THE OBJECTIVE
Joaquín Jesús Sánchez

Son como nosotros

«Los demócratas estamos de enhorabuena: hasta un tonto puede alcanzar las más altas magistraturas del Estado»

Opinión
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Son como nosotros

Congreso de los Diputados día de la votación de la reforma laboral. | Efe

Es de chiste. «¿Cuántos diputados hace falta para votar…?». El heroico Alberto Casero, diputado nacional por la bienaventurada provincia de Cáceres, le ha dado varias veces mal al botón. ¿A quién no le ha pasado? ¿Quién no ha mandado la foto equivocada al whatsapp familiar y ha pinchado en borrar para mí en vez de a borrar para todos? Los botoncitos los carga el diablo: mira lo que pasó en Chernóbil.

El triunfo de la democracia representativa llega cuando los representantes son un calco de los representados. ¿Qué es Alberto Casero sino el fiel reflejo de cada ciudadano que llega a la cocina y se pregunta «yo para qué venía»? Viva la patria. Además, ¿no existe la disciplina de partido? ¿Para qué demonios les dan entonces dos opciones a los diputados? ¡Si es que son ganas de confundir al personal!

Los demócratas estamos de enhorabuena: hasta un tonto puede alcanzar las más altas magistraturas del Estado. El sistema funciona y la igualdad de oportunidades es un hecho. Repasando la historia reciente, uno encuentra repetidos testimonios de esta adecuación entre nuestros egregios líderes y el pueblo soberano. Mención especial merece el más grande estadista de este siglo: Rajoy yéndose a chuzarse cuando estaban por largarlo es, quizás, el ejemplo más brillante de esta unidad política que nos embarga. Para lo que me queda en el convento… trocotró.

Sin embargo, quisiera destacar en esta columnita otros momentos no tan espectaculares, pero sí meritorios. Por ejemplo, la matraca seriéfila de Pablo Iglesias. Que si Juego de tronos esto, que si Succession lo otro. Madre del amor hermoso. Cuando era chaval y salía de botellón solía encontrarme con un aspirante a réalisateur que se empeñaba, día tras día, en descubrirme cintas desconocidísimas, verdaderas perlas escondidas como Seven, El club de la lucha o Doce monos. Lo indi, ya saben. Afortunadamente, le perdí la pista al fulano, pero tengo verdadero pavor a cruzármelo alguna tarde y  tener que aguantar que me hable de un tal Nolan, cuyas películas tengo que ver.

La izquierda se ha aficionado a sobreanalizar y reivindicar productos de la cultura pop. El otro día, Irene Montero y Ada Colau tuvieron que salir al rescate de una canción que competía para ir… a Eurovisión. ¡El nuevo Pacto de Varsovia! Pero, ay, me temo que este vicio ya no es exclusivo de la izquierda radical (¡ja!), sino que ha infectado hasta a la sacrosanta socialdemocracia. El astuto Iván Redondo está a punto —según me informan fuentes cercanas— de hablar exclusivamente con diálogos escritos por Aaron Sorkin. Querrá presentarse a un récord Guinness, que eso viste mucho en el currículo. Ojalá lo coloquen entre el hombre más gordo del mundo y el que más tiempo tarda en recortarse los pelos de la nariz: el meollo de la avenida de la fama.

Citemos algunos ejemplos ya históricos para completar el estado de la cuestión. Miguel Ángel Rodríguez, actual asesor de la presidenta de la Comunidad de Madrid, tuvo aquel incidente aislado con un trío de coches estacionados. Trillo dio vivas al país que no era. ¡Pero si hasta el rey, el primero de los españoles, ha sido en ocasiones indistinguible de un ciudadano del montón!

Para nuestra dicha, el fenómeno ya alcanza dimensión internacional. Las reveladoras imágenes de Boris Johnson meneando las caderas en las fiestas coronavíricas de Downing Street me han llenado de esperanza. Nunca volveremos a soportar representantes esnobs y aristocráticos, de esos que miran al común por encima del hombro. El viejo sistema de usías y vuecencias deja paso al nuevo: el de los lanzadores de huesos de aceitunas, portadas de revista posando en camisón y tertulias donde la gente se grita. Un futuro prometedor en el que los ministerios toman partido en polémicas desatadas por la telebasura, en el que las comunicaciones y las disputas se despachan en las redes sociales y en las que un señor con cagalera que no distingue el sí del no decide el futuro de la legislación laboral del país. 

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