Bobos en el paraíso
«Ideológicamente, el “bobo” oscila entre la izquierda indefinida y el centro centrado (muy moderado)»
Arrancando el nuevo milenio, David Brooks escribió un ensayo titulado Bobos en el paraíso. Por «bobo», el autor no se refiere a la torpeza o a la astucia limitada de algunos, sino a la contracción del antiguo galicismo bourgeois-bohème, que describe a la nueva clase media-alta surgida al calor del fin de la historia. En español, podríamos hablar de «pijoprogre» o «pijipi», neologismos que no han tenido tanta fortuna como su homónimo extranjero.
El término se puede aplicar a esos urbanitas que trabajan cómodamente en el sector terciario y a los que el mercado mima cada vez más. Se imponen un consumo sofisticado y tienen su puntito de originalidad coñazo. Frecuentan exposiciones de arte moderno o fotografía para hablar de «la fuerza y la luminosidad que emana de ese simple trazo negro sobre el lienzo blanco», o de cómo fulano ha captado ese preciso instante que «cuenta para la eternidad». No pueden ir mucho más allá. De hecho, dudo que alguien pueda. Pero queda bien. Igual que olfatear un vino uruguayo como un perro trufero y hablar del equilibrio de sus taninos.
La vida es bella es una película de culto para el Bobo, aunque también vale cualquier cinta lo suficientemente alternativa dentro del universo mainstream. Si ha sido premiada en Berlín o en el festival de Sundance, mejor. Hay que ser un poco rarito, un poco early adopter o, al menos, parecerlo. El plan es brillante: epatar al primero que se ponga a tiro que, a su vez, hará lo mismo con el siguiente que, a su vez… (elevado a n hasta que la recomendación cultural se transforme en demasiado vulgar y haya que buscar nuevas referencias).
El bobo exhibe orgulloso en Twitter la foto de una página, bien pintarrajeada en rosa fluorescente, del último ensayo de Stanislas Mirovlavsky sobre el humanismo cristiano, el arte o lo que se tercie. Le reconforta. Nuestro amigo es un aniquilador de libros nato. Una sufre al verlos llenos de garabatos y Stabylo. Cuando adviertan en esos mundos virtuales una imagen con la hoja de un libro mal subrayada y una introducción del tipo: «Esto de Hubert le Con» o bien: «Acabo de descubrir a Hubert le Con y es la caña!», apiádense del posteador.
A principios de los 2000 ser burgués bohemio era lo más. Una conocida revista de moda de raíces católicas lo consideraba muy cool. Empezó a endilgar el calificativo a las modelos españolas que se construían humildes chozas en Formentera con mucha decoración payesa. Las mismas que admiran a filósofos como Bernard Henry Lévy, muñidor de la entrada en guerra de Francia en Libia y responsable moral de miles de muertos en ese conflicto.
Y es que el «derechohumanismo» es una obsesión muy «bobo». Ya se sabe: la tiranía, los populismos y los nacionalismos hay que cortarlos de raíz. Aun a costa de aupar en el poder a un Gobierno todavía más radical y tiránico, un caos tribal sin nombre, un títere corrupto o hacer la vista gorda con grupos ultranacionalistas o filonazis. Si algo falla, la culpa será de aquellos extravagantes que no confiaron en las bondades del destino manifiesto.
Ideológicamente, el «bobo» oscila entre la izquierda indefinida y el centro centrado (muy moderado). Estos últimos vienen equipados con algunos toques de catolicismo buenrollista y un ferviente liberal-europeísmo. Frente al repliegue identitario, votaron a Macron o Trudeau. Hace cuatro años se enorgullecían del discurso del presidente francés ante los obispos galos. Hoy, algunos lloran porque pretende hacer del aborto un derecho fundamental europeo y les persigue jeringuilla en mano.
Y, aun así, dentro del concepto de «bobo» cabe mucho. Se trata de un término que abarca, desde la inclusión de autores de la recién publicada «cosa» (no lo digo yo, lo dicen ellos) Neorrancios, esto es, el malasañismo divine, hasta todo un plantel de artistas conceptuales de garaje y botella de vino blanco o de pseudointectuales cursis.
De hecho, antes que en la obra de Brooks, podemos encontrar un ancestro común en Tom Wolfe. Si bien el bobo es un producto del mercado, al que éste ha impuesto cierta manera vivir para que vayan a los caminos y anuncien la buena nueva, el archifamoso periodista norteamericano fue, probablemente, el primero en detectar la fuga en el discurso pronunciado casi siempre desde un local de moda.
Era el año 1970 cuando se publicó en el New York su ensayo Radical Chic: That party at Lenny’s. El término Radical Chic se tradujo al español como «izquierda exquisita», y Lenny no era otro que el director de orquesta y compositor Leonard Bernstein.
Hacía pocos meses que él y su esposa, Felicia Motealegre, habían organizado una fiesta en su ático-duplex del Upper East Side para reacaudar fondos. Entre los invitados se encontraba la intelectualidad progresista de Manhattan, el propio Wolfe, y dos activistas de la causa elegida. Wolfe se preguntaba en su artículo si a los miembros del Partido de los Panteras Negras allí congregados, que predicaban la autodefensa frente la violencia de la policía, les gustarían los aperitivos de queso roquefort y nueces que se sirvieron. Si los revolucionarios se sentirían cómodos en el trato con el mayordomo y las bandejas de plata. Para el evento, Felicia había tenido que sustituir al servicio «de color» habitual con el fin de no ofender a sus radicales protegidos. Estos «pensamientos metafísicos», como Wolfe los llama, le llevaron a señalar la incongruencia de cierto sector que se adhiere a causas de moda, usualmente izquierdistas, desde posiciones acomodadas o de privilegio. No sé si seguirá siendo pertinente la pregunta asamblearia por excelencia de mayo del 68. Con un D’où tu parles, camarade? (Desde dónde hablas, camarada?) se pretendía conocer la posición social de quien intervenía para legitimar, o no, su discurso. En cualquier caso, en el gregarismo, ya sea de bobos, neorrancios o wokes, mantener prietas las filas parece ser más importante que el mantener el raciocinio. Si no, miren lo que le cae a menudo a cierta periodista de clase trabajadora por hablar de los problemas de la clase trabajadora.