La impostura de Pablo Casado, pastor de votos
«Le quedan 11 días para ofrecer un registro convincente, antes de que pueda empezar a cundir la idea de que no es nadie»
Aznar ha tenido que salir a decir que apoya a Casado. Y ha tenido que decirlo porque cualquiera habría pensado, tras el fin de semana, que lo desprecia sin miramientos. De hecho, había mitineado sin piedad: «Muchas veces oigo decir: hay que ganar para que no sé quién llegue a La Moncloa o al palacio de no sé cuántos… Oiga, la pregunta es: ¿y para hacer qué?». Después, Casado tuvo que recordar que él sí tiene programa, y ha añadido: «Soy un reformista». Y tal vez sí sea un reformista con programa, pero su problema es tener que salir a proclamarlo, precisamente porque no es lo que parece. Y esas cosas hay que parecerlas, como aquello de la mujer del César. En fin, ni Aznar ni Casado han contribuido mucho a la reforzar su credibilidad. La imagen que sale del primer fin de semana de campaña para el PP es de debilidad, toda una paradoja habiendo convocado estas elecciones como demostración de fuerza.
Ante esa sucesión de errores, el PSOE no podía tardar en oler la sangre y Lastra, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, en Segovia, por donde pasa el Eresma, hurgó en la herida: «Aznar dijo de Casado que es un líder débil, que es un líder sin proyecto, y que antepone sus intereses a los de los ciudadanos; y esa es la realidad». Para concluir que «Casado ordena convocar las elecciones para tapar su debilidad». Ese es el mensaje que se ha enviado, y además bajo la sombra incómoda de los sondeos que amenazan con ver frustrado el plan de gobernar en solitario. Los adelantos electorales los carga el diablo y hay demasiados antecedentes, no solo los desastres legendarios de Chirac o de Artur Mas. Es demasiado notorio que se ha convocado por tacticismo y, lejos de simular, se exponen a que cada vez resulte más irritantemente obvio.
Una vez más se intuye que la cuestión Ayuso ha pesado en este episodio. Se trata de una operación mal diseñada, mal ejecutada y, lógicamente, mal resuelta. Léase sin resolver. Si vas a liquidar a alguien, no se puede hacer a cámara lenta; ahí corres el riesgo de que acabe en un suicidio. Ayuso se ha convertido en un icono, muy útil para sembrar cizaña desde la izquierda mediática (como sucede al revés con el Gobierno de coalición). Y Aznar ha podido dar un golpe de autoridad, pero incurrió en el error recurrente de dar un golpe de arrogancia. Dejó el mensaje de despreciar a Casado, el líder que él mismo promovió para liquidar a Rajoy, líder que él mismo había promovido con un dedazo para… Nadie le parecerá demasiado bueno a Aznar para ser sucesor de Aznar. Con todo, aunque en su legado haya errores graves y demasiada corrupción, siempre conservará el marchamo de haber unido y liderado a la derecha hasta el éxito. Ahora se supone que ha sido convocado para frenar a Vox en una derecha fragmentada y seguramente ha tenido el efecto contrario.
El problema de Casado, con todo, no es Aznar, que conserva predicamento pero no demasiada influencia. El problema de Casado es él mismo, mientras necesite proclamar que es reformista y que tiene programa. Esto funciona cuando no necesitas proclamarlo, ya que se da por hecho. Ampliando el foco, Casado se enfrenta al problema de no transmitir autenticidad. No porque haya ya demasiados Casado –también hay demasiados Sánchez, Iglesias o Rivera antes del KO–, sino porque siempre parece no ser él. Esta misma campaña de campiña con el Barbour y el rebaño detrás sugiere el disfraz de pastor de votos. Y pastorear votos es lo que hace cualquier candidato, pero vestirse de pastor es innecesario. Además, en ese campo va a perder precisamente con sus rivales de Vox, cuya galería de fotos al borde de la caricatura sí logra el efecto de resultar auténtica para su clientela. Le quedan 11 días para ofrecer un registro convincente, antes de que pueda empezar a cundir la idea de que no es nadie.