THE OBJECTIVE
Enrique García-Máiquez

Lo próximo es la apuesta

«Si Vox no fuese una herramienta para mejorar la realidad de Castilla y León y de España, sus votantes serían los primeros que estarían deseando que eso se constate»

Opinión
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Lo próximo es la apuesta

El candidato de Vox a la Presidencia de Castilla y León, Juan García-Gallardo (i), y el presidente de Vox, Santiago Abascal (d). | Europa Press

Lejos de mí ironizar nunca con quien intenta algo tan digno como hacer de la necesidad virtud. Podría ser lo que están intentando aquellos afines al PP para consolarse del posible pacto irremediable con Vox en Castilla y León. Argumentan que la entrada de Vox en el Gobierno de la comunidad autónoma implicaría la desactivación del partido de Abascal. «Gobernar desfonda los discursos vibrantes». «Tomar decisiones es la kryptonita del populismo». «Etc.», dicen.

Pues qué fácil, ¿no? En realidad, en términos simples, y teniendo en cuenta que no hay precedentes, estamos ante una apuesta. ¿Será capaz Vox de gestionar, sí o no? Me parece una duda razonable, una buena apuesta; y hay que verla.

En la base de sus dudas está el paralelismo con Podemos. Ahí me temo que muchos se han creído su propia propaganda. Han aspirado demasiado los humos de su intoxicación. Ese paralelismo existe solamente en la foto fija del arco político español y, por tanto, en términos absolutamente relativos. La política española ha virado tanto hacia la izquierda que Vox queda en el extremo contrario. Pero si hacemos un análisis de las posturas y los programas, nos encontramos con que Vox defiende bastantes cosas que en 1978 defendía, no solo la AP de Fraga, sino hasta la UCD. En materia constitucional y social, por supuesto, pero en el ámbito económico también. (Otras, no.)

El paralelismo se viene abajo más estrepitosamente con los referentes internacionales, actuales y reconocidos de ambos partidos. Podemos se referencia con la Venezuela de Maduro o la Bolivia de Evo Morales y Vox remite a la Polonia de Andrzej Duda o a la Hungría de Viktor Orbán. Los logros sociales y económicos de los respectivos modelos saltan a la vista.

Dejando atrás los juegos de espejos, hay tres elementos del programa de Vox que los que apuestan por su batacazo descomunal en la gestión no están sopesando. 1º) Su respeto al ordenamiento jurídico. Recordemos que es el partido que gana recursos en el Tribunal Constitucional. O sea, que asegura lo más básico para que una economía crezca: la seguridad jurídica. 2º) Vox confía en la iniciativa privada, cree en la propiedad, apoya a los autónomos y defiende los impuestos bajos. Esto es, se quita de en medio dejando aire a la sociedad libre. Y 3º) aunque sorprenda a los que se acercan a Vox con gafas de lejos, se trata de un partido muy desideologizado. Contra las demandas de los demás de que la realidad se acomode —en lecho de Procusto— a sus agendas, prejuicios, sistemas, eslóganes y máximas, Vox postula el sentido común.

Los dudosos, inasequibles, suben su apuesta confiados en la inexperiencia de los cuadros de Vox. Eso quizá esconda una desconfianza inconsciente en los funcionarios. Son ellos los que tienen que desarrollar y ejecutar el impulso político que emane de los cargos electos. Esa desconfianza puede nacer de la costumbre de politizar todos los niveles de la administración. La llegada de unos políticos bisoños que tengan que confiar mucho en sus funcionarios y captar talento de la sociedad civil, más que una desventaja, me parece un signo de esperanza o, como mínimo, de alivio.

¿Son razones bastantes para no precipitarse a apostar en contra? No, no, qué va, replicarán los críticos. Vox acabará irremediablemente engullido por el pez grande, como le sucede al chico en cualquier pacto de gobierno. Y ponen el ejemplo de Ciudadanos con el mismo PP o de Podemos como el PSOE. Son dos buenos ejemplos, lo reconozco, aunque Cs salió crecido de su pacto con el PSOE de Susana Díaz. Las resistencias a pactar del PP hacen casi dudar de la sinceridad de tanta confianza.

Al final, sin riesgo, no hay apuesta que valga. Y hay un factor último que termina de hacernos muy partidarios de ver el órdago. Si Vox no fuese una herramienta para mejorar la realidad de Castilla y León y de España, sus votantes serían los primeros que estarían deseando que eso se constate cuanto antes. Para no derrochar ni energías ni ilusión. Si ese fuese el caso; que —y esta es mi apuesta— no lo será.

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