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¿Cancelarías a Hannah Arendt?

Lo que nos enseña el caso de Hannah Arendt acerca de las opiniones discordantes y el odio en redes sociales

¿Cancelarías a Hannah Arendt?

Hannah Arendt Instituut

Hasta su última entrevista siguió afirmando que con su teoría de la ‘banalidad del mal’ no quería decir que el Holocausto y, como consecuencia, el sufrimiento del pueblo judío, le pareciesen un asunto sin importancia. Que con el término ‘banalidad’ se refería a cómo algo tan próximo a nosotros y tan trivial como la burocracia, manejada por un simple funcionario, podía convertirse en una máquina de matar millones de personas. Hannah Arendt fue en contra de la narrativa oficial y argumentó que, para colaborar en uno de los crímenes más atroces de la historia, no era necesaria una mente brillante, ni una voluntad perversa, bastaba ser un trabajador diligente que se limitase a cumplir con su deber.

El libro Eichmann en Jerusalén en el que Hannah Arendt expuso su tesis fue, originalmente, el producto de una serie de cinco artículos que se publicaron en la revista The New Yorker entre febrero y marzo de 1963 mientras su autora viajaba por Europa. En aquel momento Arendt ya era considerada una mente brillante del siglo XX y se había posicionado públicamente en temas polémicos como las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial en Alemania o el conflicto entre israelíes y palestinos. Las reacciones a los artículos y posteriormente al libro fueron viscerales y se sucedieron sin darle casi tiempo a reaccionar. Todo fue puesto en tela de juicio, todo diseccionado, discutido, conversado y, por supuesto, tergiversado. La mujer que había declarado que por encima de cualquier nacionalidad siempre se había sentido judía fue acusada de antisemita, de autoodio, de utilizar un tono demasiado frío e irónico para hablar de un tema trágico, de culpabilizar a las víctimas.

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Foto: Bibiana Candia | The Objective.

Cuando Arendt vuelve por fin a Nueva York en julio de 1963, su apartamento está literalmente lleno de cartas llegadas desde todos los rincones del mundo. Según ella misma cuenta, en su correspondencia a su amigo Karl Jaspers, casi todas ellas son  críticas que rozan el odio, todas son por el tema de Eichmann.

Aunque hoy en día la tesis de Arendt sigue siendo discutida, la ‘banalidad del mal’ es un concepto perfectamente aceptado. Como humanidad somos conscientes de que ciertos mecanismos de decisión o de gestión pueden ser perversos sin que medie una voluntad pretendidamente mala.

¿Qué nos enseña el caso de Hannah Arendt? Que los seres humanos reaccionamos siempre igual a todo lo que no se adapta a nuestra narrativa del mundo. Que somos capaces de negar un argumento, incluso sin conocer los detalles, tomar la parte por el todo en la discusión, desacreditar a la persona y utilizar contra ella todas las falacias posibles. Lo que sea con tal de no ceder a la tentación de aceptar que, tal vez, las cosas no son como creíamos que eran. Todo lo que nos desmiente o cuestiona un tema que consideramos tabú se interpreta como un ataque personal, una herida en nuestra versión de los hechos y por tanto, dará igual que quien nos violente sea una de las mentes más brillantes del siglo XX o un señor de Murcia. En este momento histórico en que las opiniones y los juicios llegan todos por el mismo canal, cualquiera puede ser víctima de la indignación de aquellos a los que hiere tu mensaje, se niegan a oírlo, no lo comprenden o, aquellos que, simplemente, siguen a otros en la indignación.

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Foto: Archivo.

 

Entre las cartas de odio que recibió Hannah Arendt y que se conservan en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, hay una de una señora de New Jersey que le decía que, por supuesto, no había leído su libro ni pensaba hacerlo y que ojalá los espíritus de los seis millones de mártires la persiguiesen en sueños. Por suerte para esta mujer y sus descendientes, la carta está conservada como anónima. No es una manera honorable de pasar a la historia. 

Observando todo esto y sabiendo que hoy en día nuestras opiniones y nuestros impulsos quedan retratados instantáneamente en nuestros perfiles virtuales, colocándonos sin piedad a un lado u otro de la historia, quizá lo único que podrá salvarnos es aceptar como inevitable que vamos a juzgar mal a alguien que no lo merece, que en algún momento vamos a equivocarnos y que, seguramente, habrá ahí fuera alguna una mente, quizá brillante o simplemente con un punto de vista disidente, que consigue percibir matices que nosotros ignoramos. Solo aceptando esa posibilidad seremos capaces de preservar la vergüenza póstuma, del mismo modo que ser conscientes de que hemos de morir nos hace valorar más que nunca la vida.

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