Ministra de cansancio
«Hay algo que cansa más que hacer política: sufrirla»
Hacer «cosas chulísimas» cansa. «Estoy agotada», ha confesado la vicepresidenta Yolanda Díaz en una entrevista. Y eso que nunca se levanta de una mesa; cómo estaría si negociara de pie. Si, como escribió Vázquez Montalbán, nada cansa tanto como pronunciar un nombre completo, imagine lo que tiene que fatigar decir «autoridades y autoridadas» al tiempo que se alcanza la inmortadelidad en cada cambio de estilismo. Porque el cansancio de la ministra no es el cansancio despatarrado de Bertín Osborne en Contacto con tacto, como si la vida acabara de hacerle las ingles brasileñas, sino un cansancio elegante.
Con tan humana revelación, Yolanda Díaz, rompedora de cadenas laborales, Daenerys del Gobierno, niña de San Ildefonso a base de cantar los 1000 euros, contrapesa su sobrenatural capacidad para el trabajo, digna de la cubitera de Downgin Street o de Marta Riesco, la reportera amante de Antonio David, que asimismo presume de levantarse a las cinco de la mañana. A la vicepresidenta segunda, como a Rosalía de Castro, le cansan hasta los días buenos porque no la dejan trabajar.
Tanta energía, sin embargo, no le ha servido a la ministra para derogar la reforma laboral que anunció a bombo y flequillo, ni para atraer el voto en Castilla y León, ni para impulsar un nuevo proyecto político. Así que quizá le sea más útil su fatiga, ya que el cansancio es transversal. Y ecológico. E inclusivo. En una época donde no se es nadie si no se queja uno o se declara víctima de algo, debería Díaz explotar ese molimiento y crear, como nueva marca, «No podemos», un partido que al fin empatice con un pueblo agotado, que conecte con el desfallecimiento del votante, con ese gran horizonte de cansera que ha dejado la pandemia y su gestión. Porque hay algo que cansa más que hacer política: sufrirla.
Estar agotada puede ser el gran logro de la ministra de Trabajo, pues el cansancio nos aleja de las naderías. «Estoy cansada para tonterías», avisaban nuestras madres. También es productivo, no en vano cuando nos desperezamos imitamos el gesto de la victoria. El gusano de la astenia teje laboriosamente un capullo para darnos futuras alas, aunque la inspiración del cansancio, según Handke, dice menos lo que hay que hacer que lo que hay que dejar: justo cuando abandonamos exhaustos un texto nos viene la palabra exacta que el afán de perfeccionismo nos hurtaba.
«El cansancio abre, le hace a uno poroso […] enseña, es utilizable. ¿Enseña qué? Preguntas», recuerda Handke. Yolanda Díaz interroga a su espejito mágico: ¿quién es la política más trabajadora del reino? ¿Quién la más desriñonada? El tiempo dirá si su denodado ejemplo promueve una competición por ser el candidato más deslomado, que exude debilitamiento por sus poros democráticos, que no se retrate con niños o terneros sino con el sudor de su frente corriendo como un Orinoco esforzado.
Una, que es trabajadora fatigable, se queda más tranquila sabiendo que la vicepresidenta puede paliar su falta de fuerzas con ese Pharmaton Complex del político que es un CIS favorable. El único agotamiento que no parece afectar a Yolanda Díaz es el cansancio de sí misma.