La música de la Constitución
«’No es la letra, es la música lo que importa’. Miquel Roca extraía así la esencia del pacto de 1978»
«No es la letra, es la música lo que importa». Miquel Roca extraía así la esencia del pacto constitucional de 1978 del que fue artífice. Una música que suena a consenso, a concordia, a renuncia para posibilitar el acuerdo y a lealtad. Una música que hoy está huérfana de buenos intérpretes. O, a la vista de cómo se ahonda la trinchera política y se desangra el PP, de intérpretes directamente. «Lo que necesitamos es un buen músico», decía Roca. A su lado, Felipe González, otro de los protagonistas de la Transición, bromeaba: «¡Un flautista a ser posible!». Miguel Herrero de Miñón, otro de los padres de la Constitución, asentía y se sumaba a las risas del público. Ocurrió en el encuentro organizado por la iniciativa España Juntos Sumamos con el título Fue posible el pacto entre quienes forjaron los acuerdos del 78 y tres jóvenes profesores constitucionalistas, Germán Teruel, Sofía Lucas y Gabriel Moreno, bajo el auspicio del Ateneo de Madrid.
Las improvisadas disculpas de un Herrero de Miñón, quien llegó minutos más tarde de empezar el acto y subió al estrado desde el público, marcaron el tono desenfadado de un encuentro que Aurora Nacarino Bravo, su moderadora, calificó de trasgresor y «casi punki». ¿Por qué? Por haber logrado reunir a dos generaciones a dialogar en un país que conseguido enfrentar a todo el mundo: a la derecha y la izquierda, incluso a la derecha con la derecha, jóvenes y mayores, a los habitantes de las ciudades con los pueblos, a los de Madrid con los de Cataluña. Cuánta razón.
Y fue un gustazo escucharlos. Alejarse del estridente ruido de la actualidad política, tan alejada de la música a la que se refería Roca, de ese espíritu de consenso que ellos ahí de forma sencilla representaban. Tres individuos que muy probablemente sí fueran colocados por un hábil escenógrafo en el tabladillo de la historia que decía Manuel Azaña, como refirió Nacarino. De experiencias vitales y sensibilidades políticas completamente distintas supieron encauzar el destino del país en un momento endiabladamente complejo. ¿Por qué fue posible el pacto?
Herrero de Miñón fue el primero en responder, aunque después de pelearse un rato con la mascarilla y el micrófono: «Hay que quitarse la mascarilla porque si no, no se entiende nada». González le respondía: «Incluso sin mascarilla no se entiende nada». «Es que te has quitado mucha cosa», le decía Roca al intentar ayudarle. La complicidad entre ellos quedó clara. «Yo creo que el virus es peligroso pero las medidas antivirus, mucho más». Risas de todos. «Pactamos porque queríamos pactar de verdad. Era evidente que la sociedad española quería que se pactara. Nos lo dice todavía la gente en la calle: ¡Qué bien lo hicieron ustedes!». Y rememoró los orígenes de esos acuerdos y las amistades forjadas entre los colegas de ponencia, de las afinidades personales y generacionales, más allá de las diferencias políticas. «Lo exigía la presión social y buscábamos la misma meta: hacer una constitución democrática en la que cupiésemos todos».
Puso en valor que coincidieran el fin y los medios. «Todos pusimos ahí carne y sangre. No digo que fuera una tarea fácil, pero fue también fructífera y gozosa». Y rememoró a Adolfo Suárez, puesto ahí por la providencia, y a Santiago Carrillo, de quien fue muy amigo «aunque tuviéramos alguna divergencia ideológica», bromeó. «Carrillo influyó mucho en mí, pero les aseguro que yo también influí mucho en él». Frente a esa capacidad de superar las diferencias ideológicas de quienes protagonizaron los acuerdos del 78, hizo un retrato de actual clase política a la que dividió en tres grupos. «Hay políticos que entran en política para evitar estar en el paro o porque si no estarían en la cárcel y tratan de enriquecerse. Hay un segundo grupo que es el que tiene vocación de hacer algo con el poder. Harán cosas buenas, malas o regulares, pero tienen vocación. Pero luego hay una serie de políticos peligrosísimos a mi juicio que no quieren más que el poder sin saber qué hacer con él. Sólo para mandar. Como el Rubio, un personaje de la Malquerida de Benavente que dice que él manda mucho manda. ¿Para qué? Pues sólo para mandar. Y arman cataclismos».
Le llegó el turno a Miquel Roca, quien aseguró sentirse muy agradecido de que la gente les reconozca un cierto mérito en los que se hizo. «El éxito de aquello fue del conjunto de la ciudadanía de este país». E ilustró con una anécdota cuándo tomó conciencia de lo que esperaba de ellos la sociedad. «En una noche de diciembre de 1977, mientras estábamos elaborando la Constitución, yo había ido a presentarle el resultado de nuestros trabajos al presidente Josep Tarradellas. Salía del Palacio de la Generalitat y estaba oscuro porque había poca luz. Vi acercarse en dirección contraria a un señor que venía directamente hacia mí. En aquellos momentos esto inquietaba. Ya lo tuve delante y debió de ver cierta preocupación en mi rostro porque me dijo: señor Roca no se preocupe Yo sólo le vengo a pedir una cosa: ‘¡Esta vez, esto tiene que salir bien!’. No podíamos fallar. No dábamos respuesta sólo a los años de dictadura. Dábamos respuesta a mucha historia de ignorancia, de inquisición, de falta de respeto, de incomprensión y de no reconocimiento de la diversidad».
Y advirtió contra los que se quieren apropiar de la memoria histórica: «Consiste en saber lo que pasó para no volverlo a repetir. Y no entusiasmarse con la versión de cada uno sobre lo que pasó». La Constitución, al dar cobijo a la diversidad, es en su opinión el mejor antídoto frente a esa interpretación partidista de los hechos. «En resumidas cuentas es como los estatutos de una comunidad de vecinos. Te llevas mal con el del piso de arriba, pero tienes que aprender a convivir». Y recalcó: «cuando se habla de consenso hay que magnificar la capacidad de renuncia». ¡Qué bueno! «Son características que no se agotan, ¿eh?. No vale eso de decir mire usted esto dura lo que dura la Transición y a partir de aquí ya pueden ustedes volver a ser cafres. ¡No!». Destacó el respeto, el diálogo y el consenso como las condiciones fundamentales para el devenir de nuestra historia. «A mi edad [81 años] y en el Ateneo de Madrid, yo digo que los hicimos fantástico».
Felipe González se arrancó arremetiendo contra quienes tienen ese sentimiento de demolición de lo que se hizo bien y deslegitiman los pactos del 78 y que llaman despectivamente «el régimen del 78». Etiqueta que él acepta sin problema si se trata de diferenciar esa etapa de los anteriores 40 años del régimen franquista. «Pero son los mismos que luego no encuentran un espacio de consenso constructivo, si no todo lo contrario». El pacto constitucional ocurrió porque era necesario, dijo. Y lamentó que se haya perdido el miedo a repetir una historia de enfrentamiento. «Ahora cada uno es capaz de volarlo todo». Y se preguntó: ¿Fue más fácil alcanzar consensos de lo que sería ahora? «No», dijo. Pero reconoció con tristeza: «La ideología se ha convertido en una coraza ausente de ideas. Sólo hay insulto y descalificación del contrario».
Habló también de la mediocridad de la clase política: «Si tú crees que sólo sirves para concejal es muy posible que no sirvas tampoco para serlo». De la cuestión territorial, dijo: «La descentralización que emanaba de ese pacto constitucional, algunos la han interpretado como centrifugación», en clara alusión a la interpretación abusiva del texto de la Ley Fundamental que han hecho los nacionalistas. «Y ahora, como respuesta, hay una peligrosa pasión recentralizadora», lamentó en clara referencia a Vox.
Los jóvenes valientes, que no sobrepasan la treintena, interpelaron finalmente a los maestros. Con una firme voluntad de aprender de los artífices del texto al que han dedicado tantos años de estudio y docencia. Estaban allí en representación de más de 50 constitucionalistas de toda España de distintas pulsiones ideológicas que han puesto en marcha una iniciativa a favor de la actualización de la Constitución. Desde la defensa de la independencia de instituciones que se han visto colonizadas por los partidos políticos, a las tensiones en la organización territorial o la lucha contra la desigualdad económica, creen que es conveniente actualizar la Carta Magna con un doble propósito: hacer frente a las transformaciones de la sociedad española y acercarla a los jóvenes que estos se involucren en el proyecto de país.
Este impulso reformador serviría, en su opinión, para abortar la vía populista que enmienda todos los acuerdos del 78 que tiene predicamento entre una parte de las nuevas generaciones. Su deseo es reformar para preservar. Y por eso alertan del peligro de llevar la Constitución a la trinchera política y lamentan que los partidos hoy estén muy lejos de los consensos que se requieren para hacer esa necesaria actualización. Ni los padres de la criatura ni González se cerraron a su reforma. Eso sí, desde la lealtad a la propia Constitución, ausente hoy en España.
Flotando en el ambiente del emocionante encuentro estaba el recuerdo de Jaime Carvajal Hoyos, impulsor de España Juntos Sumamos (EJS), y mi hermano del alma. ¡Cuánto hubiera disfrutado de la música que allí sonaba! Porque la iniciativa que puso en marcha poco antes de fallecer aspira precisamente a eso que fue representado en el magnífico salón de Actos del Ateneo: tender puentes entre quienes piensan diferente y promover el diálogo entre las generaciones para reforzar la democracia, impulsar la cohesión social y construir entre todos un mejor país que legar a los jóvenes.
Fue posible el pacto, ¿cómo no puede serlo ahora ante retos tan monumentales como la recuperación, la gestión de los fondos europeos, el cambio climático, las pensiones, la regeneración de las instituciones, la reforma de las administraciones públicas, el desafío territorial, y un largo etcétera? ¿Nos hemos vuelto finalmente unos cafres?