hollywood son reconocibles también en España, particularmente el último al que aludo, el de la mentira y la distorsión de la verdad, un mal endémico en los últimos tres años y medio de Gobierno.

Como periodista, he pasado 40 años lidiando con el problema de la verdad y sus múltiples condicionantes, consideraciones y variantes. No es este el lugar de un análisis concienzudo sobre la verdad filosófica, periodística y política. Lo ha hecho recientemente y con gran solvencia Arcadi Espada y a él me remito. Me limitaré a apuntar la naturalidad con la que quienes nos gobiernan mienten, hasta el punto de que la mentira, que hasta hace poco estaba castigada con la dimisión inmediata, ya no merece apenas ni un pequeño reproche social.

Quienes frecuentan las redes sociales o comparten chats con familiares y amigos estarán cansados de ver vídeos en los que el presidente del Gobierno y muchos de sus ministros se comprometían un día con toda firmeza con aquello que poco después rechazaban con la misma rotundidad. Desde los insomnios por Podemos hasta el precio de la luz, pasando por los pactos con Bildu, la videoteca es tan extensa que se hace imposible detallar aquí. Han sido promesas tajantes, sin resquicio para la interpretación, muchas veces precedidas del clásico «¿cuántas veces quiere usted que se lo repita?», como garantía de infalibilidad. Hemos acabado el año con la aprobación del calco de una ley que mil veces se prometió derogar y, sin embargo, el incumplimiento manifiesto se celebra como un éxito, sin que se escuche una sola queja de todos los miles y miles que corearon en su día eslóganes por la derogación.

¿Por qué es posible esto?, ¿cómo se puede manipular la verdad de forma tan grosera sin pagar el menor precio? Digamos que los políticos siempre han exagerado algo en sus propuestas. Hasta cierto punto es lógico; un político debe conducirnos hacia un futuro prometedor, debe sembrar ilusión entre los ciudadanos y marcar metas ambiciosas a la sociedad. Pero eso no es ni ha sido nunca una licencia para prometer en falso o para mentir abiertamente, que es lo que ahora se tolera. Hasta hace poco, cuando un político era descubierto en un incumplimiento de su programa o en una mentira, al menos, se sentía obligado a ofrecer una explicación. Hoy, ni eso.

¿Por qué es esto posible?, decíamos. Tal vez porque los políticos hoy no gobiernan sociedades democráticas maduras sino tribus sectarias que se lo toleran todo a los suyos. Tal vez porque los medios de comunicación que antaño persiguieron justamente a gobernantes cabales cada vez que eran cazados en un descuido, hoy se abrazan sin rubor a los colores que defienden abierta o subrepticiamente. Tal vez porque hemos perdido tanta estima por nuestra democracia que ya nos da igual quien nos la administre. Sin credibilidad de quienes nos gobiernan no puede existir una democracia creíble, y sin una democracia creíble cualquier demagogo puede abrirse paso.

Por eso, si el Gobierno anunciara mañana la inminente caída de un cometa sobre España, medio país no lo creería. La mitad que apoya al Gobierno escucharía medios y científicos que confirmarían la existencia de esa amenaza y la otra mitad atendería a otros medios y otros científicos que asegurarían lo contrario. Quienes prestaran atención a unos serían considerados manipuladores y catastrofistas; los que atendieran a los otros serían fachas y negacionistas.

Y llegado el día del impacto, a nadie le importaría ya, bien porque todos habríamos muerto o porque habríamos pasado a hablar de otra cosa, de una nueva ocurrencia del Gobierno.

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