THE OBJECTIVE
Juan Carlos Laviana

La increíble verdad

«Hemos perdido la noción de la realidad objetiva; la noticia está en describir qué ocurre en las redes sociales»

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La increíble verdad

Souvik Banerjee (Unsplash)

Para explicar el mundo presente se recurre continuamente a Hannah Arendt. Sus pensamientos del pasado siglo nos sirven para comprender el presente, donde la distinción de lo verdadero y lo falso, como pocas veces en la historia, ha desaparecido de una forma fulminante. Ya en 1951, la escritora alemana escribía en Los orígenes del totalitarismo (Alianza Editorial) que «el sujeto ideal de la regla totalitaria no son el nazi o el comunista convencido, sino la gente para la que la distinción entre hechos y ficción o verdadero y falso ya no existen». Se refería al mundo polarizado de su tiempo, pero cualquiera diría que alude a nuestro ecosistema informativo, tan contaminado por el oxímoron «noticias falsas».

Una de las películas más aclamadas esta Navidad, No mires arriba (Adam McKay), explica cómo en el mundo actual estamos tan acostumbrados a la mentira que la verdad nos resulta increíble. El mensaje es tan sencillo como la fábula del lobo. Tantas veces hemos repetido que viene el lobo cuando no venía que, cuando de verdad viene, nadie hace caso.

En la película de Netflix –también se puede ver en cines-, unos científicos advierten de la inminente llegada de un enorme cometa que se estrellará contra la Tierra, provocando la destrucción de nuestro mundo. La noticia es tan increíble que ni los medios de comunicación, ni los usuarios de las redes sociales, ni la propia presidenta de los Estados Unidos se la cree, por más que se pongan sobre la mesa evidencias científicas de su veracidad.

La verdad se va haciendo cada vez más evidente a medida que el cometa se acerca y se hace visible al ojo humano. Es entonces cuando surgen dos movimientos contrapuestos: los que proclaman: «Mira arriba», que ahí en el cielo tienes la verdad al alcance de la mano; y los defensores del «no mires arriba», porque la realidad está aquí abajo y la puedes ver en tu móvil.

La película no deja de ser eso, una película. Pero, desde la ficción grotesca, nos recuerda uno de los mayores debates de la actualidad. El catedrático de Ciencias Políticas Fernando Vallespín analizaba el fenómeno de las fake news y la posverdad en un reciente seminario celebrado en la Universidad Internacional de La Rioja. «Hemos perdido la noción de la realidad objetiva –asegura-; la noticia está en describir qué ocurre en las redes».

Otra vez aparecen las redes sociales como origen del gran problema de la desinformación. En su opinión, hemos asistido a «una transformación del espacio público, pasando de una democracia mediática a una democracia digital». En suma, que los medios tradicionales nos hemos dejado arrebatar ese «espacio público» que, en teoría, «debe satisfacer el juicio ilustrado y la argumentación racional» y, sin el cual, «no hay sistema democrático».

Las redes han «erosionado la conversación», según el profesor Vallespín. Y han implantado un escenario nuevo. En ese espacio se ha transformado la democracia en una emocracia, donde «los sentimientos importan más que la razón». Lo que pone de manifiesto el hecho de que «se prefiera utilizar un emoji» en lugar de la palabra. Todo ello ha dado lugar a un escenario en el que «ya no hay gatekeepers o intermediadadores, como eran los medios de comunicación de masas tradicionales».

Hasta tal punto hemos abandonado nuestra función de intermediarios de la información, que han proliferado las entidades que se autoerigen como adalides del fact checking. La comprobación de las noticias siempre ha sido función de los propios medios. Se da por supuesto que ninguna publicación lanza una noticia sin haberla comprobado antes. Pero algo ha fallado cuando han ocupado el espacio que les hemos dejado libre a esas agencias de control no ya de las redes sociales, sino de los medios ahora llamados tradicionales.

El nuevo escenario es terreno abonado. Porque ahora, en palabras de Vallespín, «lo que importa no es la verdad, sino lo que se siente como real, y lo que se siente como real es aquello que tiene un componente emocional». Concluye con una descripción precisa de esta situación dominada por «la ficcionalización de los hechos y la factificación de las ficciones».

En el mismo foro, la politóloga Míriam Martínez-Bascuñán ofrecía su diagnóstico: «Nos hacemos más tolerantes e inmunes a la mentira y esto merma las capacidades para el juicio crítico». Esta inmunidad se ha extendido en la sociedad como una pandemia. Y nos ha contagiado también a los propios periodistas, que con frecuencia renunciamos a nuestro deber de valedores de la verdad. ¿Cómo se cumple con ese deber? El historiador y político romano Tácito, como siempre, consiguió plasmarlo de forma sencilla: «La verdad se confirma con inspección y detenimiento; la falsedad, con prisa e incertidumbre».

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