Mistetas
«Pese a la derrota, Bandini, la chikilimadre, puede sacar pecho, que al fin y al cabo es lo que exhorta»
Tras dos años de hastío pandémico, conforta comprobar que la sociedad española sigue indignándose por lo importante: Eurovisión. En Benidorm se ha elegido representante y no se veía tal decepción desde la pérdida de las colonias. Los ánimos patrios han sido boomboombardeados por una cubana que canta en espanglish, Chanel. No ha podido con su retaguardia epiléptica la delantera de Rigoberta Bandini, la favorita del público a base de preguntarse «por qué les dan tanto miedo nuestras tetas», como si todas fuéramos la estanquera de Amarcord.
Pese a la derrota, Bandini, la chikilimadre, puede sacar pecho, que al fin y al cabo es lo que exhorta. Su canción ha sido capaz de amamantar las ambiciones no ya de dos Españas sino de medio centenar de ellas. En su sustanciosa letra («tú que has sangrado tantos meses de tu vida / […] a ti que tienes siempre caldo en la nevera») se han visto representados los provida, los prolactancia sin fronteras, los proFemen, los procopa menstrual, los procaldo Starlux, los profaja y los amantes de los pechos en general. Y todo sin enseñar ni un pezón, salvo ese globo tetáqueo exhibido en la actuación, como si no hubiera tetaplanistas.
A Bandini le ha faltado recitar a Whitman y así ofrecer su pecho «lo mismo al bien que al mal». La tetalogía de Rigoberta es el nuevo consenso, ¡el conseno!, quizá porque está desprovista de erotismo. Se trata de un pecho proveedor como un Mercadona, un busto blanco donde cada uno ha ido encajando el corsé de su moralina, aunque, como avisa Bobin, solo se puede ver bien a condición de no buscar el propio interés en lo que se ve.
Que el culeo caribeño de Chanel, «siempre ready pa’ romper cadera», se haya impuesto al escote reivindicativo de Bandini, supone la victoria de «la más perfecta nectarina», como llamó Roth al culo, sobre las peras, la confirmación de la hegemonía de las posaderas ya anticipada en las caras retocadas, que son espejo del nalgatorio. ¡Si hasta Alemania ha optado por la retaguardia en la crisis de Ucrania! Es, asimismo, el triunfo de la sensualidad sin más propósito, de lo indistinto sobre los hechos diferenciales, del imperialismo reguetonero sobre los nacionalismos, de lo comercial sin complejos, del entretenimiento por el entretenimiento en una época en la que todo se pretende intelectualizar y politizar. Lo único que cabe reprocharle a esta Jennifer López vestida de Yo, Tonya es su concesión al inglés, que socava la principal baza de España en Eurovisión: que no se nos entienda.
Pocas cosas hay más superficiales que buscar profundidad en lo banal. De Eurovisión no se debe esperar nada más que pasarlo teta. La aureola transgresora que se ha querido ver en la pegadiza canción de Bandini es una simple areola publicitaria de la que intenta chupar hasta la ministra de Igualdad. Solo un destete de lo sectario permitirá disfrutar la canción como merece: tarareándola y acordándose de «Mistetas», la perrita extraviada del viejo chiste verde. Ya dijo Machado que se canta lo que se pierde.