THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

La señal y el ruido: el estado de la política española

«En pocos días, la preocupación acuciante por una guerra nuclear se trasladó, casi en los mismos términos, al Benidorm Fest»

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La señal y el ruido: el estado de la política española

Chanel gana el Benidorm Fest. | Europa Press

El espectáculo de la política española la semana pasada –que comenzó con una aprobación tramposa de un decreto ley sobre mascarillas, cuya anulación se anunció a los pocos días, y terminó con una votación también pseudotramposa sobre la reforma laboral– tuvo un efecto curativo en mí. Me ayudó a salir de la política por unos días. Es una tarea necesaria. También un privilegio. No todos pueden ignorar la política sin que les afecte laboral o vitalmente. Este abandono no es de la idea de democracia parlamentaria. Es un abandono de su circo alrededor, magnificado por las redes sociales; a veces da la sensación de que la política solo existe para un electorado ya convencido al que se le lanzan huesos roídos y para unos espectadores tuiteros politizados que la siguen como una telenovela o un género de entretenimiento más (y buena parte de esos tuiteros en realidad trabajan o buscan trabajo en el sector).

Hace unas semanas parecía que iba a producirse una guerra entre Ucrania y Rusia. La opinión pública (es decir, Twitter y media docena de periódicos) construyó escenarios apocalípticos. A los pocos días, esa preocupación acuciante por una guerra nuclear se trasladó, casi en los mismos términos, al Benidorm Fest. Aparentemente, no había ganado quien la opinión pública (Twitter y media docena de periódicos) creía que debía ganar. Los diputados de Podemos en Galicia anunciaron incluso que preguntarían al Consejo de RTVE por un supuesto tongo. Del «No a la guerra» al «Ay mamá» sin solución de continuidad. Y del «Ay mamá» a la reforma laboral.

Hoy nadie recuerda lo de la semana pasada. Tras la chusca aprobación de la reforma laboral, y con la campaña en Castilla y León a todo gas, lo trascendental de ayer ha desaparecido completamente. Siempre hay algo nuevo que lo sustituye; y a menudo su carácter de nuevo basta para eclipsar lo que nos parecía trascendental ayer. Es casi una jeremiada y un cliché periodístico hablar de lo que pasa en los conflictos –y puede ampliarse a todas las noticias– cuando se van las cámaras; pero es que es verdad (es decir, que un problema desaparece cuando se van las cámaras). La ventana de oportunidad para cualquier suceso es estrechísima, si es que consigue colarse en el discurso. Y si este análisis servía para el periodismo en el siglo XX, funciona más aún para el del XXI: hoy las cámaras se van aún más rápido. Por eso el político hoy ,más que marcar la agenda, reacciona a ella como puede.

Esto no es un alegato en defensa de un mundo más lento y reflexivo. Es una crítica al ruido. El ruido es constante e uniforme. El ruido homogeneiza y elimina las jerarquías. El ruido vuelve todo trascendental y efímero a la vez. ¿Cómo se construye hoy una identidad política? Es decir, ¿en base a qué? ¿Dónde se apoya uno? ¿Cómo sé por qué tengo que decir «No a la guerra» si no me da tiempo ni a abrir la página de Wikipedia de Ucrania antes de que el tema desaparezca de la agenda? Ante esta velocidad, lo único que uno puede expresar son ideas recibidas.

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