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Djokovic y el despertar libertario

«Un verdadero libertario habría apoyado en su momento la ley del divorcio, la ley de matrimonio homosexual y haría lo mismo con la futura ley trans»

Opinión

Novak Djokovic durante un entrenamiento en Merlbourne. | Reuters

  • David Mejía es doctor por la Universidad de Columbia y profesor de Filosofía y Humanidades en IE University.

La relación de la derecha radical con las élites es curiosa: dicen despreciarlas, pero hacen lo posible por bajarles los impuestos. Sospecho que buscan en ellas un antagonista diabólico para posar como aliados del pueblo, pero en realidad es una enemistad fingida: el único órgano vulnerable de las grandes empresas es su hoja de beneficios, y eso ni Trump, ni Vox, ni Le Pen están dispuestos a tocarlo. Su contienda con las élites es simbólica, cultural, si quieren. Tiene que ver con hondear la bandera libertaria frente al despotismo progresista, que habría encontrado en la pandemia el pretexto perfecto para atentar contra sus derechos individuales. 

Pero los libertarios del mundo están un poco despistados, quizá porque su propia doctrina incurre en paradojas insalvables. Por ejemplo, se muestran indignados con la existencia del pasaporte Covid para entrar en determinados lugares, y si su indignación fuera con el Estado que lo impone la incoherencia no sería tal. Pero resulta que la ira del libertario se dirige también contra el negocio que lo aplica a conciencia. ¡Qué cosas! Los libertarios, que consideran tan sagrada la propiedad como la libertad, indignados por que el propietario de un restaurante pueda decidir qué criterio de admisión emplea.

Supongo que estarán tan hartos como yo del culebrón de Novak Djokovic, hoy convertido en mártir de la libertad. Los libertarios están indignados porque Australia, un país soberano, haya retirado el visado al tenista serbio por no cumplir los requisitos de vacunación y se han atrevido incluso a hablar de dictadura sanitaria. Si consideran que un Estado no tiene potestad para decidir quién cruza sus fronteras, deberían decirlo; manifestarse a favor de una política de fronteras abiertas sería lo más coherente: ¡¿quién es el Estado para decirme a quién es ilegal contratar?! 

En España este discurso lo han adoptado Vox y sus altavoces mediáticos, exhibiendo una esquizofrenia similar a la del Partido Republicano, que vive de puntillas entre el tradicionalismo rancio y el libertarismo despiadado. Sospecho que los que hoy se dicen libertarios no habrían aplaudido la sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos (Loving vs. Virginia, 1967) que legalizó el matrimonio interracial. Del mismo modo, un verdadero libertario habría apoyado en su momento la ley del divorcio, la ley de matrimonio homosexual y haría lo mismo con la futura ley trans. 

El libertario, como ven, es un animal extraño. La pesadez del wokismo y las restricciones pandémicas le han dado oxígeno (también las chapuzas legales del Gobierno) y le han permitido adaptarse nuestro Zeitgeist jugando a ser víctimas. Pero no caigamos en la trampa de creer que quien defiende la potestad de contagiar al vecino está velando por su libertad. 

4 comentarios
  1. hanschristian

    No sé qué carajo tiene que ver la «ley Trans» con que a una persona le den un permiso especial y un visado antes de subir a un avión y, cuando está subido al avión, le rompen el acuerdo unilateralmente con la vileza y la maldad que sólo a los progres se os es capaz de asomar. Y ahora toreamos a los lectores de la web usando esta atrocidad legal para vendernos la «nueva normalidad»: llamar «ley» a que un político vendido a la etnia de los alubios se salte Derechos Humanos esenciales e inquebrantables para cualquier persona mínimamente noble y decente. Y en estos adjetivos no entra ninguna persona que defienda ningún «pasaporte» dictado por un Estado para entrar en un establecimiento privado. ¿Qué tal, David?

  2. Alias

    Sí hablamos de incoherencia, nadie como la izquierda: dicen defender el feminismo y el colectivo LGTBI, pero al mismo tiempo también son amistosos con ciertas culturas y regímenes que son machistas y homófobos.

  3. Apeiron

    «no caigamos en la trampa de creer que quien defiende la potestad de contagiar al vecino está velando por su libertad»
    ¿quien defiende esa potestad?¿tal vez aquellos que no se quieren vacunar como Djokovic? Entonces los vacunados aunque contagien a sus vecinos igualmente, tienen disculpa porque lo hacen sin querer¿no?
    La verdadera trampa son los razonamientos simplones de este artículo.

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