La banda del patio
«La del Partido Popular es una pelea interna por el poder que ni siquiera se intenta camuflar como un choque de ideas o convicciones»
«The West Wing parecía idealista; ahora Veep resulta edulcorada», escribió Daniel Gascón en una columna sobre la fallida moción de censura en Murcia el año pasado. La frase define una época y un estilo de política. Sirve para explicar perfectamente la situación del Partido Popular hoy, envuelto en una polémica interna que incluye espionaje, filtraciones a la prensa, puñaladas y conspiraciones varias. (En resumen: la dirección nacional del partido supuestamente contrató detectives privados para investigar al hermano de Ayuso, que aparentemente se habría beneficiado de una comisión por un contrato concedido por la Comunidad de Madrid; la respuesta de Ayuso ha sido de guerra total y enfrentamiento frontal con la dirección, que la acusa de traición y desacato).
Es una pelea interna por el poder que ni siquiera se intenta camuflar como un choque de ideas o convicciones. Una clave de la política contemporánea es ocultar las luchas desnudas por el poder (que son las únicas disputas que suele haber, salvo en la izquierda más maximalista, que discute sobre el olor de las nubes) con un barniz de luchas existenciales sobre el «alma» del partido y demás. Hay claramente dos almas en el Partido Popular: una corporativista y conservadora clásica, al estilo Rajoy, y otra más cercana al neoliberalismo, que podría representar Ayuso (que tiene a libertarios/neoliberales como Daniel Lacalle o Juan Manuel López Zafra en su gobierno). Pero la disputa que existe hoy en el partido no tiene nada que ver con eso, aunque a veces coincidan los bandos.
Es una pelea infantil que recuerda a la que vivió el partido Tory durante el Brexit. Si el conflicto entre los conservadores ingleses se podía resumir, como hizo Simon Kuper, como una pelea entre colegios mayores de universidades de élite, el conflicto en el PP es una pelea que viene desde las juventudes del partido, de donde provienen Ayuso y Casado, los dos principales enfrentados.
En este caso se mezclan el cinismo y la ingenuidad más puras, sobre todo desde el bando de Casado. El secretario general del PP, García Egea, es famoso por sus dotes de conspirador. En su libro Políticamente indeseable, Cayetana Álvarez de Toledo (que no puede ser acusada de deshonesta o hipócrita) lo define como alguien autoritario, ultracontrolador y completamente obsesionado con el poder y el micromanagement. Esto quizá no sea extraño en la política contemporánea, repleta de personajes así. Lo llamativo es que sus intenciones sean tan transparentes: si vas de «fontanero» à la Fouché, que al menos no se te note tanto.
La ingenuidad es el reverso del cinismo de Egea. Es como si no supiera interpretar el fenómeno Ayuso. De lo contrario no pensaría de verdad que un caso como este puede tumbar a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Ayuso es, como Pedro Sánchez, una líder de la posdemocracia liberal. Y en la posdemocracia liberal la rendición de cuentas clásica no existe.
Solo cuatro periodistas ingenuos y otros cuatro politólogos obsesionados con El ala oeste de la Casa Blanca pueden pensar que se puede tumbar a la política más popular del momento con insinuaciones vagas sobre una supuesta corruptela de su hermano. Sea cierto o no, necesitas algo más. De nuevo: si vas de Fouché, que al menos te salga bien.
Es un conflicto infantil y desigual. En un lado está Ayuso, que no necesita dar muchas excusas ni justificar demasiado su actitud: tiene de su parte su enorme popularidad y poder regional. Uno alcanza el poder, desafortunadamente, para no tener que dar explicaciones. En el otro está el micromanagement obsesivo de García-Egea, que sufre al ver cómo algo o alguien escapa a su control.
Gascón tenía razón hace un año cuando dijo que la política española se parece más a Veep que a El ala oeste de la Casa Blanca. Pero hoy hay que actualizar la analogía. La política española se parece más a La banda del patio que a Veep.